“Dichosa Bella que no fue a la escuela”

+Chela y Trombón, un libro que efectivamente todo costarricense debería leer. Si de educación se trata, la primera frase del libro que me mueve

+Chela y Trombón, un libro que efectivamente todo costarricense debería leer. Si de educación se trata, la primera frase del libro que me mueve a reflexionar es: “dichosa Bella que no fue a la escuela”, dicha por Chela, una de las protagonistas. Curiosamente, al final de la historia ella misma muestra un aprecio incomparable por la culminación de sus estudios y los de su hijo Alen, “Trombón”.

Chela tuvo que repetir el tercer grado varias veces porque su escuela no ofrecía otros niveles. Años más tarde, conoce a “Tino” quien sin terminar la educación primaria le había enseñado “más que la maestra”, en temas sobre economía política y sociología que se aplicaban a la realidad que vivían los personajes.

Después de que Chela diera a luz a Alen, su primer hijo, que se notaba distinto al resto de niños, la visión hacia la educación tuvo varios vuelcos. Se le cerraron las puertas con médicos y educadores. Sin embargo, no hacía caso a los especialistas ni doctores, en cambio, cada día decidía guiarse por Alen y sus cualidades. Esta madre no dudó en aceptar que su hijo mayor podía “por caminos diferentes alcanzar lo que sus otros hijos”, y luchó porque él recibiera educación en aulas regulares, respetando las diferencias y su ritmo en el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Si avanzamos en la historia de Chela y sus esfuerzos por estudiar a fin de proteger a Alen, el hijo que más lo necesitaba, la vemos también luchando por la educación de él. Intentaba, cada vez, conseguir la comprensión en los centros educativos hacia las dificultades y conductas “inadecuadas” que presentaba el niño, convencida de que no pertenecía a una escuela de educación especial. Insistía a los directores y educadores lo importante de aprovechar las “cosas buenas” que llevaba dentro de sí Alen.

Una profesora de música, al notar la cualidad de Trombón para escuchar e interpretar  la música, le abrió una puerta y lo impulsó a avanzar. Fue la primera docente que realmente lo comprendió, le dio la oportunidad de ser él mismo y lo “revaloró frente al mundo”.

Más adelante al joven se le llega a conocer como “Trombón” por su habilidad para tocar dicho instrumento, pero además mostraba un alto nivel de bondad.

Chela no pedía que Alen fuera una “eminencia” sino que tuviera la capacidad de defenderse como persona.

El relato avanza y vemos a un joven mostrando sus cualidades y, valiéndose de ellas, se convierte en parte del sostén de su familia. Trombón había encontrado su vocación y, a través de ella, dejó de sufrir discriminación.

Arnoldo, el director del Conservatorio Castella, donde Trombón encontró un camino propio y desarrolló sus dotes sin obstáculos, mostraba su inspiración para el arte y la enseñanza, por lo que fue capaz de darle vida a una institución diferente a las conocidas por los protagonistas.

Después de todos los sacrificios que realizó, Chela no supo cómo hizo para arreglárselas con sus hijos, el trabajo y el estudio; piensa que debe ser que “cuando a uno le va bien en algo… se motiva, se entusiasma, lo hace a uno ver la vida con otros ojos y cambia”.  Ella se motivaba a estudiar porque lo vio como la mejor forma de continuar protegiendo a su familia.

A pesar de que la abuela de Trombón fue especialmente dura con su madre, y esta nunca pudo sentir el amor expreso de su mamá, recordaba momentos en que le dio la seguridad que ocupaba para continuar. Chela tenía vocación de madre y cuidó de sus hijos lo mejor que pudo, sin lograr evitar que sus hijas fuesen víctimas de abuso sexual. Su vida no había resultado tan fácil como creyó que lo habría sido para Bella su hermana mayor, quien nunca trabajó en el campo ni enfrentó las exigencias de su madre. Pero todo lo que ella misma aprendió en su camino, los trabajos realizados, las agresiones vividas y todas las negativas de la vida, la convirtieron en una gran mujer capaz de inspirar a jóvenes, incluso educadores.

“Tita”, como cariñosamente llamaba Alen a su madre, había enfrentado todas las trabas burocráticas y económicas. Por más incomprensión y falta de cariño de educadores y especialistas, quienes según ella explica habían dejado fuera del “destino de la patria” a personas que por ellas mismas lograron elevarse, siempre halló la forma de mantener firme la esperanza de ver a sus hijos surgir, especialmente a Trombón quien tanto “le había costado”.

Luego de trabajar y trabajar incansable, esta mujer empieza a ver los milagros en su vida, nacidos de las lágrimas y el esfuerzo. Pasó de trabajar la tierra a participar en seminarios sobre políticas de integración en educación especial, aunque no de la noche a la mañana y, tal vez por eso, sus logros llenaban de orgullo al hogar que ella fundó.

Trombón tenía herramientas para enfrentar la vida, valores inculcados por su madre y grandes aspiraciones.

En la labor de los maestros ciertamente la comprensión cuenta mucho, pero es prudente cuidarse de no caer en la “lástima” que nos lleve a limitar a los estudiantes de una forma más perjudicial que la discapacidad misma.

Los estudiantes que recibimos en nuestras aulas pocas veces, o ninguna, eligen cómo quieren ser tratados y hasta dónde desean llegar, pero hemos oído una y otra vez que al aprendizaje de un escolar no se le “pone techo”.

Tal parece que todos requerimos de un empujón para realizar nuestros sueños y a veces para encontrarlos. Al correspondernos parte de esa responsabilidad hay que visualizar las habilidades de cada estudiante a futuro.

La inserción laboral para personas con alguna discapacidad  sigue requiriendo de lucha y constancia en el proceso. Desde el hogar debe promoverse la independencia de los niños y los docentes también deben impulsarla, así cada uno podrá, ya de adulto, continuar su camino.

 

 

 

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