Por Luis Diego Cascante
Pocos escritores son tan admirados como Eduardo Galeano (1940-2015) por su concisión, erudición e insobornable compromiso social. Galeano fue un escritor comprometido con los demás en la solidaridad por otro mundo posible, en las palabras (“somos las palabras que cuentan lo que somos” y “el vencido no lo está hasta que le cierran la boca”), en la historia de los pueblos (de todas las “personitas” que conforman este mundo). Por eso mismo, Galeano incendió muchos fuegos (“somos un mar de fueguitos”), tuvo enemigos para merecer a sus amigos, porque su escritura (voluntad de belleza) es un modo de salvarse, de salir fuera de sí, y de condenar la injusticia (voluntad de justicia) y el cinismo de los señores (banqueros y militares) de un mundo que está “patas arriba”.
Las venas abiertas de América Latina
Desconocer la historia hace correr el riesgo de repetirla en lo indigno; hace que perdamos la voz. Esta memoria subversiva queda plasmada con el fino latinoamericanismo en Las venas abiertas de América Latina. Galeano estuvo dispuesto a combatir el colonialismo, como acto de violencia, a través de la honradez con lo real: conociendo la historia (tras procesos de egoísmo y explotación) y asumiendo la causa de las víctimas con la supremacía de la solidaridad. Desgraciadamente, la herencia colonial también ha diseñado identidades latinoamericanas para ‘odiarnos’, para ‘ignorarnos’ y para ‘introyectar’ una impotencia que nos convierte en espectadores, en ‘desechos’ humanos que osan predicar la dignidad que, para los poderosos -económicamente hablando- es delito.
Ayer como hoy, la utopía -«que sirve para caminar”- de Galeano es como un norte. Hizo de ella una manera de liberar nuevas formas de realidad (un nuevo orden histórico internacional). En esta utopía, la solución capitalista es una mala solución, a corto y largo plazo, porque no es universalizable para todos y produce, entre otras cosas, manicomios (Iraq) y vastos cementerios (Afganistán). Es, entonces, una solución inhumana: genera paz a cambio de amenazar con la guerra; riqueza, a cambio de que la mayoría viva en pobreza (no se trata de una pobreza derivada, sino de una pobreza resultante, que es madre de todas las situaciones imposibilitantes); explota los recursos produciendo devastación; políticos que saquean a sus pueblos con la corrupción y el endeudamiento irresponsable (deuda externa)…»Please, don´t save me», le gustaba decir a Galeano. Y negarse a ser salvado por este sistema despiadado es el camino de la libertad. (Aquí la gente vive “como en Miami, vive en Miami, se miamiza la vida”, todo es de plástico, desechable, y “las computadoras se convierten en las perfectas contraseñas de la felicidad”. En estas ciudades ni se respira ni se puede caminar… En el Montevideo de Galeano, sí, por ello la escogió para vivir.)
Galeano apuesta por una mayéutica histórica en la que la inteligencia, tras el penoso esfuerzo de someter la historia latinoamericana a la crítica (filosofía de la historia), lleve al ser humano a tomar conciencia de su propia historicidad (de sus propias vinculaciones) en una práctica social transformadora a través de la negociación democrática en el reconocimiento de la oposición. El problema es que, como están las cosas, sin pan, sin derechos, no hay futurición ni esperanza. Se debe revertir la historia de los pueblos latinoamericanos. La liberación es de todos y cada uno.
El libro de los abrazos
En esta misma línea está El libro de los abrazos: una parodia histórica y una invitación cordial para resistir, pero a manera de recuerdo (del latín ‘re-cordis’, ‘volver a pasar por el corazón’) en una convivencia con las víctimas (del sistema, del mal, de la religión, etc.), tomando distancias del sistema institucionalizado de desvínculo, en el cual el prójimo no es ni hermano ni amante, sino un competidor, un enemigo, “un obstáculo a saltar o una cosa para usar”. Y es que el sistema económico actual no da ni de comer ni de amar: “a muchos los condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos”, esto es, empobrece completamente. En este mundo, abundan los “nadies”, los “ninguneados”, a quienes los señores de este mundo miran desde su Olimpo estratégico como los “jodidos”, los “rejodidos”, sin que medie la humanidad hasta convertirlos en quienes no son, ni hablan idiomas sino dialectos, que profesan supersticiones y no religiones, que no hacen arte sino artesanía, nunca hacen cultura sino folclore, que no tienen cara sino brazos. “Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.” Como siempre, en América Latina también, los dictadores de turno llaman al orden mentir o callar.
En esta América, que puso muchas de sus esperanzas en un ‘cristo’, como el de Corcovado, en lo alto de Río de Janeiro, con brazos extendidos, “a muchos los mata la policía y a muchos más la economía” (…) “Cristo sólo no alcanza (…) Y pareciera que solamente queda la blasfemia y el goce impenitente y cómplice: “Yo ya no temo ni creo.” “He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas”, porque, quizás, la única salvación posible al terminar el día sea un encuentro con la belleza. La Santa Madre Iglesia debería corregir algunas erratas al sexto mandamiento: ‘Festejar el cuerpo’. “El Dios de los cristianos no hace el amor.” “Mis certezas desayunan dudas.
Patas arriba
En este mundo al revés, como en Patas arriba, Galeano denuncia, entre otras muchas, las enseñanzas de la escuela regentada por los sádicos alfabetizadores: el miedo, toda una institución en América Latina, que resulta una brutal forma de violencia, dolorosamente aceptada como se aceptan y predican otras, tales como el maltrato a los migrantes (el norte que tantas veces invadió el sur y en cuya cara les cierran las puertas del sueño americano), la tortura (pensada no para castigar al culpable, sino para insinuar que ella le puede suceder a cualquiera), la injusticia que hace décadas se practica en América Latina en las relaciones económicas desiguales con los organismos internacionales de financiación y que ahora se predica con la más absoluta impunidad.
Los miedos son memorables: miedo a la enfermedad (porque la caducidad llegó o porque nuestros políticos desmantelan el sistema de salud público), miedo al sinsentido de la vida y a no encontrarlo, miedo a perder el trabajo o a no conseguir uno, miedo al dolor, miedo a la soledad (porque somos muchos pero muy solos), miedo a no ser amados (tras muchas recetas trasnochadas), miedo a ser agraviados por defender la dignidad, miedo a la muy cotizada muerte (con la que lucran las religiones ofreciendo paraísos y regalando infiernos)…
Frente al mundo que decepciona en muchos sentidos, la urgencia de Galeano quiere recordar involucrando nuestros afectos: convertir lo recordado en una orgía de abrazos que acorte distancias, que haga de los demás próximos, hasta recomponer el silencio con sonrisas y, a lo largo de este, convertir la convivencia en una fiesta, apoderarse de la historia.
La lucidez poética inagotable
La cultura vastísima de este autodidacta puede verse en su obra; indagó, como periodista, el pensamiento y el devenir de la América más sufrida. (Como periodista tuvo tiempo para la filosofía y la historia.) Pero unía a este bagaje histórico la sensibilidad de un poeta, de un desocultador que defendió que, donde hay democracia, debe darse contradicción y diversidad, por los múltiples colores (hechos todos los hombres de maíz, según indican los mayas en su cosmogonía) del arcoíris terrestre.
Eduardo Galeano, la belleza que desmantela con sus dudas: la lucidez poética inagotable…
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