La aventura literaria de un joven monje cartujo

El escritor y semiólogo italiano Umberto Eco dijo alguna vez que el mundo está lleno de libros maravillosos que nadie lee. Ciertamente, su pasión

El escritor y semiólogo italiano Umberto Eco dijo alguna vez que el mundo está lleno de libros maravillosos que nadie lee. Ciertamente, su pasión por los libros la dejó correr en su célebre novela El nombre de la rosa. En ella, el mundo de los claustros religiosos le sirve de escenario para desarrollar una intriga criminal, pero donde en el fondo el tema central son los libros.

La historia de la vieja abadía de 1327, donde los monjes se dedican a la contemplación y a la conservación de viejos libros en una biblioteca secreta y laberíntica, podría estar inspirada no en abadías medievales con las luchas entre benedictinos, dominicos y franciscanos, sino en la vida recogida de los monjes cartujos.

EL JOVEN CARTUJO

Werner Thalmann González es sacerdote en la Gran Cartuja, fue ordenado en 2008, es un estudioso de la literatura, actualmente tiene a su cargo la selección y formación de los nuevos candidatos y además, es costarricense.

Como investigador, Thalmann se dedicó varios años al estudio de un texto esencial para las letras latinoamericanas, se trata del poema heroico El Cisne de los desiertos, escrita en el siglo XVII por el fraile Bruno de Solís y Valenzuela, de origen colombiano y que ahora publica la Analecta Cartusiana.

Este libro está dedicado a la vida de san Bruno, fundador de la orden cartuja y fue escrito alrededor de 1650.

Dentro de los muchos volúmenes antiguos que alberga la biblioteca de la Gran Cartuja, sede central de la orden, ubicada en Francia, este códice había pasado inadvertido. Aunque existe gran cantidad de obras escritas y pintadas acerca de la vida de san Bruno, este manuscrito cobra especial interés en particular para los estudiosos de las letras hispanoamericanas.

El voluminoso y muy valioso libro, editado en 2013, recoge una transcripción literal del texto original y reproducciones de valiosas imágenes que lo ilustran; pero además ofrece la fascinante investigación de Thalmann, cuya exhaustiva erudición es un referente de análisis bibliográfico desde la historia y la crítica literaria hasta la investigación paleográfica.

Muchos de los textos en que se basa la investigación no son de fácil acceso y se requiere un conocimiento erudito de los textos medievales para su interpretación y valoración.

LA VOCACIÓN IMPLACABLE

Bruno de Solís y Valenzuela nació en una familia acomodada en Colombia en 1616, con el nombre de Fernando Fernández Valenzuela, hijo del cirujano español Pedro Fernández Valenzuela y de doña Juana Vásquez de Solís y tuvo un hermano ocho años menor, Pedro, quien luego también sería sacerdote y escritor. Durante toda su vida de juventud Fernando sintió una gran vocación hacia la vida monástica y religiosa.

Pero fue hasta 1639, a los 23 años de edad, al ingresar en la orden de la cartuja de El Paular, en Madrid, que satisfizo su inclinación espiritual. Entonces asumió el nombre de Bruno en honor del fundador de la orden a la cual dedicó con devoción el resto de su vida. De ahí que buena parte de su obra en verso y prosa la dedica a la vida san Bruno.

Curiosamente, el sacerdote Werner Thalmann, autor de esta investigación, también siguió una fuerte vocación y, luego de ser un estudiante en Costa Rica del Conservatorio Castella y tras culminar en la universidad la carrera de arquitectura, optó por la vida en soledad y contemplación de la milenaria orden de los cartujos.

Pero allá también encontró la pasión por los libros, una constante en la vida cartuja.

EL CÓDICE PERVIVIENTE

La historia de El Cisne de los desiertos es sorprendente. Se trata de un texto escrito alrededor de 1650, pero que había permanecido inédito y prácticamente desconocido. Se salvó del último gran incendio en el monasterio de la Gran Cartuja en 1676, también de  los despojos realizados en varias ocasiones a la biblioteca de la orden, como en los procesos posteriores a la revolución francesa o durante los gobiernos de Napoleón.

Quizás no despertó interés por estar escrito en castellano.

Dentro de la voluminosa producción de Bruno de Solís y Valenzuela, muchos textos se perdieron a lo largo de los siglos por distintas razones.

El códice de El cisne del desierto, tratándose de una “vida de san Bruno” tenía como destino un canto al fundador de la orden cartuja y por tanto dirigido estrictamente a los miembros de la orden. Por alguna razón que se desconoce, el libro no permaneció en la cartuja de El Paular, en Madrid, donde fue escrito, sino que lo enviaron a la Gran Cartuja, en Francia.

Allí, subsistió al incendio del 10 de abril de 1676, el noveno y último gran incendio que sufrió la instalación cuya destrucción fue casi total.

