El universo o nada

La gran escritora mexicana Elena Poniatowska fue reconocida este año con el Premio Cervantes, el más importante en castellano y es la cuarta mujer

La gran escritora mexicana Elena Poniatowska fue reconocida este año con el Premio Cervantes, el más importante en castellano y es la cuarta mujer en recibirlo, junto a las españolas María Zambrano, Ana María Matute y la poeta cubana Dulce María Loynaz. Periodista y narradora ha publicado obras emblemáticas de la literatura mexicana como su crónica La noche de Tlatelolco, o novelas galardonadas como La piel del cielo, basada en la vida de su esposo el astrónomo Guillermo Haro, o biografías como Leonora, sobre la pintora Leonora Carrington, en su libro más reciente junta algo de ambos pues se trata de una obra biográfica sobre Haro titulado  El universo o nada, pronto a publicarse por Seix Barral y del cual presentamos el inicio en homenaje a la autora galardonada.

Las mujeres que van a darle el pésame a la Virgen se saludan de una acera a otra: «Buenas tardes», «Buenas las tenga usted», y sus rebozos negros contrastan con las jacarandas en flor. Es un Viernes Santo de 1913. Un mes antes, en febrero, la Decena Trágica también las enlutó y caminaron con la cabeza entre los hombros. Hace tres años que la guerra asfixia al país. Los cadáveres pasan a ser basura con la basura que nadie recoge en la calle. No hay agua ni luz.

-Yo vi la sangre.
-¡Quién vive!
-¿Adónde va?
-¿Qué quiere?
-Hay muchos muertos.
-Los cuerpos.
-¿Cómo se atreve?
-¡Traidor!
-A él ya lo fusilaron.

El 20 de noviembre de 1910, Madero encabezó un levantamiento armado contra Porfirio Díaz y desató la Revolución mexicana. En 1911 fue electo y los mexicanos fincaron en él su esperanza. El horrible Victoriano Huerta, al mando del ejército, lo traicionó. Gustavo Madero, hermano de Francisco, lo descubrió y arrestó, pero el presidente ingenuo, confiado, crédulo hasta el martirologio, le ordenó que lo pusiera en libertad. Huerta, el traidor, vejó, torturó y asesinó a Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez. A partir de ese crimen al país lo desgarran las desobediencias, las traiciones de Huerta, Carranza, Villa y Zapata. Solo concluirán con la proclamación de la nueva Constitución mexicana en 1917. Thomas Woodrow Wilson cumple tres semanas como presidente de Estados Unidos y evita cualquier referencia a la Revolución mexicana, al complot contra Madero y al conflicto de El Chamizal. Henry Lane Wilson, el embajador de Estados Unidos, se alió con Huerta para derrocar a Madero; Huerta repite que su misión es la paz y asegura que su ley de amnistía protege «a todos los reos políticos sin distinción ni credo». Desde las páginas de El Imparcial (que de «imparcial» no tiene nada, porque Huerta lo paga), el poeta José Juan Tablada reitera su apoyo incondicional al nuevo gobierno y lanza vivas a Huerta. ¡Pobre Tablada, tan buen poeta!

En un México perforado a balazos, los periódicos del 21 de marzo de 1913 se ocupan del santoral católico y olvidan el CVII aniversario del natalicio de Juárez. En su portada y páginas centrales reproducen «Al César lo que es del César» de Tiziano o «La Última Cena» de Da Vinci, cuentos y versos de Victor Hugo, Ignacio M. Altamirano, Manuel Carpio, Manuel José Othón, Joaquín Trejo, Campoamor, Justo Sierra y del obispo de Veracruz, Joaquín Arcadio Pagaza. Las alabanzas a la justicia divina, a la Dolorosa, a la pasión de Cristo y a la derrota de Satanás ocupan el primer lugar con los horarios de las misas que ofrecen la Catedral, La Profesa, San Felipe de Jesús, Santa Brígida, San Miguel y Santo Domingo.

