El miércoles 16 de octubre, se cumplen dos años de la desaparición del novelista creador de Murámonos Federico. Esta entrevista, más o menos cierta, fue escrita post mórtem para el libro Retrato de Joaquín Gutiérrez, de próxima publicación.
Les juro que esa mañana del 17 de octubre del 2000, en el Teatro Nacional, cuando se le rindió estricto homenaje, sentí verdadero miedo. Sudé frío y me temblaron hasta las orejas.
Estaban allí todos los amigos, muchos intelectuales distinguidos, los obreros, los artistas, las mujeres de Manglar, los niños seguidores de Cocorí y las autoridades del gobierno, encabezadas por el Presidente de la República.
Me habían encargado las palabras de despedida y mi temor no era sólo por el flamante recinto y el bullicio que despedía aquella multitud en duelo. Mi susto mayor estaba en pensar cómo iban a recibir los dolientes -con el féretro de Joaquín al frente- esa loca tesis mía de que el maestro no estaba muerto.
Ya sé que no anduve demasiado claro y que algunas palabras se me atropellaron, pero lo único que hice fue expresar lo que sentía. Y así, mientras muchos lloraban su pérdida y había rostros de dolor por todo lado, yo -que lo amaba con lealtad de hijo- afirmé, con atrevida soltura y contundencia que, a partir de ese momento, Joaquín Gutiérrez, nuestro novelista mayor y el poeta preferido de los niños, estaría más vivo que nunca.
Dije que aquel acto no era más que una nueva despedida para el espigado trotamundos sin tregua y que un hombre de sus dimensiones no era de esos hombres que así, simplemente, va y se muere.
Lo di por vivo estando allí, en un catafalco muerto. ¡Era una locura! Aparentemente.
Tuve dudas y por eso tuve miedo.
Pero ahora, que han pasado ya tantos meses, no creo haber mentido ni tampoco haber estado, de veras, tan delirante.
Aparte de algunos minutos escasos, cuando tomo con urgencia el aparato telefónico para hacerle una pregunta rara y me doy cuenta de que equivoco el número y me sale una empleada gritona, o bien cuando siento la necesidad imperiosa de su conversación inteligente sobre hombres, dioses y misterios, y él no me responde nada… aparte de esos minutos tránsfuga, la verdad es que el maestro sigue aquí, conmigo y con su gente.
Ahora más que nunca me ha tocado hablar de él en lugares académicos o deportivos, ahora más que nunca me vienen a la memoria sus chispazos, sus diatribas, sus chistes blancos o sus ironías bien negras. Ahora he tenido que re-leerlo y re-vivirlo constantemente y hasta me han pedido que desempolve mis viejas herramientas de reportero para hacerle esta entrevista globalizante que recoja de alguna manera sus ideas y sentimientos. Para mí sigue vivo. Y me sigo riendo a solas con las dedicatorias vacilonas de todos sus libros. Después de todo, si la muerte es el olvido…
Lo he vuelto a sentar en la vieja Soda Guevara, como en los revolucionarios 70, cuando casi todas las tardes nos gastábamos un percolador de café negro con dos tortillas de queso derretido y un montón de cigarrillos Capri. El ambiente es medio pobrete, pero bueno para la tertulia, aunque en aquella mesa de carajillos están haciendo mucha bulla.
Humean las dos tazas del petróleo meseteño y esta vez no están aquí sus malvados cigarrillos Rex. Se los acabo de enredar dentro de su propio cartapacio de cuero marrón y sé bien que por eso está un poco incómodo. Sus manos rebuscan nerviosas en la bolsa del saco, pero solo encuentran la cajetilla de fósforos Lucero, un lápiz viejo sin punta y el ejemplar de Libertad, doblado en ocho partes.
Y no manda a comprar tabaco, no porque no quiera, sino porque está muy entusiasmado con la charla y porque las interrupciones de tantos amigos suyos que le golpean el omoplato de pura admiración, ya le han parecido suficientes. Desde el fondo, ya casi en la puerta, el doctor Láscaris le hace una reverencia oriental, pero no se detiene a saludarlo.
Afuera llueve sin mucha gana. No sé para qué vino con este paraguas de «la liga» tan grande como una carpa.
