De la utopía al márketing

El intelectual comprometido, aquel que ponía su prestigio al servicio de una causa política, ha muerto. Desapareció con el siglo XX.

Enzo Traverso
Enzo Traverso

El intelectual comprometido, aquel que ponía su prestigio al servicio de una causa política, ha muerto. Desapareció con el siglo XX. Lo reemplazó el experto, siempre cerca del poder, y el neoconservador, en general un excomunista, decepcionado.

El fracaso del socialismo real cerró un ciclo y abrió otro marcado por el desprestigio del ideal revolucionario, un tiempo indiferente al debate de las ideas, y dominado por el espectáculo mediático.

Tal es la reflexión que atraviesa la obra ¿Qué fue de los intelectuales? del historiador italiano Enzo Traverso, un ensayo breve y potente que se presenta bajo la forma de una conversación del autor con el antropólogo y periodista francés Régis Meyran.

Traverso ha dedicado su trabajo histórico al estudio de los cataclismos del siglo corto, como llama Eric Hobsbawm a los setenta y siete años que van de la Primera Guerra Mundial al hundimiento de la Unión Soviética. Entre sus libros destacan La violencia nazi, A sangre y fuego. De la guerra civil europea 1914-1945 y La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales.

CRÍTICO DEL PODER

Aunque el filósofo de la Ilustración bien puede considerarse precursor del intelectual como lo conocemos en el siglo XX, el término surgió en 1898 en relación al caso Dreyfus. La obra de Émile Zola, Yo acuso, convirtió al escritor en ejemplo de la posición crítica del intelectual en la sociedad.

La economía de mercado les permitió vivir de su trabajo —como escritores y periodistas— y los conflictos del siglo —la guerra civil española, la lucha contra el fascismo, las armas nucleares, el activismo por los derechos civiles de los negros, por Argelia, por Vietnam— los llamaron a desempeñar un papel destacado en la denuncia, la reflexión y la acción.

Traverso reseña los intelectuales que surcaron el siglo XX. André Malraux y George Orwell en la España de 1936, Antonio Gramsci y su concepto de intelectual orgánico elaborado en las cárceles de Mussolini; los pacifistas Erich Maria Remarque o Romain Rolland en Alemania y Francia respectivamente; los que abandonaron la causa comunista luego del pacto Molotov-Ribbentrop como Arthur Koestler o Paul Nizan y aquellos que, como el escritor estadounidense Upton Sinclair, estimaron que frente a la Alemania de Hitler la URSS sería siempre y sin cuestionamiento un bastión a defender.

En el grupo de los destacados Jean Paul Sartre es la figura dominante. Maestro de pensamiento de una generación, Sartre era alguien que sabía que sus palabras y su silencio tenían consecuencias en el presente. Traverso recupera la definición sartreana del intelectual como «alguien que se mete en lo que no le importa».

También hace un alto en el destino del intelectual revolucionario que tuvo la posibilidad con la revolución rusa de acceder al poder. Casi todos terminaron mal, como León Trotsky, Nikolai Bujarin o Karl Radek.

EXPERTO Y MEDIÁTICO

El desarrollo de la industria cultural y la llegada de la universidad de masas, el fracaso del comunismo, la afirmación de la economía de mercado y el surgimiento de nuevas formas de hacer política, están entre las razones del eclipse de los intelectuales.

Han dejado de ser una elite para convertirse en trabajadores asalariados. En Francia, por ejemplo, una sola Universidad grande tiene más estudiantes que todas las universidades del país en vísperas de la Primer Guerra Mundial. Los posgrados universitarios forman técnicos, especialistas (aún en ciencias sociales) que manejan un lenguaje hermético y, muchas veces, incomunicable.

Los partidos políticos no los precisan, como tampoco necesitan militantes: «En épocas pasadas, los partidos defendían ideas y recurrían a los intelectuales para elaborar sus proyectos; actualmente las campañas electorales se confían a publicistas».

El intelectual de hoy es un universitario que tiene mucho del técnico, del consejero y del personaje mediático. Los filósofos franceses Michel Onfray y Bernard-Henri Lévy son ejemplo del nuevo estatus. A Onfray, bien conocido por su crítica a Freud, a quien trató de mentiroso y charlatán, se lo ve en televisión, se lo escucha en la radio y sus libros están en todos los quioscos. «Lanzar dardos contra Freud desde los estudios de televisión es muy cómodo; frente a semejante ataque, defenderlo en los seminarios de investigación es un batalla perdida de antemano», concluye Traverso.

Bernard-Henri Lévy encarna una variante de la metamorfosis del intelectual, la del neoconservador. En treinta años pasó de la extrema izquierda a la defensa de la invasión a Iraq y del Occidente actuando como liberador en Oriente. Estos «nuevos filósofos», entre los que Traverso incluye a André Glucksmann y Alain Finkielkraut, consideran que la nueva amenaza es el oscurantismo etnoreligioso. El anticomunismo de la Guerra Fría fue sustituido por la islamofobia.

HUMANITARISMO Y MARKETING

Los movimientos de contracultura, característicos de la década del sesenta y del setenta, también se agotaron. El rock and roll dejó de ser un desafío a los valores dominantes del sistema para convertirse en un sector de alta rentabilidad en la industria musical. La canción London Calling con la que a fines de los setenta The Clash llamaba a la rebelión fue el himno oficial de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

En la sociedad posideológica solo hay causas humanitarias con las que pueden comprometerse tanto la derecha como la izquierda. Ejemplo de ello es la campaña contra el hambre cuyo himno, We are the world (1985), fue tan exitoso. Los antagonismos partidarios y la lucha de clases se volvieron obsoletos. El humanitarismo, que encubre las causas de los conflictos, es la nueva ideología.

Respecto a las utopías, Traverso admite que el intelectual contestatario salió herido de la derrota de las utopías colectivas del siglo XX. Sin embargo, no es pesimista y se opone al consenso que surge de esta resignada máxima: «Estamos condenados a vivir el mundo que vivimos». Cree que las utopías seguirán existiendo y que las futuras revoluciones no se harán más en nombre del comunismo del siglo XX, pero seguirán siendo anticapitalistas. El intelectual, a su vez, deberá seguir nadando contra corriente lejos del encandilamiento de los medios de comunicación, fiel a su lugar de incómoda minoría.

La obra no se propone ser —no podría— una historia exhaustiva. Es una síntesis que hace foco en los principales dilemas del pensamiento crítico del siglo pasado y del presente. La visión de Traverso refleja el compromiso, la pasión y la honestidad intelectual que pretende para los intelectuales.

El conjunto de notas reunidas al final del libro constituye una interesante bibliografía sobre el tema. Sorprende que, salvo una referencia marginal a Hannah Arendt, faltan los nombres femeninos. No están por ejemplo Rosa Luxemburgo, Simone de Beauvoir, Germaine Tillon o Susan Sontag, para nombrar solo a las más conspicuas ausentes.

Tomado de El País Cutural

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