Dulcinea, lo sabemos, antes de ser universal fue del Toboso. Pero tampoco podemos desconocer que no hay verdadero arte sin una carga de futuro.
El Nuevo Cine Latinoamericano fue muy elocuente en este sentido. Surgió cuando el espíritu de cambio, allá por los años sesenta, apareció como una fuerza vital; cuando las mentes y los corazones se impregnaron de la convicción de que la realidad era transformable. Fue posible entonces el desplome del colonialismo, los movimientos de liberación en América Latina, la Revolución Cubana, los éxitos del pueblo argelino, la increíble resistencia de Vietnam, el Mayo Francés, la rebelión de los estudiantes norteamericanos, el despertar de todas las minorías. Arte y costumbres fueron renovadas y, con ellas, como una luz más, el cine latinoamericano.
El Nuevo Cine Latinoamericano lograba alzar nuestras voces como iguales. Salía del costumbrismo que, no obstante y a pesar de los pesares, había logrado en su momento frutos auténticamente diferenciados. Ahora el nuevo mensaje decía que las circunstancias podían ser diferentes pero los seres humanos éramos iguales. El Nuevo Cine significó un verdadero punto de giro en la espiral de nuestras cinematografías. Un alejarse definitivamente del populismo de décadas anteriores. Un acercarse más a una dimensión que, sin dejar de ser nacional, era más universal.
Después el tiempo se detuvo. La pasión le dejó el paso a la sensatez conformista. El realismo de los soñadores fue suplantado por el realismo de los impotentes. La fe en un mundo transformable fue sustituida por la fe en un mundo desechable. El hombre, como diría Eliseo Diego, entró en un espejo y salió su imagen. Imagen sin brújula, más fragmentada que nunca, propia de un espejo roto. Fueron tiempos difíciles para creer en el futuro.
Pero la espiral no se detiene. Un rumor empecinado está abriendo nuevos espacios treinta años después. No sólo los pobres, también los ricos, con sus matices y sus laberintos, sienten la necesidad de recuperar sirenas de cambio. Una vela blanquea en el horizonte. Una nueva oportunidad se le plantea a la vida y, por lo tanto, al arte. Los medios de comunicación, incluyendo al cine, siguen en su incapacidad para conciliar cultura con economía, pensamiento con entretenimiento. Pero estimula saber que cinematografías desconocidas, como pueden ser las de Macedonia e Irán o la de Dinamarca, están dando la cara por el buen cine, son portadoras de algunas de las mejores películas de los últimos años, están conciliando la tecnología con el ser humano, el espectáculo con la realidad. Se vuelve al criterio de que la verdadera comunicación creadora, lo es, en la medida que le revela, al espectador, su propio fondo de sabiduría que de manera latente éste posee.
Es el momento en que el cine latinoamericano puede volver también sobre sus fueros. Es el momento de todo el cine marginado. El momento de los independientes, no importa si de países subdesarrollados o desarrollados, que éstos también padecen bolsones de aislamiento. Es el momento de romper la monotonía y volver a la variedad. Es el momento de garantizar a los pueblos el derecho a ver cine de todas partes del mundo y no sólo el de las transnacionales norteamericanas. Frente a la globalización actual, una globalización de la diversidad. Frente a una cultura de la fama, una cultura del talento. Frente a una cultura esclava del mercado, una cultura que se enfrenta al mercado. Sustituir el éxito de los que se subordinan al mercado, por el éxito de los que vencen al mercado. El fracaso pertenece a los que, queriendo entrar en las reglas del juego, no logran el éxito que persiguen. Los que quieren transformar el mercado, pueden no llegar a tener éxito pero nunca serán víctimas del fracaso. Las reglas del mercado no son sus leyes.
Hay demasiada fama producto más del mercado que del talento. La crítica puede ayudar a revelar donde está el uno y donde, el otro; cuando nos dan gato y cuando liebre; cuando confundimos las innovaciones tecnológicas con las innovaciones artísticas; y hasta puede ayudarnos a ver cuando la intolerancia con una obra nos lleva a ser intolerantes con todo un movimiento artístico. Si las promociones millonarias de las transnacionales anulan el efecto individual de la crítica, busquemos entre nosotros una conciliación más profunda entre el indispensable rigor de la crítica con la promoción que no tenemos. A veces, viendo la complacencia que hay con las malas películas de las transnacionales, dan ganas de proclamar nuestro derecho a hacer también películas malas. Confiemos en que el talento se impondrá a la fama. Pero a Dios rogando y con el mazo dando. Si queremos seguir haciendo el tonto sepamos al menos que no todo lo que brilla es oro ni todo lo que es oro, brilla. Sin olvidar que para el talento, el éxito no está en las candilejas sino en ese difícil empeño de lograr ser fiel así mismo.