Al respecto señala Thalmann:

“Existe una tradición muy antigua, y probablemente verídica, que cuando se produjo el gran incendio de 1371, el tercero, el primer grito del Rev. P. Dom Guillaume de Raynald fue: “Patres! Ad libros, ad libros!”. Con casi una catástrofe semejante por siglo, los cartujos estaban prevenidos, y, efectivamente, cuando la alarma era dada, corrían a salvar los libros antes que cualquier otra cosa.”

La devoción por los libros en los cartujos es legendaria. En esa vida de retiro, es posiblemente uno de los pocos contactos con el resto del mundo.

A lo largo de los siglos El Cisne del desierto pasó inadvertido y logró salvarse de varias purgas producto de la expulsión de los cartujos de Francia o de la distribución de volúmenes de esa biblioteca a bibliotecas públicas.

Ahora, el redescubrimiento del texto hecho por Thalmann implica un importante valor en la historia de la literatura. Su autor es latinoamericano, el tercero admitido en la orden cartuja en Madrid, fue un creador prolífico, su obra se inserta muy bien en el siglo de Oro español, según Thalmann:

El cisne de los desiertos es un buen ejemplo de la producción literaria de la segunda parte de la Edad de Oro española. El Cisne de los desiertos es una obra profundamente

barroca, tanto en su forma como en su fondo. Exuberancia y prolijidad son características propias de la creación artística del siglo XVII, y en la literatura especialmente desde Góngora. En este sentido nuestro cartujo “indiano” es un notable representante. Aquí los versos y las ilustraciones dialogan para hacer una obra verdaderamente compleja y decorativa, donde nada parece detener el impulso creador.”

LAS ILUSTRACIONES

Por otra parte, el largo poema hace referencia a una serie de obras del pintor Vicente Carducho en las cuales se cuenta la vida y obra de san Bruno y que están en el monasterio de El Paular, donde Solís escribió el libro.

De esta manera, según Thalmann, mediante el poema se logran establecer importantes datos acerca de las 56 obras de Carducho que estaban en El Paular y que construyen “la más grande empresa pictórica narrativa del siglo XVII europeo” muchas de las cuales desaparecieron.

Otras piezas, que ilustran el libro, son copias de obras de Giovanni Lanfranco que también hacen referencia a la vida de san Bruno. Estas fueron copiadas por los ilustradores de la orden.

De manera que el valor gráfico del libro también es destacable en ese sentido.

Para las letras hispanoamericanas, en particular las colombianas, resulta de un especial interés este descubrimiento y la polémica que el investigador, con rigor y cuidado intenta desentrañar respecto de la autoría de la otra obra clave, la novela El desierto prodigioso y el prodigio del desierto.

LA POLÉMICA DE AUTORÍA

Pese a su descubrimiento relativamente reciente (las primeras referencias son de 1963, pero su primera edición en un tomo I es del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, con fecha de 1977), El desierto prodigioso y el prodigio del desierto ha cobrado gran importancia  para los estudiosos de la literatura hispanoamericana.

Considerada una obra manierista-barroca se sustenta en gran medida en la biografía de los hermanos Solís y Valenzuela incluso con detalles y hasta con los nombres reales de los personajes.

No obstante es una novela donde datos reales y ficticios se mezclan además con recursos de diversos géneros literarios como son cartas, poemas, relatos cortos y otros.

Aunque la trama de esta novela es estrictamente religiosa, pues cuenta el proceso de conversión y asunción de la vida religiosa por parte de cuatro jóvenes, se conjugan en ella elementos de aventura, romanticismo, reflexiones, etc.

Luego de que visitan el desierto de La Candelaria, allí en una cueva encuentran a un asceta que les cuenta su vida anterior mundana y su entrega a la vida contemplativa, los cuatro jóvenes se impresionan tanto que deciden cambiar sus vidas, uno de ellos opta por unirse a los monjes agustinos y otro jura que se integrará a la de los cartujos.

En una nueva visita a la cueva, el ermitaño les cuenta con más detalle su vida, así se conocen sus amores y aventuras, incluida la lucha con piratas en el Caribe.

En la obra además aparecen hechos fantásticos, con lo que la coexistencia en una narración de elementos fantásticos con vivencias cotidianas parece que se remonta a los orígenes mismos de la narrativa latinoamericana, solo que en este caso se asocian con experiencias espirituales.

No cabe duda de que la obra captó la atención de investigadores y estudiosos de la literatura colonial latinoamericana, quienes ya han dedicado importantes análisis del texto. Pero uno de los temas que llamó la atención y provocó la polémica fue el de la misma autoría de libro, pues parece no estar claro a cuál de los hermanos Solís corresponde realmente.