Joaquín quiere continuar sin colapsos una historia de juventud y agita emocionado las inmensas manos y los larguísimos brazos. De repente se le escapa una palabrota y grita con voz de trueno o suelta una carcajada estentórea. La Guevara se queda como muerta. Un silencio como de vidrio emburbuja los ruidos y las tertulias circundantes. Los cafeteros de las 3 p.m. vuelven a ver y a mí me da un poquillo de vergüenza, pero el maestro sigue vociferando como si nadie lo estuviera viendo:
-Es que no había condiciones para quedarse aquí, muchacho. Esto era una aldea. Con Paco, con Yolanda, con Calufa, con Arturillo, lo hablábamos constantemente. Uno sentía como la apretazón de lo pequeñito, la predisposición rural, la actitud de lo chiquitico, y yo estaba lleno de juventud como para conformarme con tan poco… Ya te lo dije monstruo, si me quedaba aquí tenía que estudiar derecho o hacer de farmacéutico …y no me iba a pasar la vida detr*s de un mostrador, vendiendo condones y gomas de eucalipto…Ja-ja-ja-ja…
Y se volvió a congelar la cafetería en el más vidrioso de los silencios. Ahora todos lo miran. Le ponen cuidado a su despeinada melena de pelo blanco y a su metro noventa de estatura, medio mal puesto en la incómoda silla de madera y hierro, pero dueño de un plantón que cualquiera se lo desea a pesar de sus 60 bien cumplidos y mejor bailados.
¿Usted estaba enamorado de Yolanda?
-Todos estábamos enamorados de Yolanda. ¡Es que era muy bella. Cuando pasaba, el Irazú se ponía patas pa’rriba!
Fíjate que era el año 35, terminamos bachillerato y trabaj*bamos juntos en la Tributación Directa, que estaba en el tercer piso del correo. En la mañanita todos nos veníamos anticos de las siete para verla subir las gradas…jajajaja.
Era tan linda, que un día un enamorado loco se la robó. Le metió un cachiporrazo y la montó en un carro con rumbo a Escazú. Una emisora de radio lo dijo y entonces todos los galanes de San José se fueron a perseguirlo. Yolanda se hizo la aturdida por el golpe y le dijo al secuestrador que se sentía muy mal, que necesitaba una pastilla. Pararon en una pulpería y la Yoli se brincó el mostrador y escapó por el cafetal del fondo. Ya cuando eso los galanes estaban listos para darle una paliza al secuestrador. Y ahí mismo se la dieron.
Después se enamoró de Yolanda el embajador de Chile. Se volvió loquitico y por eso lo mandaron a llamar de Santiago. El dijo que no se iba sin ella, por lo que llegaron a un pacto: matrimonio pendiente y camarotes separados. Muchos meses después aparece Yolanda en el grupo y le preguntamos qué pasó. «Aquí vengo -dice- casada, viuda, virgen y mártir…»
El tipo la había obligado a casarse, pero luego se pegó un tiro…
¿Y cómo fue entonces que se largó Ud. para Chile?
-Si yo no iba para Chile, monstrito. Me inscribí como ajedrecista al campeonato mundial de Buenos Aires y de allí pensaba saltar a Francia, donde estaban mis parientes por el lado de mamá. En medio del viaje se arma la Segunda Guerra Mundial y, ni tonto me voy a meter en París para que me enrolen o me maten. Tampoco voy a volver a San José con el rabo entre las piernas, después de que me habían echado lloronas y serenatas de despedida. Así que pienso un poquillo en el entorno: en Argentina se recuperan a poquitos del golpe militar; en Brasil está la dictadura de Vargas; en Uruguay hay levantamientos; en Paraguay no debe haber nada que hacer…Y en Bolivia menos… Chile, me queda Chile. Acaba de llegar al poder don Pedro Aguirre Cerda con un gran movimiento popular y recuerdo que cuando pasé por allí, me encantaron las chilenas y el vino, porque ya sabés:
Bueno el vino, cuando el vino es bueno…
pero cuando el agua…
es de un arroyo puro y cristalino…
Prefiero el vino.
Y otra vez la sonora carcajada. En la puerta se detiene Sherman Thomas a escampar un poco y a ver qué es el bullicio. Los parroquianos de la Guevara ,que miran a Joaquín con simpatía, aplauden en silencio ese don de vitalidad y alegría que llenan todo el recinto, aunque afuera llueve con intenciones no muy benignas.
-El pasaje de retorno lo pedí en efectivo y me largué para la Cordillera a ver si me topaba con algún tico. En el hotel Bristol, de Santiago, frente a la estación Mapocho, me hicieron llenar una boleta con las generales de ley y cuando llegué a profesión, me percaté de que no tenía ninguna. Llevaba dos libritos de poesía inéditos y no iba a ser tan faruscas de ponerme Poeta, y menos en Chile, con Huidobro, con Gabriela y con Pablo. Tampoco iba a poner ajedrecista, porque eso no es profesión, así que puse nigromante, que fue lo primero que se me ocurrió, y el viejo del mostrador se me quedo viendo medio raro, pero … Así fue como ingresé en Chile… como un nigromante.