Llama la atención un anuncio: «La Decena Trágica. Sucesos de los días 9-18 de febrero. Postales con vistas militares, ataques, defensas, muertos, heridos, ruinas, efectos del bombardeo, etcétera. Tenemos actualmente 48 diferentes. Precio: a 15 centavos cada postal. Al por mayor precios especiales. Félix Miret. “La Nobleza”. Av. San Francisco n° 54».

-Deme la de «Muertos durante la refriega del domingo 9 de febrero en la Plaza de Armas».
-A mí la de los soldados que disparan frente a Palacio Nacional.
-Yo quiero la de esos cadáveres…
-¿Tiene una de Huerta?

Una tragedia nacional que afecta la vida de todos y ensucia la historia del país termina en una postal de tres por cinco.

Xochimilco es la «Venecia mexicana». La sensación del momento, las «Pastillas Palangié» que acaban con la tos y la «Purgatina Saiz de Carlos», que vacía en un santiamén a los estreñidos. Los teléfonos Ericsson atienden a más de nueve mil quinientos usuarios en la capital y la «Harina Malteada Vial», recomendada por especialistas para los niños «antes, durante y después del destete», hace maravillas. Los avisos de ocasión garantizan que tan solo por cinco pesos se cura en ocho días «el vicio de la embriaguez sin que lo sepa el borracho» y promueven a un caballero extranjero, comerciante e industrial que solicita «para matrimonio inmediato viuda o señorita, humilde, respetable y de buena familia».

José de Haro y Marrón, padre de Guillermo, es hijo de Joaquín Aro y de Paz Marrón. Nació en la Ciudad de México el 30 de marzo de 1877 y sus padres lo bautizaron en la parroquia de San Miguel Arcángel, del siglo XVI, una de las más antiguas de la capital, en la que ahora es la calle de San Jerónimo, entre José María Pino Suárez y 20 de Noviembre. Lo llamaron «José Francisco de Paula Luis Gonzaga Juan Climaco de la Soledad y de los Corazones de Jesús y de María Aro y Marrón». La adopción de la partícula «de» es un signo de distinción. Esta creencia nace en Francia y se remonta al siglo XVI; se prohíbe su uso a quienes no pertenecen a la nobleza y se llega «a ridículas situaciones en las que plebeyos ricos compraban el derecho a añadir dicha preposición a su apellido».

Un acontecimiento histórico marca el año del nacimiento de don José: Porfirio Díaz inicia con su primer mandato, que va de 1877 a 1881, una dictadura de más de treinta años que el clero aprovecha para adueñarse de propiedades, fundar escuelas y hospitales, multiplicar diócesis y órdenes religiosas y, por lo tanto, aumentar su poder; el mismo Díaz se declara «católico, apostólico y romano» y la misa dominical es la más alta de sus prioridades. Reunirse en La Profesa o en la Catedral y presumir galas traídas de París es el gran acontecimiento de la semana. «No olvides tus guantes», «Están mal abrochadas tus polainas», «Doña Carmelita se mandó traer un sombrero de Poiré y le sienta como un tiro», «A la hija de Catita Escalante se le ha hecho cuerpo de albóndiga». En el seno de la clase media alta prevalece un celoso ambiente de casta, aunque varios jefes de familia inauguren la costumbre de la «casa chica». José de Haro asiste desganado a misa, más por costumbre que por convicción; en cambio, a su hermana Paz la anima una exaltada devoción.

Un Viernes Santo, el 21 de marzo de 1913, nace en el Distrito Federal Guillermo Benito Haro, segundo hijo de Leonor Barraza y de José de Haro Marrón. La madre de Guillermo, Leonor Barraza, nacida en Mascota, estado de Jalisco, una «población mestiza enclavada en una región aislada y montañosa» cuya fecha de fundación se desconoce, es bautizada con el nombre de «María Leonor Barraza, hija de Gabino Barraza y de Trinidad Briseño, en Mineral del Cuale, Municipio de Mascota, Estado de Jalisco, el 4 de septiembre de 1889 en la Iglesia de la Vicaría de Cuale por el Presbítero José Ramírez, cura interino». El historiador Carlos Gil escribe que Mascota «domina política y económicamente una zona abrupta y extensa de la parte occidental del estado».

