Preguntas al aire

“Preguntar al aire”
Byron Espinoza
Poesía
edición del autor
2008La perplejidad de un niño es la perplejidad del poeta, así como su modo de interrogar a los semejantes

“Preguntar al aire”

Byron Espinoza

Poesía

edición del autor

2008

La perplejidad de un niño es la perplejidad del poeta, así como su modo de interrogar a los semejantes y al planeta por el interés intrínseco de conocer y reconocer (develar) el mundo y sus estrellas. Y por explicarlo de manera convincente para sí mismo, aunque se envuelva en una fábula que complique la incredulidad de los demás. He allí el meollo del argumento poético de Byron Espinoza en esta rara avis de la poesía costarricense actual.

Rara avis porque no sabemos si estamos leyendo poesía infantil o poesía escrita por un infante, o por un guerrero de la luz. Lo que sí sabemos es que la inocencia casi sagrada, el carácter incontaminado de la palabra y la fe que mueve más que montañas, son el germen de la poesía en su percepción y expresión más sencillas: “Desde que existen las montañas y la fe se relaciona con ellas, / los ríos fluyen, hasta convertirse / en granos de mostaza”. Y esa es la nota del poeta Espinoza.

El poemario se asienta en la interrogación. Pero no se interroga tanto a personas, como en el sistema socrático, sino a sí mismo y a las cosas; a la naturaleza: al aire, la tierra, el agua y el fuego; en todo caso, preguntas que se hace el propio hablante lírico. Son interrogaciones simples pero cargadas de una semiosis cósmica, es decir, no por ello menos profundas ni dramáticas. Preguntas de los primeros filósofos ante la inmensidad del planeta y del pluriverso: “¿será aire al final de tanta agua? ¿Contestarán los árboles del aire, / o seguirá ocupado / el sitio donde sigo esperando?”.

Es poesía primigenia, poesía semilla como para regresar al paraíso, mejor dicho, poesía que nos interroga acerca de la pérdida del paraíso y la posibilidad de recobrarlo. Es poesía llana pero acuciante en una época donde hemos perdido la capacidad de asombro por la mecanización del consumo y la estulticia de la tecnología liviana. El hablante lírico es un duende que nos recuerda que hemos perdido nuestra niñez y, posiblemente, nuestro verdadero rostro en la socialización violenta y enfermiza de un sistema deshumanizado, paranoico.

Es poesía para leerse en calma, al suave, sin prejuicios y sin falsas expectativas; todo ello sin retruécanos abusivos ni imágenes suicidas. Es un ejercicio de autocontemplación de la mano del poeta para retribuir a la poesía el milagro de ese tráfago de realidad subsumida por el descaro posmoderno. Y para agradecerle a Byron estos poemas sencillos, como los quería Martí, en medio de la bullanguería cotidiana. Y para reflexionar sobre la imperiosa necesidad de decir ¡basta!, si es que acaso queremos, y podemos, regresar: “¿Podrá lograrlo alguien con solo escribir un poema?”.

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