La concesión del Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas Llosa despertó –en octubre pasado– un cúmulo de reacciones enfrentadas. Desde los aplausos jubilosos de la prensa neoliberal, hasta las críticas más crueles de los sectores de izquierda.
Varios amigos me pidieron opinión y, lamentablemente, contra todas sus esperanzas, han tenido que apechugar una –para ellos– “inesperada” respuesta. Incluso me han increpado, y poco menos que insultado, por no condenar al apóstata hoy victorioso. El aprecio por esas amistades y la búsqueda de la verdad aristotélica, que a menudo no está en los extremos, es lo que me provoca este intento personalísimo de divagación razonada.
Conozco a Mario Vargas Llosa (MVLL). He tenido el privilegio de debatir y compartir mesa con su tertulia galana, erudita y respetuosa. Me he leído, y conservo, casi todos sus libros, y los he comentado en la prensa. Soy su seguidor, lo digo sin ocultar orgullo. Adscribo casi todos sus planteamientos literarios y estoy en contra de casi todas sus posiciones políticas, en particular de sus malas juntas con la mafia cubana de Madrid y Miami. Pero, así y todo, me siento profundamente feliz de que lo hayan premiado con el Nobel de Literatura 2010.
Con el riesgo que implica decirlo, no comparto para nada que la gente de izquierda denigre al autor, descalifique al galardón o condene a la Academia Sueca, en razón de los comportamientos políticos de MVLL y sin justipreciar su encomiable obra. Tampoco me simpatiza, como hizo Sergio Ramírez, que sólo se lo elogie por el premio literario obtenido, disimulando su comportamiento ambiguo o retrógrado en lo político y lo económico.
Cada cosa en su lugar, pues podrían ser compartimentos estancos.
Advierto también que no soy estructuralista-semiótico y, como no suelo separar al literato de su obra, los considero y valoro intrínsecamente unidos, aunque también admito que se dan casos en que lo conductual no se corresponde con el producto artístico, y éste puede ser uno de ellos; por eso tengo la necesidad de indagar –para mí y mis lectores– cuáles serían las razones de tan polémica contradicción.
¿Quién podría explicar por qué ese reformador social, autor de un libro didáctico ejemplar para la niñez de todos los tiempos, el Emilio, tuvo seis hijos a los que abandonó en orfanatos como cualquier padre desalmado? ¿Cómo ese mismo Juan Jacobo Rosseau, autor de El Contrato Social, que busca la libre convivencia entre gentes y sociedades, agarraba a golpes a su mujer todos los domingos y entre semana?
Nadie lo puede explicar. Y no es el único caso de contradicción entre lo que un escritor piensa o escribe, y lo que hace como individuo. Ocurre a menudo entre los autores de ficción, cuyo producto literario suele estar más gobernado por las ensoñaciones que por la razón. Balzac, el gran abanderado de los clochards, de los miserables, era reaccionario y monárquico. Ezra Pound, el lírico poeta estadounidense, era un facho propagandista nazi. Y ni hablar de la casta y angelical Emily Brontë, máxima diseñadora del mal y de lo perverso en Cumbres Borrascosas. O de José Santos Chocano, un tierno cantor modernista de nocturnos, que servía de lacayo al dictador guatemalteco Estrada Cabrera y al peruano Leguía.
Y es que, en todo caso, la contradicción es una de las presencias más seguras de la vida, y MVLL –me parece a mí– es un compendio de contradicciones y es lo que más se parece a muchos de sus veleidosos personajes. ¿Acaso no se estará escribiendo él mismo en la vida real, como lo ha hecho con sus menos consecuentes en la novela?
Nada de eso lo justifica, naturalmente, pero quizás ayude a comprenderlo.
O cuando menos a entender este debatido premio.
Veánse si no, estas dos afirmaciones suyas:
1-“Una revolución, si es auténtica, suprime un cierto tipo de injusticias radicales, establece una relación más racional y humana entre los hombres y a mi no me cabe duda, por ejemplo, que en Cuba ha ocurrido así”.
