«miles de abogados, periodistas y luchadores por los derechos humanos asesinados, la tierra baldía a causa de la fumigación indiscriminada, más privatizaciones que en ningún otro país para que llegue la inversión de las corporaciones, y una división paramilitar que es, en realidad, la sexta división del ejército colombiano.»
Noam Chomsky (citado por El país de Madrid)
Mauricio Mendiola dirige.
Antecedentes
Hace un cuarto de siglo, Olga Bianchi, entusiasta Directora de la Cinemateca, invitó al grupo de Cine Diálogo a un Festival Latinoamericano de Cortometrajes que tuvo como sede la recién creada Sala Garbo. El concurso lo ganó la puntual denuncia ambientalista del mexicano Alfredo Gurrola, «El quinto jinete», la que luego exhibimos una y otra vez hasta que la copia se hizo trizas. También, destacó la colorida parodia del publicista Mauricio Mendiola, «La mandrágora», donde actúa el ahora temible crítico Andrés Sáenz. La farsa ridiculiza al financista prófugo Robert Vesco y a sus secuaces, al que ya habíamos combatido desde el movimiento estudiantil, por eso, además del sarcasmo estilizado, nos gustó el vigor político del cuento.Pero no es cierto que «rompió la imagen idílica de Costa Rica» como dijo María Lourdes Cortés, puesto que para entonces ya el Departamento de Cine del Ministerio de Cultura había realizado la mayoría de sus más crudas y estremecedoras denuncias, como «Agonía de la montaña», «Las cuarenta» y «Desnutrición».Hace poco Óscar Castillo volvió a aventurarse con un largo, «Asesinato en el Meneo», comedia con pretensiones de crítica política, que logró numerosa asistencia, pese a comentarios negativos. Luego, Ingo Niehaus formó la productora PAL para realizar «Password/Una mirada en la oscuridad», que pone en primer plano la explotación sexual de menores. Pese al recelo gubernamental, logra elogios y sigue cosechando éxito en los festivales internacionales; actualmente se exhibe en funciones privadas. Este año, La Mestiza, del mismo Castillo, que no ceja en su empeño, estrenó «Mujeres apasionadas», pero el debut de Maureen Jiménez tuvo duras críticas -en especial por el tratamiento de género- y escaso público.
Colombia, ¿por qué no?
Cada creador elige un tema de acuerdo a sus intereses, es ocioso juzgarlo por eso. Mauricio Mendiola escogió hacer su ópera prima sobre la violencia entronizada en Colombia. Esto causó resquemor injustificado. En el público ese resquemor revela una frustración que tiene otros responsables, los gobernantes que han despreciado la industria audiovisual local. A los ticos les duele no verse en pantalla de cine, y tienen razón, es indispensable.
«Marasmo» cuenta seis relatos (personajes) entrecruzados. La violencia define sus actos; destrucción y crueldad que va de la mano con la pobreza emocional y espiritual de los caracteres. Lupercio, comandante guerrillero y drogadicto, no tiene escrúpulos en su egoísmo. Ernestico, comandante intelectual, recuerda al Che Guevara; pero inexplicablemente se vuelve aun más malo que Lupercio. El único interés de Ismael, soldado y paramilitar, es el dinero y las hembras -machista a ultranza-. El Cocinero, visto con simpatía, es un narcotraficante que paga a Ismael para que mate a Lupercio y así vengar la muerte de su esposa embarazada. Consuelo parece una mujer hastiada que busca aventura y sexo y da a entender que se las sabe todas. Luz Angélica es una joven costurera, también hastiada pero ingenua, también que busca aventura y sexo.
Son adecuadas las locaciones de selva y ciudad, la ambientación prolija y el vestuario; sirven a la trama y colorean ese mundo. Los planos aéreos iniciales son atractivos -me recordó mis vuelos sobre Barranquilla-. Toda la segunda secuencia, que incluye la quema de la ermita de San Felipe, está filmada con acierto. Las escenas de acción son ágiles y convincentes, se siente cine de verdad. Con el idioma se nota el esfuerzo, pero no evita que veamos las costuras y escuchemos las pifias. La música, con sabor popular, es notable y pesa en la narración. El sonido de Nano Fernández, sin ser de lo mejor que ha hecho, funciona. José Luis Osejo ofrece una fotografía atractiva, y la edición de las escenas es bastante eficaz, no así las transiciones, lo que le resta al relato magia y espesor dramático.