Luego vino la poesía, los amigos, Neruda, la bohemia, la Nena (que fue lo mejor que me pudo pasar), el PC y mi trabajo de periodista en Reuters y en El Siglo. Y los viajes… Europa, China, la URSS, Vietnam…Viajar es necesario, vivir no. Por eso te puedo repetir como dijo alguien por ahí: Nada conozco, sino el Mundo. Nada me ha pasado, sino la vida.
Y ahora que mienta PC, maestro, ¿desde cuándo se hizo comunista?
-Mirá, yo creo que desde toda la vida. Es que casi siempre estuve pegado al Partido. En aquellos tiempos, con la guerra española y con el fascismo, no había mucha alternativa inteligente y todos los grandes intelectuales eran de izquierda…Ya desde niño me había conquistado Sandino, el guerrillero de las Segovias. Su insignia era rojinegra. También era roja la bandera del padre Volio, mi primer partido político. Rojo era el gallerdete de don Quijote, roja la bandera de Espartaco, roja la de los marselleses que avanzaron cantando sobre París y roja también la bandera que soñó y bajo la cual duerme M*ximo Gorki… Siempre anduve con una misma bandera y espero que algún día ondee por todo el mundo. Oíte esto:
Con un ojo he visto la fuerza del viento,
con el otro ojo, la del pensamiento.
Con uno he mirado la noche que llora,
con el otro fijo, prendido en la aurora.
Con uno he mirado la rosa marchita,
con el otro el grano, la fuerza infinita,
cuanto nos da vida y cuanto nos la quita.
¿Y con cuál has mirado el presente?
Ese lo he mirado con toda la frente.
¿Y con cuál has mirado el camino?
Con el ojo rojo que nada en el vino.
Aquí sí, los aplausos no se hicieron esperar y el viejo miró gozoso la chiquillada que lo rodeaba. Tomó nota de su público inesperado.
¿Y qué era lo que llevaba de poesía cuando llegó a Chile?
-Dos librillos de los años 37 y 38 que me publicó aquí don Elías Soley… Por cierto, te cuento otra historia: No se cómo le llegó uno de ellos al célebre teórico de la literatura peruana don Luis Alberto S*nchez, quien por esas fechas dirigía en Chile, la revista Ercilla… Pues va y publica un artículo sobre «un poeta de Costa Rica nacido en 1902 y precursor de García Lorca», con citas de mi librillo. ¿Qué te parece?… Me fui a buscarlo y le dije: vea maestro, soy fulano de tal y nací en 1918. Muchas gracias por lo que dijo, pero en verdad es todo al revés: mi poesía es la que le debe todo a Federico.
Y es que Lorca nos volvió locos a todos. Aquí, en el viejo San Chepe, teníamos un amigo poeta que trabajaba en la Biblioteca Nacional…Por cierto, ¿quién sería el animal que mandó a botar ese edificio tan lindo?
-No sé, maestro, algún prestamista.
-Bueno, pues ese poeta (Ricardo Segura, se llamaba) recibía los paquetes de libros nuevos y los escondía en estantes que los del grupo no conocíamos. Luego llegaba a la cantina Morazán y nos decía: ¿quieren el último de Federico? Bueno, páguenme un traguito y se los presto. Así nos llega El Romancero Gitano o Poeta en Nueva York. Y sabés qué era lo que tom*bamos: guaro con helado de palito. En medio vaso de guaro poníamos un helado de cas y con el palito lo movíamos… Jajajajajaja.
El poeta Joaquín Gutiérrez entró a Chile con dos tomos: Poesía (1937) y Jicaral (1938). Luego, en 1973, editó «Te conozco Mascarita» .
Después de eso no publicó más versos, salvo cuando jugaba con alguna broma o satirizaba algo en el periódico Universidad, obra casi desconocida. Pero no era raro que, en medio de una charla como esta, le saliera alguna rima espontánea para deleite de sus auditores. Como aquellos versos colombianos que le encantaba recordar pues ponían en ridículo a un viejo gamonal quien volteó de un lado a otro la escultura del Libertador:
Bolívar con disimulo
y sin faltar al respeto,
decidió voltearle el culo
al indio González Nieto.
