Pascual Serrano

La prensa no ha muerto

No es fácil hallarlo. Todavía anda recorriendo España y América Latina presentando La prensa ha muerto ¡Viva la prensa!

UnknownEl periodista español Pascual Serrano, autor entre otros del libro La prensa ha muerto ¡Viva la prensa! y creador de sitios como rebelión.org, es un analista crítico del proceso que vive el periodismo contemporáneo. Entrevistado por Fabricio Lombardo, de la revista argentina Último Round, habla aquí sobre prensa, autocensura, política, libertad de información y derechos ciudadanos.

No es fácil hallarlo. Todavía anda recorriendo España y América Latina presentando La prensa ha muerto ¡Viva la prensa!, su último libro que salió a la calle a finales de 2014. “Esta semana estoy en Cuba, la próxima en Canarias y la siguiente en Cataluña”. Imposible. Con todo, el tipo se hace un lugar y accedemos a la entrevista. Se presenta risueño, cordial. Habla apresuradamente, pero es preciso y claro a la hora de las definiciones.

Le vetaron un libro (Traficantes de información) y lo echaron de un periódico cuando criticó a un alto cargo de BBVA. ¿Qué otras formas de censura ha sufrido?

–Bueno, al final, las formas de censura no son tan evidentes. A mí me hace gracia cuando algún periodista dice “a mí nunca me censuraron”. Claro, es que probablemente lo contrataron porque sabían que no haría falta censurarle nada. Por dos razones: primero porque al seleccionar el periodista las empresas saben que se adecua al perfil editorial que se necesita; segundo –y esto es lo más importante– porque el nivel de autocensura que tenemos los periodistas es tremendo.

La autocensura opera de diferentes maneras según el momento. ¿Cómo se expresa hoy, principalmente?

–A través del trabajo. La autocensura existe en la medida de que no hay trabajo y si se pierde el que se tiene luego no se tiene chances de trabajar. El despido libre que existe en el capitalismo, es decir, el derecho de dejarte en la calle cuando escribes algo que no les gusta, esa es la principal forma de censura.

¿España está perdida o está saliendo de la amnesia colectiva?

–A España le pasa un poco lo mismo que a toda Europa. Hay un nivel de resignación muy grande, existe una pérdida de valores de la izquierda. Yo creo que en este momento la izquierda tiene perdida la batalla ideológica. La gente no es de izquierda por mucho que algunos lo piensen. La ideología individualista del sálvese-quien-pueda es la predominante, y en este escepticismo político y falta de formación los nuevos partidos se presentan con unos programas anodinos, simplemente diciendo “somos lo nuevo” o “somos jóvenes”. Esas consignas demuestran el analfabetismo de una sociedad que ha perdido su madurez política.

¿Lee de esa manera el proceso que encabeza Podemos?

–En los votantes, en las bases. El problema es que nadie sabe quiénes son los dirigentes de Podemos porque todos acaban de llegar. Uno encuentra un espectro muy amplio donde, en mi opinión, los arribistas ocupan un gran porcentaje entre aquellos que quieren situarse en línea de salida ante sus bases. Luego están los cuatro o cinco tipos que han pensado en el invento desde arriba, que creo que lo único que han hecho es ajustar el radar técnico a lo que la sociedad demandaba: jóvenes, cualificados y con un discurso no muy pronunciado.

¿Qué opina de esos “cuatro o cinco”?

–A mí esa cúpula de Podemos me merece bastante confianza personal, pero eso no quiere decir que al final lo que acaben pariendo también me lo merezca. No lo sé, porque probablemente ni ellos sepan lo que van a parir.

¿Usted milita en algún partido actualmente?

–Sí, yo soy militante de base de Izquierda Unida (PC). No ejerzo de nada, más allá de que tengo una columna en Mundo Obrero. Curiosamente, fui candidato simbólico –último en la lista– en Paiporta, un pueblecito de mi juventud en Valencia, en una lista de coalición entre Izquierda Unida y Podemos.

¿El optimismo de La prensa ha muerto ¡viva la prensa!, su último libro, es la contracara de La comunicación jibarizada?

–Yo diría que es la contracara de Traficantes de información. Intento sacar un libro optimista y uno pesimista. Evidentemente, la situación me tira más libros pesimistas, pero alguien dijo que los de izquierda no podemos permitirnos el lujo de ser pesimistas, así que tengo que hacer el esfuerzo. Este libro intenta ver la cara positiva de la crisis del periodismo.

SONY DSCEn ese sentido, ¿ha pensado en la posibilidad de que la comunicación pudiera convertirse en un cuarto poder independiente?

–En el marco del mercado, esa posibilidad es una tontería porque en esas condiciones sólo hay un poder que es el del dinero, el poder que manejan las compañías y corporaciones. Ellas son las que dictan las leyes a los ministros, las que hacen lobby para condicionar a los parlamentarios y las que pagan los mejores abogados y peritos para que les ganen los juicios. La única forma de frenar al mercado y al poder del capital es mediante más democracia.

