El patrimonio de la diversidad

Las inmigraciones no solo arrastran una cadena de pesares y desafíos para las naciones, sino que aportan visiones, razas, credos y aspiraciones distintas, y

Las inmigraciones no solo arrastran una cadena de pesares y desafíos para las naciones, sino que aportan visiones, razas, credos y aspiraciones distintas, y la fusión de las culturas permite que se genere un mestizaje sin igual entre los pueblos.

«Me voy porque la tierra, el pan y la luz ya no son míos». Y el inmigrante que nacía en este verso de León Felipe se llevaba a cuestas todo un universo cargado de cultura, saberes, ideologías y sueños para compartir y sufrir tras el encuentro inevitable con el otro.

La historia de la humanidad es una reiterada inmigración y el mundo está poblado y enriquecido por la diversidad que propicia la interacción entre las más disímiles culturas.

La lógica actual de algunos gobiernos, sin embargo, ubica al inmigrante como el monstruo que contamina el lenguaje en vez de mejorarlo y como el intruso harapiento que cruza las fronteras para mendingar la tierra, el pan y la luz, las cuales le dan identidad y dignidad.

En noviembre de 2001, a tan solo tres meses del 11 de septiembre que volvió a envenenar al mundo con absolutismos y con la religión del militarismo destructor, la UNESCO aprobó la declaración universal sobre la «Diversidad Cultural», a la que elevaba a la categoría de «Patrimonio Común de la Humanidad».

«Fuente de intercambios, de innovación y de creatividad, la diversidad cultural es, para el género humano, tan necesaria como la diversidad biológica para los organismos vivos», expresa el artículo Uno de la Declaración.

Esa aceptación de la alteridad es la que favorece el crecimiento y la supervivencia de la cultura, atropellada por las visiones políticas y económicas interesadas en difundir un modelo único, que se impone con la fuerza del capitalismo salvaje.

El director de la UNESCO, Koichiro Matsuura, explica así el mapa que se ha planteado esa organización en el presente siglo:  «La declaración aspira a mantener este tesoro vivo, y por tanto renovable, que es la diversidad cultural, diversidad que no cabe entender como patrimonio estático, sino como el proceso que garantiza la supervivencia de la humanidad».

«Aspira también a evitar toda tentación segregacionista y fundamentalista que, en nombre de las diferencias culturales, sacralice esas diferencias y desvirtúe así el mensaje de la Declaración Universal de los Derechos Humanos».

Uno de los procesos que más fortalece la diversidad cultural es la inmigración, porque la cultura se «aprende» y se transmite, destaca el sociólogo Javier Zapata de la Vega, en su ensayo «Cambio socio-cultural en las migraciones transnacionales».

La cultura sirve para construir la realidad, conforma símbolos, se comparte diferencialmente, es adaptativa y responde a un sistema integrado, puntualiza el investigador.

«Todas estas características de la cultura entran en juego en el proceso migratorio al desempeñar los mecanismos por los cuales los grupos o los inmigrantes individualmente mantendrán, reinterpretarán o mudarán su cultura al incorporarse aunque solo sea físicamente en un nuevo contexto para ellos».

FRONTERAS HOSTILES

La práctica, no obstante, contribuye cada vez más a ubicar a la inmigración como el factor que provoca la mayoría de los problemas nacionales, por lo que las fronteras cada vez son más rígidas e infranqueables.

Se alimenta de esa manera un chauvinismo superficial y sistemático que niega el amplio espectro de posibilidades culturales y económicas que supone la asimilación y la aceptación del otro. De esta forma se rechaza la alteridad y la diversidad.

«El informe de la ONU sobre cultura en el año 2000» demostró, en una indagación realizada en 24 naciones,  «que más del 60 por ciento de los habitantes de los países estudiados se pronunciaron en contra de la llegada de nuevos inmigrantes, aunque había mejor voluntad para aceptar refugiados políticos».

«Se achaca a los inmigrantes la criminalidad y el paro, y se les reprocha que no contribuyan a la economía nacional, aunque por otro lado se considera que constituyen un estímulo para la aparición de nuevas ideas en la sociedad. Los países de Europa del Este son más hostiles a los inmigrantes».