Bolívar con disipeto
y sin faltar al res-mulo
decidió voltearle el nieto
al indio González culo.
Si bien Joaquín Gutiérrez vuelve de Chile como novelista, cuando se fue, en 1938, iba como poeta y la verdad es que la poesía reverbera en toda su obra y es en las descripciones líricas donde encontraremos uno de los elementos más encantadores de su narrativa.
-Es cierto, yo comencé a escribir versos muy güila. Es que me encantaban las palabras y entonces leía y leía, aunque no entendiera nada. Jejeje. Cuando papá me llevó adonde don Joaquín García Monge para que me orientara en literatura, -porque papá se dio cuenta que yo no servía pa’ otra cosa- don Joaco me dijo: A ver mijito, mostrame los versos que traés. ¿Y cómo sabía don Joaquín que yo traía versos en cada bolsillo?
Yo le leí algunos poemitas y él me pagó prest*ndome dos libros. Lo primero que me prestó fue uno de Sor Juana Inés y otro de Engels…»Si no me los perdés, te presto otros dos cuando volvás», me dijo. Ve que rico, ¡tener un conductor de lecturas como García Monge!
¿Y le hacía versos a las novias?
-¡Claro! Una vez una noviecita me pilló paseando por el parque Morazán con otra y entonces pensé que podía arreglar la torta con un versito que le regalaría a la primera. Decía:
Que tenga yo dos novias
no es seña mala,
que no hay ave que vuele
con solo un ala.
De nuevo las carcajadas y algunos tertulianos empiezan a arrimar sus sillas para orejear mejor lo que dice el maestro. Arriba, en el techo de hierro, los goterones traquetean duro como si estuviéramos en octubre.
Entonces ¿usted se siente poeta o novelista?
-Fíjate vos que no sabría. Es que es como lo mismo… Uno escribe en verso o en prosa, pero siempre tiene que ser poesía, si no, no sirve. Uno no busca el género, es algo que le nace y no se puede saber por qué. Vos no te pregunt*s nunca por qué canta el canario, ¿verdad? Pues así es, te nace simplemente…Y qué asombroso y laberíntico el proceso de la creación. Cogés de aquí, traés de allá y mezclás con tu pizca de originalidad. Y si sos sincero, te suena la flauta.
Pero también hay técnicas para escribir de cierta forma…
-Ah no, no me veng*s con cuentos…Conozco un poeta que busca palabras en el diccionario para hacer sus libritos. Un día me llamó por teléfono para pedirme nombres de p*jaros chilenos, porque iba a escribir sobre Chile, que estaba de moda. Ya me tenía cansado con sus preguntas y entonces le dije que la diuca… jajajajajaja. ¿Sabés que es la diuca?
No.
-Pues la pinga…Jajajajajajajajaj*. Y así lo puso en el libro…jajajajajajajaj*… ¡Todas las rimas le salían torcidas¡ Yo creo que ese poeta debe haber escrito aquel verso que dice:
Pobre la niña María
siempre vestida de blanco
siempre sentada en un banco
siempre llena de melanco
——–
lía,
El aguacero aprieta afuera y ahora sí los contertulios ponen más cuidado a Joaquín que a lo que estaban haciendo. Se puede decir que la Guevara gira en torno al maestro. Ahorita se me van a meter en el diálogo y eso sí me jode la paciencia.
Y en el periodismo, ¿cómo fue que se metió?
-Por pura necesidad. Imagínate: estaba chonete y me puse de novio en Santiago. Tuve que buscar trabajo a toda carrera… Me fui a la Agencia Reuters y ofrecí mis servicios para lo que fuera. Me hicieron una prueba y me dejaron traduciendo cables. Ahí salió la sabiduría de papá, con el estudio del inglés. Me procuró otro idioma para que pudiera comer. Ve que sabio… Eran los tiempos de la guerra y había que traducir mucho. Me tocó la noche del ataque de los alemanes a la Unión Soviética y también traduje los discursos de Winston Churchill.
Pero ¿por qué escogió una agencia de prensa? ¿Por qué no fue a una tienda, a un almacén?
-Porque eso era lo que yo sabía hacer. Si hubiera podido escoger tal vez no escojo eso. Si hubiera sabido manejar un tractor o un linotipo…Pero lo que yo sabía era escribir y como tenía el inglés que pap* me obligó a aprender en Estados Unidos…
¿Le ha servido de algo el periodismo para su literatura?