MVLL, Literatura en la revolución y revolución en la literatura. Siglo XXI editores, 1970.
2- “Y sabemos también que esa dictadura (Cuba) declinante y putrefacta, antes de desaparecer, dará algunos coletazos todavía, añadiendo sufrimiento e ignominia a ese desdichado país al que ha cabido el triste privilegio de padecer el más largo régimen autoritario de toda la historia latinoamericana.
MVLL, Diario de Irak. Aguilar, 2003.
A sólo treinta años de distancia, como si fueran ruedas de molino, el autor se tragó todo lo que había dicho sobre Cuba y ni siquiera tosió. Y sobre la isla podríamos agregarle docenas de contradicciones más, pero baste con recordar su abierto apoyo a los sandinistas en el reportaje “Nicaragua en la encrucijada”, de mayo 1985, y sus artículos –primero en contra y después a favor– de la invasión y la masacre en Irak, publicados en El País de Madrid, entre febrero y agosto del 2003.
Con su obra periodística y literaria a mano, se pueden observar muchos desaguisados similares, aunque no tantos como los del enciclopedista de Ginebra. O como los que el propio Vargas Llosa le atribuye a Neruda en relación con Stalin (polémica con Benedetti 1984). Curiosamente, lo que MVLL le imputa al vate chileno –mutatis mutandi– se le podría aplicar a él. Vean si no:
“Hay una extraordinaria paradoja en que la misma persona que, en la poesía o la novela, ha mostrado audacia y libertad, aptitud para romper con la tradición, las convenciones y renovar raigalmente las formas, los mitos y el lenguaje, sea capaz de un desconcertante conformismo en el dominio ideológico, en el que, con prudencia, timidez, docilidad, no vacila en hacer suyos y respaldar con su prestigio los dogmas más dudosos e incluso las meras consignas de la propaganda”.
MVLL, Entre tocayos, El País 1984.
¡Increíble verdad! Bueno, la vida es contradictoria.
Claro que lo ideal sería que un poeta sea muy coherente con sus posiciones, con su conducta y con su imaginario creativo, pero estamos analizando el producto humano y si algo hay humano en todos los sentidos, eso es la creación literaria.
En muchas partes se ha dicho, con bastante razón, que Vargas es un escritor de derecha con una obra de izquierdas, y es lo que trataré de documentar aquí.
Para comenzar: casi toda la obra mayor de MVLL se concentra en los primeros años de su carrera, cuando él era un verdadero revolucionario de la literatura y un joven limpio de ideas socialistas que encomiaba la revolución cubana. Visitaba y admiraba la isla y hasta co-dirigía la revista Casa. Toda su inspiración artística estaba libre de influencias políticas malsanas o de tentaciones espurias. Es la producción innovadora de un joven idealista, cuyos principios de justicia social se transparentan en sus escenarios y personajes, y cuyas ideas de cambio político transitan cada una de sus piezas narrativas.
Si partimos de La huída del Inca o Arreglo de Cuentas, piezas primerizas (1952 y 1958 respectivamente), hallaremos en él una defensa de la raza indígena y una huelga juvenil contra el establishment y el autoritarismo imperantes que ya lo ubican en una vertiente bien clara del prisma ideológico de su tiempo. Y son cuentos muy marcados por la experiencia personal. Faltaba muy poco tiempo para que el autor viajase a Cuba y grabara allí su admiración por el proceso revolucionario y por sus nacientes instituciones, de las que sólo renunciaría en mayo de 1971, tras el discutido caso Padilla.
Después de Los Jefes (1958) vendrán Los cachorros (1960) y, en 1962, se consagra con La ciudad y los perros, libros que denuncian la sociedad capitalista opresora, la crueldad militar y las jerarquías impuestas a través de un aparato educativo explotador. En ellos recoge sus personales experiencias en los colegios de Lima y sobre todo, en el Instituto Leoncio Prado, donde hizo méritos de cadete.
Su siguiente gran obra, La casa verde (1966) es una denuncia implacable de las condiciones inhumanas que se vivían en el Perú amazónico, tanto de los explotados en la selva, como de las mujeres llevadas a la prostitución por la carestía y el hambre. Incluye una defensa de la naturaleza que se anticipa a los ecologistas post muro de Berlín.