Mediante la miopía sustentada por las clases dirigentes y las ideologías conservadoras, se condena estratégicamente a la inmigración y se le despoja de los inmensos aportes que en materia cultural, y desde luego material, puede efectuar en un determinado territorio.

En América Latina sucede a diario con los inmigrantes que parten en busca del sueño americano, para luego comprobar que en Estados Unidos se les trata como ciudadanos de tercera o cuarta categoría.

En Costa Rica el desafío se da con los nicaragüenses, a quienes cada vez que ocurre un suceso se les culpa por crímenes, violaciones, robos y atropellos, a pesar de que en muchas oportunidades esas conclusiones tengan que ser desmentidas.

De esta forma se «sataniza» su presencia y su incorporación a la cultura nacional.

En este sentido, la visión de nacionalidad que maneja cada sociedad es un elemento determinante en la aceptación o en el rechazo del migrante.

«…Las sociedades de las Américas se han convertido en un complejo mosaico étnico construido a lo largo de cinco siglos de inmigración . A pesar de este fenómeno tan significante, en realidad en torno a la migración se forman imágenes falsas, estereotipos animados por mecanismos que no dejan de ser perversos. En las Américas –como en tantas otras partes del mundo– suele ocurrir que la justificación de las debilidades internas exige encontrar culpables que el inmigrante, es decir, el extranjero, por ser diferente y vulnerable, encarna a la perfección», asegura Luis Ricardo Dávila, de la Universidad de los Andes, Venezuela, al estudiar el impacto de la migración en su país.

LENGUAJE EXCLUSIVO

Con el advenimiento de la globalización, se suponía que el tema de la migración y el impacto en la cultura universal debería adquirir otras dimensiones, porque las nociones de tiempo y espacio fueron trastocadas para siempre por la revolución de las comunicaciones.

Pese a ello los estereotipos y los mitos permanecen estáticos en el tiempo y la exclusión cobra más vigencia cada día.

El intercambio intercultural y racial se vislumbra  la vía para el entendimiento y el crecimiento, como lo anunciaron pensadores americanos de la talla de José Martí y José Vasconcelos.

Esta concepción se vio obstaculizada por visiones políticas excluyentes y por ideas de superioridad fundadas en la pureza de la raza o en las diferencias económicas.

La necesidad de estructurar una lectura de la realidad que justifique la explotación económica, evita que se miren las luces que aporta la inmigración como fenómeno milenario.

Vasconcelos propuso el ideal de la «Raza cósmica» en pleno auge del darwinismo e Iberoamérica sería el escenario para su surgimiento.

Para Martí siempre tuvo preponderancia la incorporación de lo mestizo, fruto amargo del encuentro con los españoles.

Por eso desdeñaba aquella visión de los positivistas, con Domingo Faustino Sarmiento a la cabeza, en la que se planteaba la disyuntiva entre «civilización y barbarie».

«No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza», afirmaba en su ensayo fundacional de «Nuestra América». Y el mestizo martiano incluía al indio, al negro y al español. Todos ellos, por caminos diferentes y traumáticos, llegaron tras la huella de la tierra, el pan y la luz que tan poéticamente sintetizó León Felipe.

El mestizaje cultural brilla en el sol de América e ilumina el mundo, considera el ensayista Leopoldo Zea.

«El latinoamericano se comprende ahora así mismo, no como un ente extraño, distinto, peculiar y ajeno a los hombres, sino como un hombre entre sus semejantes».

Y el pensador mexicano insistía en ese carácter de multiculturalismo. «Sus esfuerzos, sus luchas, le han llevado a encontrarse con otros hombres, que, como él, se esfuerzan por incorporarse a la tarea de construir un futuro, tarea que no puede ser vista ya como exclusiva de un determinado grupo de hombres, pueblos o culturas».

Pese al crisol de lenguajes que representa la inmigración para los que parten y para los que esperan, aún se imponen las fuerzas que embriagan a la sociedad con estereotipos y amenazas que niegan el valor de la diversidad y el encuentro. Las mieles del poder les impide humanizar una manifestación que acompaña al hombre desde el comienzo de los tiempos.

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