Zona de influencia

Dedicamos este número especial de FORJA a la Feria Internacional del Libro, que se realiza en San José del 22 al 31 de agosto,

Dedicamos este número especial de FORJA a la Feria Internacional del Libro, que se realiza en San José del 22 al 31 de agosto, así como al centenario del natalicio de Julio Cortázar, celebrado este 26 de agosto.

Todos los días desde hace al menos doscientos años, arriban a los puertos latinoamericanos la más variada cantidad de mercancías estadounidenses. Las embajadas de los Estados Unidos probablemente sean las más importantes en los países de la región. Desde su nacimiento como repúblicas independientes resultó inevitable el cruce de los destinos de los países anglosajones y protestantes del norte de América, con los países hispanos, mestizos y de tradición católica del sur del continente. El rápido desarrollo industrial y capitalista de los Estados Unidos aceleró su crecimiento económico, su poderío político y su necesidad de expansión. Dada su ubicación geográfica, la América Latina no podía ser otra cosa que zona de influencia del imperio moderno que nacía. A nivel cultural basta con salir a la calle hoy en día en una ciudad como San José de Costa Rica para ver de dónde provienen la moda, las comidas, algunos deportes, la música y las películas que educan sentimentalmente a sus ciudadanos. Estados Unidos poco a poco sustituyó a Europa como principal influencia cultural y política en la región latinoamericana.

Mientras en distintos países a lo largo del siglo XX surgían movimientos antiimperialistas, algunos de ellos armados, condenando los intereses expansionistas y de dominación de los Estados Unidos, los lectores, futuros escritores y otros autores ya consagrados, descubrían en la literatura norteamericana formas de expresión que no encontraban en otras tradiciones literarias. El descubrimiento del individuo solo y libre que se enfrenta a la naturaleza, que desaparece entre la multitud de la ciudad, el individuo que nace en una sociedad rural cerrada, marcada por la esclavitud y los conflictos raciales; el individuo moderno fragmentado que narra sus experiencias con el alcohol, con el sexo y con las drogas, ese individuo que no proviene de la tradición católica, ha sido contado de mil y una formas por los narradores norteamericanos.

Para Hemingway, la novela moderna norteamericana nace con un libro de Mark Twain que se llama Las aventuras de Huckleberry Finn, del cual es suficiente decir el nombre para presentarlo. Mark Twain ha sido un referente constante para los escritores latinoamericanos; en Costa Rica, por ejemplo, han sobrado las comparaciones entre aquel niño que se fuga y navega por el río Mississippi con un esclavo negro y Marcos Ramírez,  el muchacho de Alajuela que no tiene padre y que Carlos Luis Fallas presenta en su batalla constante con las instituciones de la sociedad que lo vio crecer. En bares y hoteles tendidos a las orillas del Río San Juan de Nicaragua, se recuerda siempre la historia de uno de los viajeros famosos que pasó por ese allí en la época de la fiebre del oro y de La Ruta del Tránsito, es la historia de Mark Twain y se le recuerda al estilo nicaragüense, de algún modo reclamando a Huck como uno más de los navegantes del San Juan.

Los cuentos de Jack London, su relación con la naturaleza y el mundo de los instintos; el anarquismo-ecologista de mediados del siglo XIX que presenta Thoreau en Walden; la búsqueda obsesiva de la ballena blanca que realiza el capitán Ahab en Mobby Dick de Hermann Melville por todos los mares del mundo; El viejo y el mar de Hemingway; son todas muestras célebres de la relación del individuo con la naturaleza y con su naturaleza, el yo que se relaciona con el yo enfrentándose a los obstáculos del mundo, asunto del que da cuenta la literatura norteamericana desde sus inicios con maestría y variedad de estilos. De igual modo y en otros escenarios, El hombre de la multitud de Edgar Allan Poe, el más europeo de los escritores norteamericanos del siglo XIX, y Manhattan Transfer de John Dos Passos, cuentan la experiencia urbana en la literatura, en cuento y novela respectivamente, de manera tan extraordinaria que no son pocos los escritores y los críticos literarios latinoamericanos que las han seguido como referentes para sus trabajos.