-Yo te diría que el periodismo es un instrumento importante, pero hay que saber retirarse a tiempo -como decía Hemingway- porque obliga a una visión superficial. No hay chance de investigar, todo hay que apresurarlo y entonces te podés acostumbrar a esa visión. Pero también tiene virtudes. En la redacción del primer diario donde trabajé en Chile, había un gran cartel que decía: «qué, quién, cuándo, dónde, cómo, por qué». Y teníamos que escribir respondiendo eso, de modo que el orden era: «Ayer en Hatillo Siete, a las nueve de la mañana, un fulano de tal se comió una vaca por celos….jejejejejeje.
Bueno, pero entonces ¿sirve o no sirve?
-Sí, te da muchas cosas. Te da una prosa comprensible, te enseña a impactar con pocas palabras, te da las bases de lo informativo y aunque después en la novela te podés brincar todo, son instrumentos útiles.
¿Y cómo ve ese periodismo nuestro de hoy?
-Uy, da dolor de estómago.
Maestro, mejor vamos a cambiar de tema, porque por aquí anda mucho periodista suelto. Usted sabe que en esta soda se cafetean los profesores y alumnos de esa escuela y si nos oyen criticando al periodismo nos pueden linchar…
Dígame una cosa, maestro, ¿por qué siempre dice usted que nació en Limón, cuando yo he visto su cédula y…?
-Ah, lo que pasa es que todos mis recuerdos lindos de infancia vienen de Limón… Te voy a explicar como me lo aclaró una vez Calufa, cuando le pregunté por qué decía que era alajuelense, si yo bien sabía que era de San José.
Haciéndose el chiquitín, me respondió: «Se te oculle, que yo voy a confechar que choy un jochefino».
No, a mi San José siempre me resultó amorfo, escaso de car*cter…En cambio Limón…Limón es la vida.
¿Y la muerte , la muerte que es?
-La muerte no existe.
¿Cómo, cómo?
-Claro, la muerte no existe. Lo que existe es el olvido.
Ya son como las cuatro de la tarde y ahora sí el aguacero es cerrado. Las ventanas de La Guevara se han nublado con el calor de los parroquianos y el humo de los tabacos, pero todavía hay dos temas que no quiero dejar por fuera: Shakespeare y la política. Sé bien que son pasiones suyas y no quiero irme sin una respuesta, nadie sabe si esta es la última entrevista que le haga… Pero él se ha desviado ahora con los recuerdos de la infancia, que lo asaltan muy a menudo, y me cuenta de su tío Agustín Gutiérrez (tío Tin), quien poseía una inventiva extraordinaria y le relataba a los sobrinos historias de fantasía.
-Durante las vacaciones, todos los sobrinillos estábamos atentos a la llegada del Tío Tin. Trabajaba en la aduana y nos contaba fant*sticas historias de la selva, sobre bucaneros en el Caribe, los raj*s de la India o el Gran Elefante Loco, al que las poderosas balas dum-dum apenas si le hacían cosquillas… Nos sentábamos alrededor de su poltrona y pasábamos tardes inolvidables oyendo sus aventuras fantasiosas. Ahora, ya de viejo, me parece que ese fue el primer estímulo que recibí para empezar a escribir novelas.
¿Y no habrá sido Shakespeare?
Se queda con los pequeños ojos pardos clavados en el vacío y con las diabólicas cejas blancas muy empinadas: como emocionado por la pregunta. Los «hueleles» de la soda ya se pegaron descaradamente y ahora Joaquín no habla para mí, sino para un grupo de más de diez universitarios que le aplaudirán cualquier ocurrencia y de paso me arruinan la grabación. Afuera se ha soltado un huracán, una tempestad shakespereana, pero el poeta no se ha dado ni cuenta. Alguien le pasó un Chesterfield y lo «golpea» con exagerado deleite. También me jodieron el plan de reducirle el consumo de tabaco…
-¡Cada vez me asombra m*s Shakespeare! ¡Cada vez le descubro m*s cosas de genio! Ese poder gigante que escapa a la comprensión de los hombres normales… Y no te puedo decir desde cuando lo leo. Seguro fue con monseñor Sanabria, que era mi profesor de literatura en el Colegio Seminario, donde también nos daban latín. Allí me enseñaron esa regla que dice: todos los sustantivos de la tercera declinación son femeninos, con excepción de:
pannis, piscis, crinis,
finis, ignis, lapis,
pulvis, scinis, orbis,
sanguis y canalis, panguis,
unguis, unis cum analis,
punlis, pastis, vetis,
mencis, torris, folis,
calis, tonquis, coquis,
circunis,
turquis y
cucumis.
