El espía que nos amó

Con el subtítulo de Las cinco vidas de Iósif Griguliévich, este libro ofrece el resultado de una larga investigación periodística acerca de un curioso

Con el subtítulo de Las cinco vidas de Iósif Griguliévich, este libro ofrece el resultado de una larga investigación periodística acerca de un curioso personaje, que bien podría protagonizar una serie de novelas: el agente espía ruso Iósif Romuáldovich Griguliévich Lavrestki quien logró hacerse pasar por diversas personalidades, una de ellas diplomático costarricense.

Nacido en Lituania el 5 de mayo de 1913 y muerto en Moscú, como académico universitario el 2 de junio de 1988, Griguliévich tuvo una fecunda vida como espía al servicio de la policía política rusa o KGB (Comité de Seguridad del Estado).

Las andanzas de Griguliévich, según nos lo presenta la autora, son las de un hombre no solo cargado de talento, sino con una habilidad de seducción propias de 007.

Desde joven entra en los servicios de inteligencia del gobierno soviético y como agente no solo tuvo que vivir procesos muy complejos en Europa y América Latina, sino que servir y sobrevivir al estalinismo.

De su carrera como agente en España, México, Uruguay, Argentina e Italia destacó con una fructífera labor.

Entre otras cosas, participó en las operaciones relacionadas con los atentados a Trotsky en México, en el apoyo a la resistencia republicana en España, con la red antinazi en Suramérica y con el intento de atentado contra el mariscal Tito en la antigua Yugoslavia.

Griguliévich tenía la personalidad completa del espía, dispuesto a obedecer órdenes, ajeno a una historia personal y capaz de asimilarse a su entorno con celeridad sobre humana.

Según nos cuenta Marjorie Ross en este libro hablaba más de cinco idiomas con dominio total, tenía extensos conocimientos de historia de la cultura y finalmente se especializó en América Latina y el Vaticano.

Precisamente es por su labor en Roma que despierta el interés de la autora, quien tras más de diez años de investigación profusa logra conformar una figura a partir de la sombra de un fantasma.

En julio de 1951, con el nombre falso de Teodoro B. Castro. Griguliévich recibe del gobierno de Costa Rica un pasaporte diplomático como Primer secretario de la Legación de Costa Rica en Italia, que también cubre a su supuesta esposa, la mexicana Laura Araujo, quien se hace llamar Inelia del Puerto.

Con esta identidad confirmada, Griguliévich, quien ha convencido a gobernantes y políticos costarricenses de que es un empresario que tiene muchos años de vivir fuera de Costa Rica, inicia una sonada labor diplomática para fortalecer las relaciones de italo-costarricenses.

Pero en su condición de representante de un pequeño país pacifista que ha abolido el ejército, se agencia con facilidad la simpatía de políticos y diplomáticos en Europa, incluso en el Vaticano, lo cual para un agente soviético era de un valor extremo.

Mientras cumple sus funciones de agente, también impulsa las relaciones comerciales de Costa Rica en Europa y logra las ventas directas de café y banano, así como estimula las relaciones culturales, incluso favorece la creación de comunidades de inmigrados italianos a Costa Rica.

La fastuosidad de las fiestas y recepciones que ofrece, la celeridad de sus propuestas como diplomático tanto en las relaciones comerciales como políticas, lo hacen destacar rápidamente y verse como un orgullo para la diplomacia costarricense.

La velocidad de su carrera lo llevó al ascenso rápido, pronto fue embajador y desde ahí su espacio de acción fue mayor. Pero en lo mejor de su función recibió órdenes de cambiar de objetivos. En los estertores del estalinismo la Seguridad del Estado soviética lo llamaba a participar en operaciones para atentar contra la vida de Tito en Belgrado.

Los convulsos acontecimientos en la URSS y la posibilidad de que un sistema del ejército de los Estados Unidos pueda descifrar algunos mensajes y descubrir su identidad, hacen que Teodoro B. Castro deba desaparecer cuanto antes. Griguliévich prepara su retirada.

En diciembre de 1953 desaparece si dejar huella «uno de los mejores funcionarios de la historia diplomática de Costa Rica», como lo afirma Marjorie Ross.

Pero Griguliévich no había muerto, por el contrario, había sobrevivido a los más diversos y cruentos procesos de purga en la Unión Soviética.

Retirado de los servicios de inteligencia, dedica su vida a la investigación y se especializa formalmente en América Latina. Su amistad con Ernesto «Che» Guevara, le permite escribir una biografía de este muy reconocida. De igual manera, como biógrafo también publicó sus obras sobre José Martí, Benito Juárez, Pancho Villa, Salvador Allende, William Foster y Francisco de Miranda.

Llegó a ser miembro de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, con lo que culminó los estudios que había iniciado de joven en la Sorbona en París y alimentó a lo largo de su carrera como agente.

Entre 1958 y el 2 de junio de 1988, fecha de su muerte, fue académico especialista en América Latina y el Vaticano.

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