Usted describe: hay medios públicos, medios militantes y medios libres que pueden pagar a periodistas. En estos últimos se enfoca su último libro, ¿por qué?

–Hubo una coyuntura antes de la crisis de las grandes empresas del periodismo, hará unos quince años, cuando nace Rebelión, en la que el mercado no permitía crear un medio alternativo. Permitía crear un medio militante, pero no un medio alternativo que pudiera enviar un corresponsal a Ucrania o tener un periodista a jornada completa revisando el Boletín Oficial del Estado, etc. No había lugar para ello. Con la crisis del periodismo eso cambia y surge la posibilidad de crear medios colectivos, cooperativos, que son los que analizo en el caso español, y algunos que ya existían desde antes.

¿Qué ocurre ahora con los “medios militantes”?

–Creo que ese periodismo ya no procede, porque se convierte en algo parásito: no envía corresponsales, no paga periodistas, no paga cronistas, se mueve por la voluntariedad, son ONG. Creo que hay hueco para crear otro tipo de medios en el que además los periodistas sobrevivan. ¡Tenemos que hacerlo viable, necesitamos que ese periodista coma! No podemos pretender que trabaje para la CNN y, luego, cuando termina, le dedique dos horas al medio alternativo.

¿Cuál de las experiencias analizadas en su libro le ha llamado más la atención?

–Todas tienen una estructura muy adaptada a su historia y su geografía. Uno ve en México que juntan a todos los pintores para subastar sus cuadros y poner en marcha el periódico (La Jornada). Claro, en aquel momento era una buena idea, pero yo no sé si ahora se podría poner en marcha algún periódico en México. O cuando te dicen que los estadounidenses hacen un crucero con las figuras de la izquierda y la gente paga un pastón por acompañarlos y con ello contribuir al periódico (The Nation)… Si tú haces eso en España (risas), nadie va a pagar absolutamente nada. Esas cosas solo las pueden hacer los americanos.

No obstante, la experiencia de eldiario.es resulta muy interesante.

–Sí, ellos piden que seas socio “a cambio de nada”. Dicen algo que a mí me parece muy bonito: “Usted es socio no para leer este reportaje, sino para que este reportaje exista”. Con ese eslogan van los tipos y consiguen diez mil socios, que quiere decir cincuenta o sesenta mil euros todos los meses, que ya dan para pagar sueldos. Infolibre, por su parte, busca que algunas noticias sean de pago. Mongolia, en cambio, no pone su contenido en internet y te dice que compres la revista en papel como toda la vida. Y le están saliendo las cuentas.

Justamente en su libro usted cita a Gonzalo Boye, de la revista Mongolia, que dice “nosotros no somos medios alternativos, somos los medios”.

–Efectivamente, coincido con él. Las denominaciones tradicionales no me gustaban, la de “contrainformación”, porque eso suponía decir que los que informaban eran los otros. Lo mismo ocurre con la definición de “contracultura”, como si lo que está en el mercado fuera la cultura. Tampoco me gusta ya lo de “alternativo”, porque aunque somos alternativos “a ellos” nuestra vocación es que ellos sean los alternativos a nosotros, es decir, que nosotros seamos los hegemónicos; que CNN sea lo alternativo a teleSUR y no al revés.

¿No hay un poco de idealismo en pedir el compromiso de los lectores para sustentar a los medios independientes?

–Lo que a la gente hay que explicarle es que con los medios comerciales nunca va a estar informada, siempre va a estar engañada y la van a manipular. Si lo que usted lee va a depender de una publicidad de Repsol, el BBVA, Telefónica o el Banco de Santander, bueno, lo que usted va a leer es una mierda. De ahí no va a salir nada decente; y ese es el modelo que se está derrumbando. Yo creo que lo que debemos pedir desde la izquierda es que el Estado, al igual que se compromete con la salud, la educación y las carreteras, también se comprometa con garantizar al ciudadano el derecho a la información veraz. El Estado tiene que dar esa garantía.

¿Pero el Estado puede ser una garantía?

–Un Estado al que hay que vigilar muy de cerca, evidentemente, para que no se convierta esa garantía del derecho a la información en una vía de propaganda de dominio político y mediático. Por desgracia, en la historia eso ha ocurrido en demasiadas ocasiones.

Además, los gobiernos también cambian su carácter. Hoy pueden ser progresistas y mañana conservadores y llevarse puesta esa garantía.

–Es que los medios no van a ser conservadores si ganan los conservadores, simplemente se van a privatizar. Ocurre que la derecha no convierte a los medios públicos en medios de derechas, simplemente los privatiza, con lo cual se asegura que van a ser de derechas aunque luego gane la izquierda. En el golpe de Honduras lo primero que se hizo fue privatizar el medio estatal.

En el caso de los medios privados, el peso del propietario es tanto mayor que el del gobernante sobre el medio público.

