Poemas de José Coronel Urtecho

De la breve y enorme obra de José Coronel ofrecemos algunos poemas. La muy famosa e iconoclasta Oda a Rubén Darío, homenaje al maestro

De la breve y enorme obra de José Coronel ofrecemos algunos poemas. La muy famosa e iconoclasta Oda a Rubén Darío, homenaje al maestro y parricido poético con que da inicio el movimiento de vanguardia en la poesía nicaragüense, y los versos dirigidos a su amada esposa María Kautz, quien falleció en agosto de 1991 y cuya ausencia el poeta jamás pudo sobrellevar.

ODA A RUBÉN DARÍO

«¿Ella? No la anuncian. No llega aún».

Rubén Darío. Heraldos

I

(Acompañamiento de papel de lija)

Burlé tu león de cemento al cabo.
Tú sabes que mi llanto fue de lágrimas,
i no de perlas. Te amo.
Soy el asesino de tus retratos.
Por vez primera comimos naranjas.
Il n’y a pas de chocolat —dijo tu ángel de la guarda.

Ahora podías perfectamente
mostrarme tu vida por la ventana
como unos cuadros que nadie ha pintado.
Tu vestido de emperador, que cuelga
de la pared, bordado de palabras,
cuánto más pequeño que ese pajama
con que duermes ahora,
que eres tan sólo un alma.

Yo te besé las manos.
«Stella —tú hablabas contigo mismo—
llegó por fin después de la parada»,
i no recuerdo qué dijiste luego.
Sé que reímos de ello.

(Por fin te dije: «Maestro, quisiera
ver el fauno».
Mas tú: «Vete a un convento»).

Hablamos de Zorrilla. Tu dijiste:
«Mi padre» i hablamos de los amigos.
«Et le reste est literature» de nuevo
tu ángel impertinente.
Tú te exaltaste mucho.
«Literatura todo —el resto es esto».
Entonces comprendimos la tragedia.
Es como el agua cuando
inunda un campo, un pueblo
sin alboroto i se entra
por las puertas i llena los salones
de los palacios —en busca de un cauce,
del mar, nadie sabe.

Tú que dijiste tantas veces «Ecce
Homo» frente al espejo
i no sabías cuál de los dos era
el verdadero, si acaso era alguno.
(¿Te entraban deseos de hacer pedazos
el cristal?) Nada de esto
(mármol bajo el azul) en tus jardines
—donde antes de morir rezaste al cabo—
donde yo me paseo con mi novia
i soy irrespetuoso con los cisnes.

II

(Acompañamiento de tambores)

He tenido una reyerta
con el Ladrón de tus Corbatas
(yo mismo cuando iba a la escuela),
el cual me ha roto tus ritmos
a puñetazos en las orejas…

Libertador, te llamaría,
si esto no fuera una insolencia
contra tus manos provenzales
(i el Cancionero de Baena)
en el «Clavicordio de la Abuela»
—tus manos, que beso de nuevo,
Maestro.

En nuestra casa nos reuníamos
para verte partir en globo
i tú partías en una galera
—después descubrimos que la luna
era una bicicleta—
y regresabas a la gran fiesta
de la apertura de tu maleta.
La Abuela se enfurecía
de tus sinfonías parisienses,
i los chicuelos nos comíamos
tus peras de cera.

(Oh tus sabrosas frutas de cera)

Tú comprendes.
Tú que estuviste en el Louvre,
entre los mármoles de Grecia,
y ejecutaste una marcha
a la Victoria de Samotracia,
tú comprendes por qué te hablo
como una máquina fotográfica
en la plaza de la Independencia
de las Cosmópolis de América,
donde enseñaste a criar Centauros
a los ganaderos de las Pampas.

Porque, buscándome en vano
entre tus cortinajes de ensueño,
he terminado por llamarte
«Maestro, maestro»,
donde tu música suntuosa
es la armonía de tu silencio…
(¿Por qué has huido, maestro?)
(Hay unas gotas de sangre
en tus tapices).

Comprendo.
Perdón. Nada ha sido.
Vuelvo a la cuerda de mi contento.
¿Rubén? Sí. Rubén fue un mármol
griego. (¿No es esto?)

«All’s right with the world», nos dijo
con su prosaísmo soberbio
nuestro querido sir Roberto
Browning. Y es cierto.

FINAL

(Con pito)

En fin, Rubén,
paisano inevitable, te saludo
con mi bombín,
que se comieron los ratones en
mil novecientos veinte i cin-
co. Amén.

Soneto para invitar a María a volver de San Francisco del Río

Si mi vida no es mía, sino tuya,

y tu vida no es tuya, sino mía,
separados morimos cada día
sin que esta larga muerte se concluya.

Hora es que el uno al otro restituya
esa vida del otro que vivía,
y tenga cada cual la que tenía
otra vez en el otro como suya.

Mira pues, vida mía, que te espero
y de esa espera vivo mientras muera
la muerte que, sin ti, contigo muero.

Ven, mi vida, a juntar vida con vida
para que vuelva a ser la vida que era
que la vida a la vida a la vida convida.

La cazadora

Mi señora, tan luego se levanta

va a cazar un venado matutino,
sin miedo a los colmilos del zaíno,
ni al mortal topetazo de la danta.

Entra con ojo alerta y firme planta
en la espesura donde no hay camino,
y de los matorrales, repentino,
salta un venado que su paso espanta.

Ella rápida apresta su escopeta,
veloz le apunta, le dispara y mata

y después el marido, que es poeta,

cuando regresa la mujer que adora,
en un soneto clásico relata
la bella hazaña de la cazadora.

Ausencia de la esposa

Todo es tranquilidad en tu presencia. 

Contiguo el mundo entero es nuestra casa 
a cuya vera el tiempo lento pasa 
dándole eternidad a la experiencia. 
Mas qué desolación y qué inclemencia, 
qué cruel angustia la que me traspasa, 
qué ardiente sed de ti la que me abrasa 
en el desierto de tu larga ausencia. 

Vuelve a llenar de sol, calor y vida 
mi cuerpo que se ajusta a tu medida 
y mi alma que hace veces de la tuya. 
Ven a calmar las ansias de mi pecho, 
y a llenar el vacío de tu lecho 
para que mane miel y leche fluya.

Pequeña oda a tío Coyote

¡Salud a tío Coyote,

el animal Quijote!

Porque era inofensivo, lejos de la manada,
perro de soledad, fiel al secreto
inquieto
de su vida engañada
sufrió el palo, la burla y la patada.

Fue el más humilde peregrino
en los caminos de los cuentos de camino.

Como amaba las frutas sazonas,
las sandias, los melones, las anonas,
no conoció huerta con puerta,
infranqueable alacena,
ni propiedad ajena,
y husmeando el buen olor de las cocinas
cayó en la trampa que le tendieron las vecinas
de todas las aldeas mezquinas
y se quedó enredado en las consejas
urdidas por las viejas
campesinas.

Y así lo engendró la leyenda
como el Quijote de la Merienda.

Pero su historia es dulce y meritoria.

Y el animal diente-quebrado,
culo-quemado,
se ahogó en la laguna
buceando el queso de la luna.

Y allí comienza su gloria
donde su pena termina!

También así murió
Li-Tai-Po,
poeta de la China.

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