Fijaciones
Minor González
Poesía
Ed. Arboleda
2014
Decía el poeta francés Charles Baudelaire que los amantes y los gatos se parecen. A veces ambos se funden para deambular por caminos seguros o por encrucijadas tormentosas.
Sin embargo, pareciera –no estamos seguros– que este viajero gatuno de +Fijaciones no llega a ninguna parte en su afanosa búsqueda del paraíso perdido, el cual añora en infinidad de poemas.
Y es que en +Fijaciones estamos en presencia de un discurso poético irreverente y variado: está matizado de olores y de sensaciones que evocan un abanico de espejos por donde el yo lírico, imagina, observa, canta en ocasiones, atisba, toca otras y devora también a la mujer. Esparce su alegría y su tristeza soliviantadas en universos plagados de laberintos, generalmente más cerca de la delicia y del placer que del binomio placer-amor.Ese yo es un gato que ronronea, araña, disfruta, sufre, goza, se harta y se atormenta también. Es un marinero que navega en el mar de su fijación: la geografía de la mujer, traducida en la gata callejera, la gata desconocida, la gata imaginada o la gata cercana a su corazón, lo dudamos, quién sabe.
Este yo lírico, hombre-gato, habla demasiado de sí mismo, es egocéntrico: “de fijo/ mi reina/ me gustaría bajar a tus dominios/…”. Sin embargo, de ella no se sabe nada, ella es nada más observada y devorada, porque el afán de este gato goloso es satisfacer su gusto, su deseo, su egoísmo, su soledad, su orfandad, su sueño, su urgencia existencial en medio de su escenario real o imaginado: “Ver a todas estas muchachas dulces/ observar su caminado/ escudriñar con los ojos sus curvas que se pierden/ en la esquina/ ceñirse en sus senos frutales…”.
En esa búsqueda, a veces gustosa, a veces tortuosa, por llegar a algún lugar, algún camino, alguna cama, nido, espacio improvisado que, a veces, ni él mismo sabe, se pierde como un niño hambriento, extraviado en pleno bosque. Es de noche y no hay luna, no hay estrellas; entonces, el grito de auxilio es recurrente. Pareciera un juego entre lo onírico y lo tangible. Busca salidas, arañando como el bebé al nacer y recuerda el ser primario en un poema materno-sensual: “No hay mejor alimento para el hombre/ que unas tetas rebosantes de lujuria/ pues nutren con suficiente proteína/ de dulce inacabado/ y en ocasiones mitigan la desazón del sediento…”.
En ese estilo de factura libre, y sin ataduras convencionales, evoca confidencias de felino callejero desencantado y, encima de eso, se torna intransigente al emitir juicios de valor: “Ya las putas no tienen prestigio/ se han olvidado de su eucarística jornada/ ya no envuelven las llamas varoniles de decencia/ de la ternura necesaria/ que busca un hombre para seguir explorando la vida/ las putas de hoy ya no son benefactoras…”.
Pero de repente, en ese río caudaloso, el yo lírico se torna nostálgico y hasta cercano al romanticismo, de la mano de un lirismo mágico-milenario: “Como un efluvio de madrugada/ como el anhelo de la tierra/ cuando la lluvia se incrusta sobre su piel/ así es de impactante el olor de las mujeres/ y con él dan ganas de sembrar la dicha y el entusiasmo/ en cuanto se percibe la fragancia de su epidermis…”.
De repente, de nuevo, reaparece el felino. El disfrute y el olfateo lo emancipa y lo legitima como gato: “…porque tus axilas son la carta de presentación de tus virtudes…”.
Atisba, muy cercano a su instinto natural: “…tocar/ servirse con prestancia y comer de los manjares/ que fueron elaborados para merced de los exóticos/ y el buen apetito de los comensales sin complejos”.
Este yo lírico, que canta entre candilejas, se nos escapa a ratos como agua entre los dedos y nos interpela con un retazo de ternura, de un humanismo que lo libera por principio. Nos confiesa al final del poema “Mujeres”: “Pero casi siempre/ alumbran los caminos y los prados/ con el resplandor imperecedero que se escapa de sus sonrisas”.
Así, +Fijaciones nos visita para regalarnos una orgía de sentidos y decirnos que la poesía seguirá siendo la hechicera que nos invita al recuerdo y la nostalgia, al desenfado y la ruptura, ese juego entre el encanto y el desencanto por la vida.
Bien, pues, por este goloso huésped, que ha sabido serpentear, jugando a la rayuela, esos universos de librepensador sin ataduras. ¡Valga la redundancia!