–Claro, te pongo un ejemplo, cuando en Italia gobernaba Berlusconi, en todas las televisiones mandaba Berlusconi: las privadas porque eran suyas y las públicas porque era primer ministro. Al conocerse el escándalo de las prostitutas que iban a su mansión en Cerdeña, todas las televisiones querían entrevistar a alguna de ellas y Berlusconi intentaba evitarlo de todas las maneras posibles. La cuestión es que al cabo de seis meses un solo medio pudo superar esas presiones; ese medio fue la televisión pública. Con todo lo que podamos echar pestes del control gubernamental que pueda tener la derecha sobre los medios públicos, siempre van a ser más libres que las privadas. Además, en última instancia, al gobernante lo puedo cambiar en las elecciones mientras que al dueño del medio privado no lo voy a cambiar en la vida.

El desarrollo de la democracia en el marco del capitalismo parece bastante limitado.

–En el marco del capitalismo no puede estar garantizado el derecho a la información; hace falta un Estado con mucha más presencia y protagonismo en el interés público. La democracia solo se da con una sociedad organizada, y la sociedad organizada es el Estado, que es quien dicta las leyes, dice dónde van los recursos públicos y establece los límites a la ambición privada. Si el Estado no garantiza el derecho a la información nunca se garantizará que los diferentes colectivos sociales tengan acceso a los medios de comunicación, porque al poder eso es lo que menos le interesa.

¿Sigue lo que está ocurriendo con la Ley de Medios de Argentina?

–Mi próximo libro es sobre las iniciativas legislativas y los cambios políticos que se están dando en América Latina en relación con la comunicación. Lo que está ocurriendo allí es una experiencia tremenda, porque han conseguido poner en la agenda ciudadana el debate sobre la democratización de la comunicación. Para España y Europa en general eso es algo marciano, aquí nadie habla de eso.

En Latinoamérica, hay una sociedad sensibilizada sobre la necesidad de democratizar la comunicación, incluso en Brasil, donde no existe la ley pero está la discusión. En América Latina, la sociedad está reivindicando el papel del Estado para que garantice la veracidad de los contenidos, el reparto equitativo de las frecuencias y licencias, el acceso de las minorías a los medios de comunicación, las sanciones contra la información xenofóbica o racista, etc. Todo eso aquí no existe. Por eso yo aplaudo y defiendo la Ley de Medios de Argentina, pero sobre todo el movimiento democratizador que hay en América Latina.

¿Le recuerda algo de esto al Informe McBride?

–Mmm… sí. Evidentemente, el Informe McBride no dejaba en claro la presencia de los Estados. Decía que los países pobres no tenían presencia en los grandes medios; pero es que los pobres en los países ricos tampoco tienen presencia en los grandes medios. El informe se quedaba en una cuestión de geopolítica internacional.

A la ley de los tercios, que propone repartir equitativamente las licencias entre medios públicos, sociales y privados, ¿la ve como “un paso hacia” o como un fin en sí misma?

–Por el momento, a mí no me preocupa que haya un tercio en manos privadas. Para que te des una idea, la ley en España dice que las televisiones comunitarias no pueden facturar más de cien mil euros al año y las radios comunitarias no más de cincuenta mil; es decir, ¡aquí están proscriptas! No solo no se dan licencias, sino que si –por casualidad– alguna tiene licencia autonómica, y si –por casualidad– resulta que no es pobre, por ley se la obliga a la pobreza y la indigencia. ¡Es una ley de prohibición de los medios sin ánimo de lucro!

En la comparación, el contraste es notorio.

–Claro, cuando comparas esto con América Latina, y encima en Venezuela, se les está dando recursos. Ojo, de todas maneras no todo es bonito; yo también tengo mis críticas sobre lo que está ocurriendo allí.

¿Por ejemplo?

–Una cuestión central es la poca relevancia que le dan los medios públicos a la cuestión internacional. No puede ser que una radio nacional argentina o ecuatoriana, para saber lo que está ocurriendo en Madrid, nos llame a alguno de aquí para que les contemos algo. No están siendo auténticos medios de información internacional; se dedican a dar una imagen necesaria de veracidad de su país, están muy preocupados de que aquí sepamos la verdad de lo ocurre allí. De todas maneras los avances de América Latina son tremendos, inéditos y revolucionarios, y como tales están en un momento experimental y van a tener errores que Europa no tiene porque no está haciendo nada.

De todos estos procesos, ¿qué medida en particular le llamó más la atención?

–La iniciativa de Ecuador de que las empresas financieras no puedan ser propietarias ni accionistas de los medios de comunicación me pareció muy valerosa e importante. Hasta el punto que después la copió Chávez. En el caso de Ecuador, está en la Constitución, es tremendo: una Constitución que ha sido aprobada por referéndum y ya no la puede cambiar nadie. Vamos, que si eso se hiciera en España desaparecerían todos los medios de comunicación.

 

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