La fuga de Kropotkin
Rodrigo Quesada Monge
ensayo
Ed. Eleuterio, Santiago de Chile
2013
Dos historias fugitivas dan apertura a una obra reciente, dedicada al anarquista ruso Piotr Kropotkin (1842-1921). Una, la del escritor León Tolstoi (1828-1910), quien, en el último año de su vida, consigue escaparse de posesiones, personas y compromisos, “todo aquello que lo mantenía atado a este mundo”. En la otra, Kropotkin no espera tanto, y consigue escapar de una de las celdas a donde lo llevara el zarismo; mas “no quiso ser únicamente el prisionero que se escapa de su celda”, pues huyó y con ese gesto “trajo consigo una serie de cambios profundos en su vida”. En su libro +La fuga de Kropotkin (2013), el historiador costarricense Rodrigo Quesada Monge se adentra en aquellos cambios profundos para mostrar el más humanizado perfil de un revolucionario anarquista y, también, para ponderar qué tiene por decir su biografía a las inquietudes políticas y sociales de la historia contemporánea.
El libro inaugura la colección de Historia Ácrata de la Editorial Eleuterio, perteneciente al Grupo de Estudios José Domingo Gómez Rojas, de Santiago de Chile, organización dedicada al estudio de las expresiones históricas, filosóficas y políticas del anarquismo. A esta primera fuga, quizá de índole editorial o cultural, debe destacarse el acto fugitivo de sí mismo que realiza el autor. ¿Por qué? La producción intelectual del profesor Quesada Monge reúne una notable diversidad que abarca la historia económica, sea la del imperialismo británico en América Central, las ideas económicas e instituciones bancarias en Costa Rica, o los empresarios que materializan la economía política de los imperios; la historia del pensamiento político y sus ensayistas antiimperialistas; la historia cultural y sus poetas populares; pero también una amplia reflexión ensayística en torno a diversos tópicos de la historia universal y latinoamericana: sus totalitarismos, sus imperios otra vez, sus escritores, artistas y rebeldes (hombres y mujeres).
¿Por qué, entonces, una fuga de sí? En esa producción ensayística, el anarquismo ha ido ocupando un lugar muy destacado y sentido, con densas reflexiones en torno al anarquismo individual del escritor irlandés Óscar Wilde (1854-1900), a las mujeres de pensamiento y actividad anarquista como la lituana Emma Goldman (1869-1940), al trasfondo humanista y utópico del anarquismo, y a las posibilidades utopistas de un programa historiográfico anarquista a partir de cultores como Rudolf Rocker (1873-1958) y Howard Zinn (1922-2010), entre otros. El arrebato fugitivo del autor radica en esa notoria cualidad de que muy rara vez, pero rara de verdad, una referencia bibliográfica suya se repite de un texto a otro. Ese estudio constante no evoca solamente erudición, sino también, y más aún, una escapatoria para un historiador asumido y reconocido como historiador marxista que, huyendo de la nueva oleada del anticomunismo militante que envolvió parte de la historiografía internacional al caer el muro de Berlín (Enzo Traverso, “The New Anti-Communism”, 2007), se acerca con interrogantes políticas, historiográficas y existenciales al anarquismo. Así de existencial ha sido su acercamiento a Wilde, en su texto +La oruga blanca. Un retrato de Óscar Wilde (2004); y así lo es, sin repetir una sola referencia bibliográfica, su acercamiento al príncipe Kropotkin.
Seis capítulos y una conclusión, contiene este libro bien cuidado en su edición, hermoso en su materialidad, justo y estimulante en tamaño y estilo (¡173 páginas!). ¿Cómo un príncipe, un hijo de la aristocracia rusa, transita hacia la condición de revolucionario del siglo XIX? ¿Cómo lograr una explicación de ello sin aludir a sentimientos de culpa por pertenecer a una clase cuya ostentación tenía origen divino y biológico? No es necesario quemar aquí los rollos de una historia fascinante, más que para avisar la manera en que el autor recoge elementos biográficos del entorno familiar del príncipe, y políticos de las corrientes liberales que agitaban esa monarquía rusa, corroída no tanto en su estructura productiva como en su forma de vida, para lograr, más que una explicación, un aviso tentador de aquel tránsito en ese primer capítulo, “Kropotkin, el príncipe rebelde”.