Ignoro el año en que los Barraza se mudan al Distrito Federal y traen el campo de Mascota a San Lucas, Coyoacán; tal vez en 1910. Leonor tiene manos verdes: hereda la habilidad de sus padres para todo lo que es la tierra y siembra un pedacito de Jalisco en la ciudad.

Nadie mejor que ella para cultivar flores, frutas y verduras que se engríen con sus cuidados. Todo se le da generosa y fácilmente; la joven madre va y viene entre gallinas, pollos, perros, gatos y vacas, un mundo que tampoco le guarda secretos. El 28 de junio de 1914, cuando Guillermo cumple un año y tres meses, el archiduque de Austria, Francisco Fernando, y su esposa Sofía, son asesinados en Sarajevo por un extremista serbio. El crimen desata la Primera Guerra Mundial, aprovechado por el Imperio Austro-Húngaro y por Serbia, que tenían problemas de límites. Pronto intervienen los gobiernos de Rusia, Inglaterra, Alemania y Francia. Guillermo nace y crece en un contexto nacional e internacional marcado por revueltas, hambrunas, epidemias y muerte.

Los primeros años de la vida de los niños Haro transcurren en el barrio de San Lucas, Coyoacán, entre arroyos, tierra fértil para la siembra de maíz y para la cría de ganado. San Lucas se comunica con otros barrios gracias a la antigua Calle Real, más tarde Santa Catarina, Benito Juárez y ahora Francisco Sosa.

Leonor pertenece a una clase distinta a la de don José de Haro, por lo que se mantiene en la clandestinidad en una sociedad más que dispuesta a tirar la primera piedra. José de Haro tiene así una doble vida: por un lado es un solterón que vive con su hermana y por el otro procrea seis hijos, María Luisa, Guillermo, Carlos, Leonor, Ignacio y un hermanito fallecido cuyo nombre nadie recuerda. Paz de Haro y Tamariz, hermana de José, ignora a Leonor Barraza. Don José la visita los domingos en su huerta de San Lucas, Coyoacán. Los niños lo saludan y regresan a lo suyo.

Entre los seis y siete años, Guillermo se apasiona «por el cielo y todo lo que lo rodea, llegando a creer que el cielo terminaba en la cúspide de las montañas que rodean el valle de México». La respuesta a sus dudas se la da un viaje en tren a Cuautla, de la mano de su madre. Durante el trayecto descubre que la tierra jamás se acaba.

Regresan esa misma noche y ese viaje lo marcará; años más tarde lo recordará cada vez que alguien le pregunte por su vocación. Leonor lo es todo, padre y madre, educadora y cómplice, José de Haro es solo el señor de los domingos.

En la huerta de San Lucas, María Luisa tiene una burra y sus hermanos la llaman «la burra de María Luisa». Cuando dicen «Manzanitas» se refieren a Guillermo, chapeado y sonriente. María Luisa, Guillermo, Leonor y Carlos son niños sanos, de mejillas lustrosas y ojos brillantes; el último, Ignacio, es moreno y larguirucho. Guillermo escucha a los adultos con enorme interés, María Luisa sigue a su madre a todas partes y sabe cuidar gallinas ponedoras, encontrar los huevos en el jardín y hasta desplumar un guajolote. «¡Qué limpias las entrañas de este pípila! Nunca comió una porquería.» Con sus jacarandas y sus árboles de tejocotes, sus begonias y sus animales, la huerta de San Lucas es un paraíso en el que los niños siembran, cosechan y giran en torno a una figura materna providencial.

Tomado de El Cultural.

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