Y claro, la barra de la Guevara explota en risas y aplausos. El aguacero de afuera ni se siente y un miembro infiltrado del PC pretende echarse una retahíla; pero no lo dejo, porque estamos hablando de Shakespeare.
-¡Es que era muy grande! Fijate que cuando las brujas le pronostican a Macbeth que va a ser rey y lo tientan, la tentación es tan feroz que hay un momento en que Macbeth dice: «y todo es, salvo lo que aún no es». Es decir, todo el presente desaparece en función de lo que todavía no ha ocurrido. ¡Fíjate qué bárbaro! Y luego viene este monstruo de don William con un verso yámbico en que Macbeth dice muy sofocado : «mi asentado corazón comienza a golpetearme las costillas, alterando su ritmo normal». O sea, que le viene una palpitación a Macbeth y sentimos que nos cambia todo el ritmo, para hacer, en el verso, un corazón acelerado. ¡Cómo diablos puede lograr eso! Todos los escritores, cada vez que lo abordemos, vamos a sentir el mismo deslumbramiento que debe sentir un arroyo cuando se adentra en el océano. Ya lo dijo Goethe: «Shakespeare agotó toda la naturaleza humana, en todas direcciones y en todas las alturas» y es muy difícil no caer en la idolatría, como nos advirtió Ben Jonson.
Pero políticamente no estaba en nada, le digo para provocarlo.
-Tonterías, no digas tonterías, muchacho. Shakespeare está perfectamente metido en los problemas de su tiempo, lo que pasa es que emplea lejanas geografías o roba personajes históricos para profundizar los más angustiantes problemas de la raza humana con cierta distancia de la Corte. A la postre nos da una resolución poética de la vida del hombre en todas sus relaciones: visión de familia, de sociedad, de universo. Y es por eso que su público llega fervoroso al teatro El Globo a escuchar, de pie, su mensaje después de caminar varios kilómetros y pagar un penique por la entrada. Porque les toca sus problemas inmediatos y disfraza entre sus personajes aparentemente ajenos, las críticas que le despiertan la reina virgen con sus 200 amantes y el mundo en descomposición que es la Europa del siglo XVI. Lear -por ejemplo- es un rey demente que le sirve para lanzar al escenario verdades quemantes, incluso frente al propio rey Jacobo, quien est* presente en el estreno… Era su manera de estar comprometido.
¿Y cuál es la suya?
-Ah no, yo siempre he estado hasta las cachas. Con bandera roja a mis espaldas.
Sí, pero ¿cómo valora la política? ¿Cómo entra ella en su literatura?
-Eso yo te lo contestaría con mi definición de política. Para mí política es la ciencia y el arte de conducir un pueblo hacia un destino mejor, por lo que no se trata de la acción política contingente, sino de un proceso muy largo que lleva muchas etapas. O sea, es la política de hoy, de mañana, de pasado mañana y la de aquí a mil años…Ahora, la literatura es una forma de conocimiento de la realidad, una expresión mejorada de ella y capaz de producir eso tan indefinible que se llama la emoción estética, por medio de la cual podemos ayudar a la marcha de la sociedad. Entonces, para mí política y literatura van juntas…¿Entienden?
Claro que eso en mi generación era más fácil, porque estábamos unidos, no había tanta atomización ideológica. Los intelectuales -con ilustres excepciones- éramos todos comunistas o de izquierda. Pens* en Fabi*n, en Calufa, en Yolanda, en don Joaquito, en Carmen Lyra, en Fofa…
Entonces empujábamos juntos para ese destino final y lo hacíamos por todos los medios, en la práctica y en los libros. Por eso ambas cosas: política y literatura, iban juntas, porque se trata de encontrar un mejor destino para la humanidad y en eso la literatura también ayuda.
La tertulia tiene que terminarse aquí. Ya son casi las seis de la tarde y la Guevara cierra temprano los viernes. Afuera ya no llueve tanto, pero entre las mesas corre el agua como por su casa. Mientras lo escuchábamos embelesados, se taquearon los caños y hay una inundación en toda la esquina. Es como para llamar a los bomberos. Joaquín se arrolla un poco el pantalón, que de por sí siempre le quedaba medio chingo, empuña el inmenso paraguas rojinegro y sale dando brinquitos y alaridos de niño por entre los charcos, con un brazo asido a mi saco y un cartapacio rojo que adentro lleva los cigarros. San Chepe, 16 de octubre del 2001.