“Kropotkin, el geógrafo anarquista”, es el segundo capítulo que aborda con profundidad y claridad explicativa el vínculo múltiple y complejo entre ciencia y política. El príncipe, antes que el teórico anarquista, fue un reconocido científico que participó en las sociedades geográficas de su patria, cuando aquellas servían de insumo a la pedagogía territorial de los imperios europeos. ¿Una geografía anarquista? No es necesario responderlo aquí; la propuesta del autor asume el apasionante problema de analizar los modos en que los extensos recorridos por Siberia, el Noreste de Asia o el Ártico, que le valieron a Kropotkin un renombrado lugar científico en el ámbito europeo, le sirvieron a su vez para delinear los contornos científicos del anarquismo desde la diversidad humana, la desconfianza por la frontera, y las asociaciones entre el comportamiento animal y el orden político humano.
La mutación del hombre de ciencia en revolucionario es materia del tercer capítulo; también fugitivo de sí, Kropotkin renuncia al aparato científico del Zar, y su tránsito hacia la condición revolucionaria es examinada desde distintos niveles: uno individual (sus renuncias personales de familia y clase), uno social (la vivencia cotidiana de un entorno desigual) y otro político (el conocimiento inmediato de la tiranía carcelaria zarista, del movimiento obrero inglés, de la Primera Internacional de los Trabajadores y de la Comuna de París en 1871). Los dos siguientes capítulos dan continuidad al problema de las prisiones: en “Kropotkin, el prisionero” y “Kropotkin, el fugitivo”, Quesada Monge revisa las consecuencias varias que tuvo el paso por las prisiones rusas y francesas para este pensador; de allí que tales pasajes por la racionalidad carcelaria sirvieran también para reflexionar la racionalidad libertaria, uno de los temas fundamentales que desarrollara el teórico anarquista y que el autor abordara también en su texto sobre Wilde, atento a las repercusiones dramáticas de la experiencia de la prisión sobre la individualidad, ese último tesoro por enajenar cuando de defender un orden se trata. Queda en manos de la curiosidad lectora apreciar la narración intensa de Quesada Monge sobre los entretelones de la fuga de Kropotkin de la fortaleza rusa de Pedro y Pablo en 1876; al exilio consiguiente le acompañará la reflexión científica sobre las prisiones, haciendo de la fuga una continua epistemología creativa.
El último capítulo, “Kropotkin, el anarquista”, establece una periodización del pensamiento del príncipe/luego revolucionario/siempre científico. Allí se condensan las discusiones en torno a los alcances y limitaciones del sindicalismo, las huelgas generales, la violencia revolucionaria y del terrorismo que caracterizó algunas de las pulsiones individuales del anarquismo; Kropotkin aparece en continuo contraste con las ideas y prácticas de otros pensadores anarquistas (Bakunin, Malatesta, Réclus, Goldman) o incluso con Marx y los marxistas (Lenin). Hace aparición, también, un Kropotkin contradictorio, que en su vejez resiente los excesos de la revolución bolchevique pero, a la vez, enuncia profundos prejuicios antigermanos en el contexto de la primera gran mundial (1914-1918), priorizando el patriotismo sobre el internacionalismo obrero.
Cárceles sobrepobladas, desigualdad social creciente, criminalización estudiantil, historias y banderas negras con una “A” en el horizonte, la aparente transformación de la izquierda, y las noticias de un imperio ruso que se resiste al paso del tiempo, dan al libro un atractivo adicional en el país. En +La fuga de Kropotkin, el profesor Rodrigo Quesada Monge reúne múltiples registros para lograr una pintura de trazos complejos y hábiles; no rápidos, sino muy pensados: en su libro se unen la historia de los imperios y las revoluciones, de la ciencia y los saberes, la filosofía política, la gracia biográfica y la absoluta pasión narrativa. ¿Acaso fugarse no es un arte?