Michael Moore y Costa Rica: Cuando miedo se vende como noticia

El miedo se fabrica para controlar y su venta como valor informativo transforma las sociedades en víctimas y a inocentes en victimarios. Detrás de

El miedo se fabrica para controlar y su venta como valor informativo transforma las sociedades en víctimas y a inocentes en victimarios. Detrás de esto, sectores políticos y empresariales se enriquecen y la dignidad de las personas así como el derecho a recibir información veraz y de calidad se dejan de lado.

Esa es la idea primera que me saltó cuando miré  el documental «La Masacre de Colombine» y leí «Estúpidos Hombres Blancos» de Michael Moore.

Desde mi óptica como ciudadano y periodista costarricense la crudeza del fenómeno descrito por Moore también se presenta en el país.

El documental ganador del Oscar del 2002 intenta explicar por qué la sociedad estadounidense es violenta y propone diversas respuestas. Una de ellas presenta a los medios como transmisores de la violencia y desnuda a presentadores y periodistas de televisión con la miopía propia de un modelo que no es capaz de mirar más allá del hecho y contextualizar lo que pasa a su alrededor.

El asesinato de menores de edad en una escuela del condado de Colombine, a manos de dos compañeros que portaban armas, es el pretexto para el documental de Moore que llama a la reflexión sobre un fenómeno complejo al que urge una respuesta efectiva.

Mientras el filme se estrena en las salas de cine josefinas, los medios de comunicación locales informan sobre el  asesinato de tres menores a manos de su padre de nacionalidad nicaragüense, subrayan los medios, quien luego se suicidó en un precario. Igual que en el documental los medios nacionales le dieron cobertura al hecho pero poco informan sobre la realidad social y económica que afecta este sector de la capital costarricense.

Asesinatos callejeros informados en directo, tomas de personas que sufren accidentes de tránsito, operativos policiales en zonas urbano marginales, la detención de nicaragüenses o colombianos como supuestos responsables de hechos delictivos acompañan los desayunos, almuerzos y cenas de miles de familias costarricenses.

A esto se suma el embarazo de una modelo o la boda de algún farandurelo mientras el destino de los próximos 50 años es definido por un grupo de negociadores que en Washington deciden que se vende, en qué tiempo, cuáles productos ingresarán libres de impuestos sin tomar en cuenta a las personas que afectarán con esas decisiones.

Lo que pasa más allá de las fronteras es informado en las páginas de los diarios o en los resúmenes de noticias televisivas si se refieren a desastres, guerras o el mundo del espectáculo. El contexto de las noticias se obvia y el periodismo de investigación sigue siendo la excepción a la regla. Las pantallas de televisión, las páginas de los diarios e incluso los espacios noticiosos radiales desbordan sangre.

Lo anterior no es gratuito, genera riqueza para los dueños de los medios, anunciantes y son un aliado para quienes gobiernan al evitar ciudadanos críticos que piensen como el destino del país es definido por cada vez menos personas, no se planteen los efectos del colapso de las instituciones sociales y no se pronuncien contra la mayor concentración de la riqueza en pocas manos que son a la vez más poderosas.

Lo grave es que el sensacionalismo de las informaciones es justificado por quienes fabrican las noticias con argumentos como «ofrecemos lo que se vende, eso es lo que interesa a la gente y por eso lo informamos», tal como responden sin empacho alguno, productores o directores de noticieros cuando se les interpela sobre el sesgo amarillista de los espacios noticiosos en el país.

 

FÁBRICA DE MIEDO Y MENTIRAS

 

Una de las frases más conocidas en relación con los medios de comunicación y los conflictos armados es que «en una guerra la primera víctima es la verdad». Esta aseveración se cumple con mayor fuerza cuando los grandes medios de comunicación del orbe se vistieron con el uniforme militar para presentar como normal los atroces asesinatos y exterminios masivos de civiles en Irak  en nombre de la libertad y la lucha contra el terrorismo.

En nuestro país, los medios locales se hicieron eco sin sonrojo de tales mentiras y ocultaron eso sí, las íntimas relaciones entre la guerra y el petróleo, los ligámenes de trasnacionales con políticos o la ausencia de pruebas para justificar la detención de ciudadanos en Guantánamo sobre quienes el estigma del terrorismo los sacó de aldeas pobres de Afganistán para convertirlos en amenaza de seguridad nacional e internacional.

En la vorágine por dominarlo todo, el proyecto neoliberal cada vez más depredador, los medios de comunicación venden la idea de que el peligro del terrorismo golpea a nuestras puertas. Por eso es necesaria la instalación de academias militares vestidas con traje policial, financiar proyectos antiterroristas y  cambiar las leyes migratorias.