El elenco, casi solo nacional, se acopla con entusiasmo, aunque sin brillo. El reparto es muy bueno, los actores son idóneos para sus papeles. Las numerosas fallas son más un problema de construcción de personajes. César Meléndez, consagrado con su montaje de teatro «El nica», ofrece aquí la misma convicción, pero lo marcaron muy alto y a veces su actuación se vuelve caricaturesca. Pese a la sólida presencia y voz de Vinicio Rojas, su problema es que el guión traiciona a su personaje y acaba con el interesante conflicto entre los comandantes al rebajarlos al mismo nivel. El modelo Bismark Méndez, que con profesionalismo admirable se lanza como actor, tiene altibajos en su difícil rol protagónico, pero promete más para el futuro. El veterano Bernal García logra asumir con aplomo el papel, aunque la escena del llanto no acaba de convencer. A Marcela Ugalde le sirven ese temple y naturalidad que la han destacado en el teatro y la televisión, lástima sus gestos excesivos al final. Carolina Solano hace un debut apreciable. Destacan algunos actores secundarios como Eric Gómez, Pedro Sánchez, Francisco Alpízar, Ana Mercedes Gamboa y Humberto Henríquez. En cambio, hay descuido con algunos extras.
El filme entretiene y emociona, aunque el público se ríe cuando debiera llorar. No es aburrido; sin embargo, a poco que se examine, se descubre un guión deficiente, que trata superficialmente esa carnicería y traza personajes acartonados. Por eso los logros técnicos y las destrezas de los intérpretes no son suficientes.
El telón de fondo
No creo que exagere en los hechos que narra, todo eso habrá pasado y es cierto que parte de la guerrilla se hizo bandolera y más de un degenerado debe albergar. El problema es otro. El filme ignora la historia, olvida los antecedentes y no menciona los intereses extranjeros; en su corte transversal deja de lado la injusticia y la pobreza que desataron la guerra y omite la corrupción de las autoridades. En vez de analizar el complejo proceso estereotipa a uno de los bandos. Con su silencio cómplice, condona a los otros. Por eso tanta gente ve la obra como un panfleto reaccionario. De «Cóndores no entierran todos los días» a «Golpe de estadio» y «La virgen de los sicarios», el asunto ya había sido mostrado, desde ópticas diversas, en su riqueza contradictoria.
De caricaturas y malvados
Los personajes, pese al realismo descarnado, son maquetas. Sus conductas, impuestas por el guión, carecen de justificación y alcance. No convence el fácil asesinato de la esposa del traficante. Tampoco la repentina transformación de Ernestico en sádico ni las violaciones que ampara. A treinta años de la ejecución del Che Guevara este Ernesto-tico, ideológicamente, se las trae. Desconcierta el pánico de los guerrilleros cuando asaltan la pulpería. Asimismo, no es creíble que la chica abandone el hogar paterno y menos que rehuya a la amiga en la estación para seguir a un desconocido, que ni siquiera está disponible (está con su pareja) justo en medio de esa barbarie. De amor ni hablar, las mujeres apenas ven a Ismael arden en deseo y hacen lo que sea por entregársele. Rocky pasa súbitamente de la timidez sexual -cuando lo interroga Ernestico- a la violación gustosa. Y el coito que como último deseo pide Ismael no se lo traga nadie, ni siquiera la víctima.
El guión suma hechos, pero no construye una trama sólida ni personajes sustanciosos. Al final, tampoco se explica la gran emoción de Consuelo por el embarazo de la otra, con la que nunca cruzó palabra y fue su rival. Quizá es buena idea sugerir que la vida de ese recién nacido, hijo de la violencia real y metafórica, represente una esperanza ó un perdón. Lástima que la solución fílmica sea floja y singracia.
El público no fue generoso con la película y es una lástima, porque conviene verla y discutirla (en la página de Cinemanía por Internet la mitad marcó «Me salí del cine»). Los críticos que señalaron errores se volvieron, para unos cuantos, los malos de la película. Mas no es así; hay que saber valorar la audacia y el mérito de haber realizado el filme, tanto como a quienes hacen de la crítica su profesión y no se dejan avasallar. El problema es otro, seguimos sin industria de cine -Mendiola es uno de los pocos quijotes que se ha lanzado desde la empresa privada-. De la reciente cosecha, sólo «Password», de Andrés Heidenreich, realizada en el gobierno anterior, tuvo un sustancial apoyo del Centro de Cine. Nuestra industria, no a causa de los críticos, sigue siendo una utopía. «Marasmo», más allá de los que señalan sus defectos y de las «cortesías» publicitarias, es un fruto importante, aislado y muy discutible, pero cuya existencia, en este país, merece reconocimiento.