De la también muy compleja Conversación en la catedral (1969), puede decirse que es una radiografía crítica del poder centralizado y sus manipulaciones corruptas, referida al dictador Manuel Odría, quien gobernó Perú en los años cincuenta.
En 1971 Vargas Llosa publica un libro esplendoroso sobre el “comunista” Gabriel García Márquez: Historia de un deicidio. Es su tesis doctoral y se trata del acercamiento filológico más profundo a ese autor y una verdadera enciclopedia deconstructiva sobre el arte de novelar, donde el análisis de la realidad inspiradora es siempre crítico, anti bananeras y anti miseria colonialista. MVLL suele seleccionar ese tipo de trasfondos.
O sea que toda esta primera producción de Vargas Llosa, tanto en ficción como en ensayo, está marcada por una línea de lo que llaman progre y es por eso que Mario Benedetti dijo en alguna ocasión que Varguitas es un escritor de derechas con una obra literaria de izquierdas (cif).
Y lo es en cierta forma, sobre todo cuando nos remitimos a su novelística, donde los personajes más logrados y en empatía con el autor, suelen ser los rebeldes, los justicieros, los ecologistas, los revolucionarios, incluso los más coherentes (Anótese la paradoja). Recuérdese a Mascarita en El hablador (1987), al Consejero y a Galileo Gall en La guerra del fin del mundo (1981), a Flora Tristán y a Gauguin en El paraíso en la otra esquina (2003) o a las heroicas hermanas Marival en la poderosa Fiesta del chivo (2000).
Muy rara vez el escritor aprovecha sus ficciones para atacar o desmerecer a sus enemigos ideológicos, tal vez porque piensa que él no escoge sus temas, sino que estos lo escogen a él, como una fuerza involuntaria (inspirada), de la que han hablado muchos escritores, en particular Julio Cortázar, quien dice que algún fantasma a sus espaldas le dicta lo que escribe.
(El café de las cuatro, ECR, 1985).
En donde sí está muy presente su ideología neoliberal, es en los ensayos, artículos de actualidad, entrevistas y algunos libelos, como ese mamarracho del idiota latinoamericano, que parecieran influidos y pagados por el mundo de yupies en que le agrada moverse, allá entre la ópera del Lincoln Center y el Columbus Circle, en el upper west side. Pero eso, esperamos, no perdurará.
A partir de Historia de Mayta (1984), en que el autor despliega todo su saber narrativo para defenestrar a las fuerzas guerrilleras peruanas (Sendero, MRTA, maoístas, troscos, etc.) sin abandonar –es cierto– la denuncia de la miseria y corrupción que vive el país, MVLL empieza a mostrar altibajos en su calidad literaria. Se mete en una policiaca de poca monta: ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), se embarca en unos proyectos seudo eróticos y de dudoso gusto, como Elogio de la madrastra y Los Cuadernos de don Rigoberto. Se introduce de lleno en la política electoral y lo fulminan Fujimori y Allan García(1988), este último que –paradójicamente– hace unos días, a raíz del premio, lo condecoró y lo llevó a palacio!!
Tal fue la decadencia de su literatura en aquellos años, que aconsejé a mis escasos lectores, no comprar más sus libros. Pero poco después de la aparatosa derrota electoral se reivindicó con el Perú profundo de Lituma en los Andes (1993), y entonces tuve que volver a comprarlos, pero ahora ya en forma selectiva, para no amargarme con sus moralinas rancias y tampoco perderme sus revoluciones artísticas en las técnicas de construir novelas, acaso únicas y, sin lugar a dudas, pioneras en el ámbito hispanoamericano.
Así, mientras a García Márquez, poeta supremo de nuestra prosa se le puede comprar a ciegas, al contradictorio peruano hay que leerlo previa indagación acerca del tema y el camino que pretende hacernos transitar.