Así se cumple la máxima según la cual lo importante en una empresa de noticias es vender, aunque lo que se informa no sea cierto y poco importe el seguimiento del acontecimiento, el contexto en que se produce, quienes son los responsables o por qué sucede.

Las palabras de Eduardo Galeano en su obra «Patas pa arriba» tiene vigencia absoluta, en esta era de la globalización: «nunca tantos han sido incomunicados por tan pocos», pues los medios no solo se concentran cada vez menos manos, sino que homogenizan los contenidos noticiosos.

El miedo pareciera ser un producto fabricado para controlar, dominar y depredarlo todo. Los estudios de expertos en criminología como el Instituto Latinoamericano de Prevención del Delito y las investigaciones sobre violencia elaborados por cientistas sociales de la Universidad de Costa Rica insisten en que la sensación de inseguridad de la ciudadanía costarricense no corresponde con el aumento porcentual de los actos de violencia.

Esa idea de peligro inminente ha convertido las casas de los costarricenses en cárceles llenas de rejas, alambres navaja, cerraduras de seguridad y cabe preguntarse ¿Tienen responsabilidad o no los medios de comunicación en este comportamiento?

Tal pareciera que sí, se hace creer que el ladrón acecha en tu barrio, que un conductor ebrio puede matarte en la parada de un bus, que un violador acecha en la calle oscura o que una protesta pacífica terminará siempre en desgracia.

Pero ¿a quienes beneficia esta sensación? Posiblemente a quienes venden seguridad, a quienes consideran que para resolver los problemas en el país deben aumentarse las penas y a quienes desde el poder utilizan la mayor inversión en seguridad y la represión como un instrumento para captar votos.

 

ECONOMÍA COMO CENTRO

 

Igual que en «Estúpidos hombres blancos» se devela cómo el poder económico rige las decisiones políticas más importantes, la economía de nuestro país es regida por empresarios metidos a políticos que benefician con sus medidas a las empresas a las que representaron o a las que de alguna forma siguen ligados.

La figura de un estado paralelo, que surge del sector privado pero dirige los gobiernos de turno, decide que esta es la hora de desmantelar el estado social de derecho para abrirse a las transnacionales y condenar a sectores importantes de la población a la exclusión y la pobreza mientras cada vez menos se hacen cada vez más ricos. Los estudios del Estado de la Nación confirman el acentuado proceso de concentración de la riqueza y el aumento de la desigualdad aparejados con la llamada «apertura de mercados».

En un intento por  acumular riqueza, los medios venden lo extraordinario como cotidiano, se expone la intimidad de las personas con una facilidad pasmosa lesionando los derechos humanos, especialmente al de la intimidad y del acceso a una información veraz.

Incluso en los espacios seudo-noticiosos que intentan contar «la historia detrás de la noticia» tan de moda en los canales televisivos nacionales, se agrede al público al generalizar hechos particulares, se mancilla la dignidad de las personas, se refuerzan estereotipos de género, etarios, de raza o nacionalidad y en muchos casos se carece del equilibrio informativo debido para no utilizar el sentimentalismo como un producto de consumo.

Al convertir la noticia en mercancía se vacía a las informaciones de la responsabilidad social e incluso se traslapa la función del periodista. Con tal de vender, modelos se convierten en presentadores, periodistas son entrevistados como si fueran expertos en programas de los mismos canales de televisión donde algunos de ellos trabajan y abordan temas de moda, hogar, afectividad, jardinería, clases de baile y toda suerte de actividades de entretenimiento. Una cara bonita basta para entrevistar, una buena figura es más importante que la preparación académica y las preguntas superficiales atiborran las pantallas de televisión.

Tiene más validez noticiosa el matrimonio o divorcio de una bailarina de moda que los sectores beneficiados con los acuerdos de libre comercio o el destino judicial de empresas y empresarios que defraudaron a los costarricenses con certificados de abono tributario.

La orientación sexual de un religioso pesa más en las informaciones que los faltantes de dinero comprobados por autoridades judiciales en alguna emisora católica. Así, lo que se vende es sinónimo de noticia aunque sea intrascendente.

 

XENEFOBIA

 

Las obras de Moore recuerdan que la riqueza de los países pasan necesariamente por la explotación de los más débiles. Igual que los latinos, y especialmente los negros, generan  la riqueza para los blancos estadounidenses, es la mano de obra barata nicaragüense o foránea la que recoge muchos de los productos agrícolas de nuestros campos, la que cuida a los infantes de las familias de clase media, la que vigila los residenciales y nos transporta en bus a nuestros lugares de trabajo.

