Para el poeta el primero de enero de 1994 -cuando miles de indígenas agrupados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), emergieron del espacio sombrío al que los había relegado la miseria- significó un quiebre en su vida: «Si bien Chiapas siempre estuvo presente en mi obra, en ese momento yo comprendí cuál era mi lugar». Invitado a formar parte de la Comisión Nacional de Intermediación por la Paz (CONAIP), Bañuelos dejó su casa en la capital mexicana y regresó a Chiapas a organizar las mesas de diálogo entre el gobierno y el EZLN: «Al meterme en la selva para acompañar a los indígenas en las negociaciones, sentí que me sacaban las vendas de los ojos para ponerme frente a la realidad lacerante que vive mi pueblo». Agrega Bañuelos que su presencia en la selva Lacandona trasformó su decir: «Si algo he aprendido de mi tierra y de mi pueblo indígena en estos nueve años, es a interpretar lo sagrado. Antes, Chiapas había sido apenas un símbolo de la nostalgia; el desenlace de la cultura prehispánica. El regreso me dio la oportunidad de conocer un neo arraigo, de estar en contacto con la cosmovisión, cosmogonía y mitología de los Mayas; una cultura de más de 2000 años. En este tiempo he sufrido junto a las comunidades una cruel realidad de hambre y aislamiento». De su primera estadía, antes de irse a estudiar Derecho, Bañuelos recuerda sus primeras lecturas: «Hasta 1959 no hubo carreteras que unieran a Chiapas con el resto de México, por lo que la relación era mayormente con Centroamérica. De ahí llegaban los libros que leíamos, yo conocí primero a Rubén Darío que a los propios mexicanos. A nuestras manos caían ediciones de países tan lejanos como Argentina y Chile. Las primeras cosas de Borges las leí durante mi adolescencia y también la poesía de ese irreverente Oliverio Girondo, que en mí tiene un gran peso». Considerado por Juan Gelman como «una de las voces más novedosas de la poesía en lengua castellana», Bañuelos reconoce que fue necesario «meter el cuerpo» para comprender el mundo Maya: «Leí a Vallejo antes de irme de mi pueblo y recién lo entendí ahora. Él sí supo escuchar cómo los indígenas adoptaron el español pero, sobre todo, cómo lo adaptaron de acuerdo a su sentido del tiempo y del espacio. Por eso ‘El traje que vestí mañana’ es, además de una referencia a Vallejo, un homenaje a los indígenas». Acerca de su próximo trabajo A paso de hierba, explica: «Se trata de una recopilación de todos mis poemas referidos a Chiapas, antes y después del movimiento de 1994. Un poco para entender este viaje de ida y vuelta, siempre alrededor de mi origen». Bañuelos sostiene que, a pesar del cambio que provocó el movimiento zapatista, los intelectuales mexicanos siguen creyendo que es un problema eminentemente de los indígenas, que no se puede solucionar: «No se dan cuenta de cuál debe ser el papel de la poesía. Los indígenas tienen una misma palabra para designar ser y lenguaje. El hombre es, para ellos, alma y sonido, un cuerpo sonoro puesto de pie, al igual que un poema. Por eso digo que es necesario poner a la poesía en su lugar. Porque ella más que ninguna otra forma escrita, respira del pulmón de la historia, la política, la fábula, la noticia, el humor y, sobre todo, del poder de interpretar lo sagrado del hombre. Siento que hoy por hoy, sobre todo en los países latinoamericanos, hay una obligación por parte de los intelectuales de responder a la demanda de la sociedad civil. Y la poesía debe tomar ese lugar». Bañuelos sostuvo que la sociedad mexicana: «Está temerosa ante la avalancha de la militarización en el país, sobre todo en las zonas indígenas. Hoy más que nunca se ve la expansión de los servicios de inteligencia, del mercado de las armas, del narcotráfico, del crimen organizado, del lavado de dinero y sobre todo, la vuelta de los grupos paramilitares en los altos de Chiapas». En el mismo sentido expresó: «La situación actual es compleja; y no está hablando la imaginación del poeta. Me atrevo a decir que bajo la política mundial tras los atentados a Nueva York, si los pueblos del sur se organizan para defender sus tierras, serán tratados como terroristas. Ojalá me equivoque». Vaticinios, deseos y palabras de un poeta que -según Gelman- «Sabe extraer belleza y esperanza. Y esto es un milagro». GELMAN HABLA DE BAÑUELOS El poeta Juan Bañuelos perteneció en los años 60 a «La Espiga Amotinada» -grupo literario de fuerte impronta política, aunque sin descuidar los aspectos formales de la creación- integrado por Oscar Oliva, Jaime A. Shelley, Jaime Labastida y Eraclio Zepeda. Bañuelos ha mantenido una labor sostenida como coordinador de talleres literarios de la universidades de México y ha colaborado en diversas publicaciones, especialmente en Plural donde coordinó la sección de poesía. Su obra ha sido traducida al inglés, checo, polaco, búlgaro, alemán, húngaro, noruego, sueco y rumano. Recientemente fue homenajeado en el Palacio de las Bellas Artes, en la capital mexicana, donde se realizó la presentación de su último libro Donde muere la lluvia, a cargo de los escritores Juan Gelman, Carlos Montemayor y Elena Poniatowska, mientras que la actriz Angélica Aragón recitó varios de los poemas del chiapaneco. Para Gelman, la voz de Bañuelos es de las más novedosas de la poesía en lengua castellana: «Su voz se instala en la historia, pero no de cualquier manera», porque Bañuelos «está atravesado por el tiempo de todos». El autor de Espejo humeante -agregó el poeta argentino- «recorre la realidad con ojos antiguos muy presentes y provoca el encuentro de misterios (…) Su palabra abraza la naturaleza para volverla infancia y devolverla al lugar que nadie puede escupir. Aquí asoma el prodigio: Bañuelos funde su mito personal con los mitos colectivos del pasado». Y sus imágenes: «Tienen cara de recién sacadas de la tierra. Viven en estado constante de admiración, asombro y estupor».