Es muy probable que a raíz de la trapisonda pública que le infirió Haydée Santamaría en Casa (mayo 1971), llamándolo agente del imperialismo, el escritor peruano haya exacerbado su aversión a Cuba y a los sectores de izquierda del globo, pero esa línea no se percibe conteste en sus novelas: El paraíso en la otra esquina (2003) es la defensa de una feminista y un pintor idealista (Flora Tristán y Paul Gauguin); La Fiesta del Chivo (2000) es una gran festividad popular sobre el cadáver de una dictadura bestial y, Travesuras de la niña mala (2006), es un juguete válido sobre el amor donde no hay demasiada carga política, salvo el ambiente nostálgico burgués de los personajes.
En su libro más reciente, El sueño del celta (2010), MVLL reivindica a un luchador muy contradictorio, héroe, traidor, anti imperialista, homosexual por añadidura, y cuya historia está bien lejos de la derecha. Más todavía: El sueño es la apología de un revolucionario (irlandés) y, para terminar de abonar mi exégesis sobre las contradicciones de MVLL, el libro arranca con un epígrafe de José Enrique Rodó que dice:
“Cada uno de nosotros es, sucesivamente, no uno, sino muchos. Y estas personalidades sucesivas, que emergen las unas de las otras, suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes”. (El subrayado es de MVLL).
En ese mismo libro (pág. 71), también pone a un personaje a decir: “se puede ser un gran escritor y un timorato en asuntos políticos”, en relación con su admirado J. Conrad. ¿Involuntario auto retrato?
Este tipo de confesiones no es extraña en su obra literaria. Asistido de Ortega y Gasset, pone a su personaje Cabral, en La Fiesta, a definirse de esta manera: “Nada de lo que el hombre ha sido, es o será, lo ha sido, lo es ni lo será de una vez para siempre, sino que ha llegado a serlo un buen día y otro buen día dejará de serlo”.
Bipolaridad existencial, indefinición humana o desarmonía que le preocupa mucho a MVLL, pues en toda su obra se pueden registrar numerosos casos afines.
Generalmente, en sus ensayos no artísticos ni autobiográficos, el nuevo Nobel puede ser sectario, dogmático, inconsecuente, derechista y retrógrado; pero cuando aborda la novela suele volar. Inventa mundos de rebelión, de injusticia, de denuncia, y es defensor de los más arrinconados del mundo. Siempre contra el poder autoritario, contras las fuerzas nefastas del explotador, contra todo tipo de dictadura. ¿Y no es eso lo que pensamos los llamados izquierdistas? ¿Y no es ese mundo, denunciado por MVLL, nuestro enemigo, el capitalismo despiadado?
Tenemos entonces una paradoja. Un escritor que vive, actúa y predica como neoliberal, pero que concibe a contrapelo una obra literaria que lo trasciende, casi siempre enfrentada a los postulados del capitalismo salvaje. Entonces, estamos frente a una nueva contradicción de MVLL, el ciudadano, pero si le seguimos los pasos a su novelística, no hay ninguna duda de que se trata de una propuesta ideológica mayoritariamente progresista y de una calidad literaria admirable, quizás entre las mejores que ha originado el idioma castellano en nuestro continente.
Ahora que me pongo a revisar reseñas periodísticas sobre sus libros, encuentro siempre siempre una queja histórica contra lo timorato de su posición política, y un elogio repetitivo por lo brillante de su estilo y la innovación revolucionaria de sus estructuras narrativas.
Por tales razones –concluyo– el Premio Nobel –que es de literatura y no de política– está perfectamente discernido, y ese personaje contradictorio que es MVLL –con todo y sus desvíos– pasa a ocupar el sitio que merece en la historia de la literatura mundial, aunque no estemos de acuerdo con muchas de sus ideas fridmanianas.
La vida es contradictoria y MVLL es el personaje vivo más notable de este año. Y quizás de muchos otros.
Espero haberme explicado sin incurrir en demasiadas contradicciones. Y si lo hice, pues las disculpas del caso a la vida, y a los generosos lectores que hasta aquí llegaron.
Febrero 2011.
* Escritor y periodista costarricense.
www.carlosmoralescr.com