Es sabido que aún con las restricciones propias de la orden, el padre Bruno Solís mantuvo  correspondencia con su hermano y se intercambiaron escritos. Incluso que él tuvo a cargo la publicación de algunos de sus textos en España.

Debido a la colaboración constante y al trabajo literario de ambos hermanos, se ha creado una confusión acerca de la autoría no sólo de El desierto prodigioso, sino de otros textos también.

En su investigación, Thalmann sostiene que en realidad, tanto El desierto prodigioso como El Cisne del desierto son obra de don Bruno. Para tal afirmación recurre incluso al tipo de papel empleado en ambos manuscritos, el cual, según señala, se produjo en la fábrica de papel que existía en la cartuja de El Paular.

Uno de los aspectos delicados que se desprenden de la polémica por la autoría es si la obra puede calificarse de latinoamericana o es escrita por un latinoamericano pero en Madrid.

Sin embargo, la acción, personajes y lugares se desarrollan en América y constituyen un importante registro de la época colonial.

Aunque para Thalmann es muy poca la duda de que ambas obras son autoría de Bruno Solís y Valenzuela, posiblemente pronto surgirán contraargumentos al respecto por parte de otros investigadores quienes no han vacilado en atribuirla al hermano.

A lo largo de los siglos, los libros vuelven a aparecer para desentrañar misterios o para generar algunos nuevos.


La vida en la cartuja

La orden de los cartujos fue fundada por san Bruno, un religioso nacido en Colonia, Alemania, hombre sabio y devoto, admirado por muchas figuras de la iglesia y de la nobleza.

Pese a su erudito conocimiento y su destacada función como guía espiritual de varios gobernantes y poderosos, san Bruno optó por una vida retirada y, a finales del siglo XI fundó un grupo cuya idea principal era retirarse del mundo para dedicarse exclusivamente a la contemplación y la alabanza.

Así, gracias a la donación del futuro san Hugo, obispo de Grenoble, Francia, de un terreno en las faldas de una montaña, san Bruno y otros seis compañeros fundaron las primeras instalaciones en un lugar llamado la Chartreuse, en un valle al pie de los Alpes. Estas no eran más que unas cabañas de madera que rodeaban, mediante una galería, un área común con cocina, un comedor y la iglesia.

El lugar era totalmente inhóspito y retirado.

San Bruno estableció un reglamento muy estricto, con condiciones muy duras y alejamiento total de otras personas. Además, cada monje trabajaba en una pequeña huerta de donde obtenían los alimentos necesarios. El silencio es fundamental para la contemplación y la oración.

Más adelante, el papa Urbano II, quien había sido discípulo de san Bruno en su juventud, lo llamó como consejero a Roma y tuvo que abandonar el monasterio.

Luego, en Italia, gracias a la donación de unas tierras en Calabria, fundó el segundo monasterio en el que permaneció hasta su muerte, en octubre de 1101.

Unos años después, en 1132, un accidente producto de las frecuentes avalanchas que ocurrían en la Chartreuse, causó la muerte de siete monjes y la destrucción casi total del primer establecimiento. El nuevo prior o maestro, Guigo, quinto prior de la cartuja, decidió construir el nuevo edificio en el lugar que ocupa actualmente y es llamado La Gran Cartuja.

El enorme respeto que generaba la figura de san Bruno, y el valor espiritual que se atribuye a las oraciones de los cartujos, pronto hicieron que creciera en seguidores y nuevas sedes se fueron creando en distintas partes de Europa.

A lo largo de los siglos la orden cartuja se consolidó y adquirió respeto por sus características de espiritualidad, austeridad y dedicación.

Los siglos XIV y XV fueron los de su apogeo. Entonces, los monjes no solo se dedicaban a la contemplación, la oración y sus labores de subsistencia, sino que trabajaban labores artísticas, como la de copiar manuscritos e ilustrar libros.

Las cartujas, como centros de acopio de arte y cultura adquirieron gran renombre, además de que muchos nobles buscaban ganar indulgencias y el favor de las plegarias de los monjes mediante donaciones. Como la orden privilegia la austeridad, muchas veces esas donaciones eran en obras de arte. De esta manera, llegaron a constituirse en importantes acopios de arte de distintas épocas.


A lo largo de los siglos la orden de los cartujos es la que menos reformas ha recibido, y se mantiene casi igual que en sus orígenes. Con sus normas muy estrictas y su distancia de lo mundano.

Sin embargo, una de las fuentes de financiamiento más importantes es la comercialización del famoso licor Chartreuse. Pese a que los monjes tienen prohibido el consumo del licor y la carne, a lo largo de los siglos los monjes descubrieron la elaboración de una fórmula resultante de la mezcla de más de 120 plantas, más mieles y jugo de uvas.

El secreto de esa bebida muy apetecida en el mundo es transmitido de generación en generación y mantenido en la más estricta confidencialidad.

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