Mientras Mario Vargas Llosa soñaba en la soledad del Colegio Leoncio Prado de Lima con la persecución de un cetáceo, La región más transparente de Carlos Fuentes, primera novela urbana sobre la ciudad de México, no hubiera sido posible sin la obra de Dos Passos y la poesía nicaragüense no hubiera sido la misma sin Salomón de la Selva o sin José Coronel Urtecho y ellos, ambos, no hubieran sido los escritores y los poetas que fueron sin su conocimiento y su gusto por la forma desenfadada, ágil, cotidiana y prosaica de la poesía y de la cultura norteamericanas mediante la cual pudieron doblarle el cuello al cisne de Rubén Darío, “el paisano inevitable”.

Ambrose Bierce, que inspira Gringo viejo de Carlos Fuentes, Francis Scott Fitzgerald y su Gran Gatsby y su Hermosos y malditos, obras en las que cuenta la depresión de los años treinta en el este de los Estados Unidos; Ernest Hemingway y su magnífica obra que también se hace en el Caribe, en La Habana, en Bimini, en el sur de la Florida; Erskine Cadwell con Tobacco road y su descripción de la sociedad incestuosa y feudal del sur de los Estados Unidos, marcan una época, una forma de hacer literatura, una manera de transformar el mundo en ficciones, forma y actitud que recorrerá todos los rincones de Latinoamérica.

Las técnicas literarias con las que sorprenden al mundo autores europeos como Marcel Proust, Virginia Woolf o James Joyce, llegan a Latinoamérica, en muchas ocasiones, digeridas primero por autores norteamericanos. La exploración del pasado individual, el flujo de la conciencia, un día en la vida de un hombre de ciudad, son temas de estos autores que pasan por la literatura norteamericana y que a su vez marcan la manera de narrar en América Latina.

“Parece inútil repetir lo obvio, pero, en vista de que aquella falacia asoma constantemente tanto en trabajos académicos como en artículos periodísticos, conviene recalcar esta evidencia. Ningún escritor es una isla, todas las obras literarias, aun las más renovadoras, nacen en un contexto cultural que está presente en ellas de alguna manera −ya sea que reaccionen contra él o lo prologuen− y todos los escritores, sin excepción, encuentran su personalidad literaria −sus temas, su estilo, sus técnicas, su visión del mundo− gracias a un intercambio constante −lo que no quiere decir en todos los casos consciente, aunque en muchos sí− con la obra de otros escritores. Todos, sin excepción, reciben influencias que los estimulan y enriquecen, aunque otras veces, es cierto, los ahogan convirtiéndolos en meros epígonos”. Dice Vargas Llosa sobre las influencias en literatura.

EL “BOOM” DE LA LITERATURA LATINOAMERICANA

Decía Alejo Carpentier que la palabra “boom” no le gustaba para referirse a su literatura, ya que con esa palabra se denominaban los pueblos efímeros que nacían un día y desaparecían al siguiente en aquellas zonas del oeste de los Estados Unidos en las que se descubría oro. Por lo efímero es que no le gustaba la palabra “boom” al novelista cubano. A pesar de ello, con esa palabra se reconoce en el mundo entero al momento más exitoso de la literatura latinoamericana, el momento en que el realismo ingenuo, las novelas de la tierra, el indigenismo y la tradición vernácula latinoamericana le cede el paso a formas más novedosas y experimentales de narrar, en las cuales el sujeto que narra, sus puntos de vista, su tiempo, son modificados y con ellos, la perspectiva que se tiene sobre Latinoamérica, sobre Montevideo, sobre Lima, sobre Cartagena, sobre Buenos Aires, sobre Santiago de Chile; esta perspectiva y el mundo que es pensado, sentido y descrito también cambian.