Aunque la mayoría de los asesinatos de mujeres en Costa Rica son cometidos por conocidos o familiares de la víctima, se teme más a los extraños o nicaragüenses que al enemigo tico que convive en la casa.

La desproporción con que se informa la nacionalidad de un agresor, asaltabancos, asesino o delincuente contrasta con el silencio con que los medios de comunicación comerciales callan sobre los responsables de los grandes desfalcos a empresas estatales, la clase política y económica a la que pertenecen quienes roban los fondos dirigidos a los pobres o la responsabilidad que tienen sectores eclesiales al financiar, con dinero de los fieles, la expansión de empresas que se hacen cada vez más ricas con la venta de cerveza.

Jóvenes víctimas

La violencia afecta a los jóvenes nos reafirma Moore, y ella adquiere diferentes rostros. En el caso costarricense se dibuja en la deserción escolar. Sólo en el 2002 más de  220 mil adolescentes abandonaron la educación secundaria para enfrentar dos escenarios alternativos: o incorporarse al mercado laboral en posición de desventaja, considerando que la escasa formación les convierte en presa fácil de los puestos menos remunerados; o, en su defecto, incorporarse al grupo de la población desocupada.

También tiene el rostro de la pobreza que afecta a uno de cada cuatro adolescentes en el país. Se expresa además en la exclusión de adolescentes a la hora de formular y aplicar  las políticas públicas, cuando se les impide acceder al derecho a la información, se les limita a ser escuchados en el seno de sus familias y sus comunidades.

Pero es también violenta la imagen de los adolescentes en los medios de comunicación. Se les sobredimensiona y culpabiliza en las noticias de sucesos cuando a alguno o alguna se señala y muchas veces condena de previo por aspectos como la maternidad adolescente, sin evidenciar el vacío de una adecuada educación sexual para esta población.

 

RIDÍCULOS PRESIDENCIALES

 

Las fundamentadas denuncias de Moore incluyen la sátira política y la ilegitimidad con que gobernantes llegan al poder.

Mientras que George W. Bush llegó a la presidencia estadounidense tras un largo proceso de conteo y recuento de votos que no satisfizo a los estadounidenses, lo cierto es que en ese país, como en el nuestro, quienes nos gobiernan no cuentan con el apoyo mayoritario.

No olvidemos que Abel Pacheco, por ejemplo, llegó a la silla presidencial con menos del 30% de los votos de los costarricenses que podían ejercer ese derecho. O sea, siete de cada diez costarricenses mayores de edad no lo consideraron como el mejor candidato para dirigir los destinos del país o no quisieron emitir el sufragio a su favor y aún así es formalmente el presidente de todos.

El presidente estadounidense es presentado por Moore  en «Estúpidos hombres blancos» como un político lleno de desaciertos, favorecedor de sectores empresariales, con serias deficiencias en temas de cultura, entre otros señalamientos. Con un humor cáustico incluso llega a plantearle al presidente de la nación más fuerte del mundo que piense en su dimisión.

En nuestro país,  el desconocimiento sobre temas económicos admitido públicamente por primer mandatario Abel Pacheco, fue motivo de no pocas sonrisas en la más reciente cumbre de presidentes. El presidente costarricense no solo se ufanó de lo innecesario que le es el conocimiento de la trigonometría para su vida, sino que al mejor estilo de George W. Bush, cuestionó la importancia de conocer de historia, geografía y literatura para gobernar. Incluso sugirió erigir monumentos al sector empresarial por crear puestos de trabajo.

Otra similitud que me evoca Moore entre las sociedades de ambos países, es que algunos de los gobernados se sonrojan y se asustan por los desaciertos de los discursos presidenciales que llaman a la guerra como instrumento de disuasión, a los dos les cuesta reconocer sus errores, son  dirigidos por los criterios neoliberales de sus asesores y ministros de Estado, son criticados por los contenidos demagógicos de sus discursos ante los legisladores y en la de menos, muchos de los conciudadanos esperan las próximas elecciones para que otra persona, quizá con mayores cualidades, ocupe su lugar.

Pero más allá de las diferencias o coincidencias entre la sociedad costarricense y estadounidense, lo cierto es que el problema de la violencia exige que los medios de información asuman con responsabilidad la tarea que les compete como formadores de opinión y describir con mayor apego a la verdad lo que pasa en el entorno.

 

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