El “boom” de la literatura latinoamericana de los años sesenta del siglo pasado no es sólo un fenómeno editorial, a pesar de las diferencias estéticas existentes entre los autores que lo conformaron, dos de ellos premios nobeles de literatura, podemos coincidir con Carlos Fuentes al decir que en todos ellos  resulta significativa la voluntad de transformar las maneras de narrar para poder expresarse mejor; cada uno con su estilo y con el mundo que traía a cuestas apuesta por modificar la tradición literaria que lo antecede, y es en este proceso que bebe de varias fuentes, pero cada uno de ellos, devora principalmente las novelas y los cuentos de escritores norteamericanos como William Faulkner, Ernest Hemingway, John Dos Passos y Francis Scott Fitzgerald.

Sobre William Faulkner dice Mario Vargas Llosa:

“Entre los escritores modernos probablemente William Faulkner (1897-1962) haya sido el que ha ejercido mayor influencia entre los cuentistas y novelistas de su generación y las que la sucedieron en todo el mundo occidental y acaso también en otras culturas. No es de extrañar que fuera así: la obra del escritor norteamericano es deslumbrante por su ambición y coherencia, por el hechizo, color, violencia y originalidad de su mundo, así como por la variedad y vigor de sus personajes, la audacia de sus técnicas narrativas y la fuerza encantatoria de su lenguaje. Estoy seguro de que así como me ocurrió a mí, en 1953, mi primer año universitario, muchos jóvenes del mundo entero leyeron las novelas con lápiz y papel a la mano, fascinados por la riqueza de sus estructuras, −con sus malabares en los puntos de vista, los narradores, el tiempo, sus ambigüedades y sus silencios locuaces− y ese lenguaje lujoso y barroco de irresistible poder persuasivo. Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina. Los mejores escritores lo leyeron y, como Carlos Fuentes y Juan Rulfo, Cortázar y Carpentier, Sábato y Roa Bastos, García Márquez y Onetti, supieron sacar partido de sus enseñanzas, así como el propio Faulkner aprovechó la maestría técnica de James Joyce y las sutilezas de Henry James entre otros para construir su espléndida saga narrativa”.

Y la historia de las influencias no termina con Faulkner y el” boom” de la literatura latinoamericana; en periodismo narrativo y en lo que se llamó “non-fiction novel” autores como Norman Mailer o Truman Capote son determinantes, tanto como lo son en su género algunos escritores de novela negra o policíaca, o como lo son los escritores de la generación “beat”,  a pesar de todas sus flaquezas, para la poética del viaje y la narración de las experiencias y los estados de conciencia a los que lleva la adicción a las drogas. También a pesar de todas sus flaquezas y las poses de sus seguidores más ingenuos, Charles Bukowski  es un poeta que ha dejado cola en América Latina; con mucha simpatía recuerdo las citas que sobre las chicas Bukowski hace el rosarino Fito Páez, quien desde el año anterior también es novelista latinoamericano.

El cine, las novelas llevadas al cine y la calidad de una generación de escritores como Pynchon, De Lillo y Cormac Maccarthy, posibilita la lectura de sus obras en las últimas dos décadas en América Latina; estará por verse su poder de influencia así como la de los novelistas John Barth, Paul Auster, Jonathan Franzen o el trágico caso de David Foster Wallace quien se suicidó a la edad de 46 años en 2008, dejando varias obras en herencia como la extensísima La broma infinita.

En América Latina no es posible hacer política sin considerar la existencia de los Estados Unidos. En literatura evidentemente la cosa no funciona de la misma manera, pero si pensamos que en ella, de uno u otro modo se expresa el mundo cultural en el que nacen las ficciones traducido por una subjetividad mediadora, la literatura de esta región del mundo seguirá siendo zona de influencia norteamericana y dependerá de la calidad y el poder renovador y narrativo de los escritores de uno y de otro lado de la frontera, mantener vivas las vías de comunicación que los han unido en provecho de la literatura moderna del continente.

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