Mesoamérica

Una historia cruenta: la tortura, la exclusión, la pobreza, las masacres que no cul-minan. Esa es la tradición en esta zona del mundo desde

Una historia cruenta: la tortura, la exclusión, la pobreza, las masacres que no cul-minan. Esa es la tradición en esta zona del mundo desde tiempos inmemoriales.

Ese es, precisamente, el nombre que Macarena Barahona le ha puesto a su nuevo poemario Mesoamérica.
La poeta nos invita a adentrarnos por los

meandros de una geografía y sus rituales de

muerte, tal y como lo evoca la portada del libro.

Se rinde culto a la muerte, a los desaparecidos, a

los flagelados, a los excluidos… La presencia de

los muertos está ahí, entre los vivos. Al menos eso

es lo que podemos entrever al leer el conjunto de

treinta dos poemas que se agrupan en este tomo.

Significativo es el epígrafe que Macarena esco-
gió para iniciar el poemario, dice así: Ay patria/

a los coroneles que orinan tus muros/ tenemos que

arrancarlos de raíces,/ colgarlos en un árbol de rocío

agudo/ violento de cóleras el pueblo. El poema tiene

autoría, es de Otto René Castillo, poeta guate-
malteco, país que ha sido asolado por la barbarie

de los militares y las repetidas masacres a lo largo

de su historia.

Al principio me referí a la importancia que

tiene el contexto centroamericano en el poema-
rio, así como países como México y La Habana,

pues guardan una estrecha relación con todo el

poemario, son parte del espacio que se recorre, no

a la manera de una turista, sino de una mujer en

vigilia.

El primer poema que lleva el título de “Cen-
troamérica” da cuenta de los militares, del espan-
to, de la pesadilla más que del sueño, y dice la

poeta que hay seres que ya no poseen ni siquiera

un rostro.

Nos habla de la Centroamérica que fue epi-
centro de la guerra fría, de esta región del mundo

asolada por las botas militares, por la represión,

por los asesinatos y los desaparecidos. No, no se

puede olvidar. En verdad el olvido no es posible,

aunque haya pueblos como el salvadoreño, por

ejemplo, que han logrado mantener fuera los

desmanes del ejército. Los muertos, los desapa-
recidos están ahí. Fantasmas que no se doblegan

recorren esta nuestra Mesoamérica. Del único lu-
gar de donde no se puede huir es de la conciencia

propia y colectiva.

El segundo poema nos presenta imágenes de

El Salvador. Huele a sangre, se vislumbran los

huesos, sigue el cruento ritual. Ahí está la lluvia

que humedece pero que no hiere. Ahí siguen las

mujeres portando sus cestas en las calles. Hay luz,

hay sol. Sigue la vida pese a los repetidos genoci-
dios que ha vivido esa pequeña nación.

En el tercer poema, Macarena se transforma,

experimenta ella la tortura vivida por cientos de

seres y dice así: Tengo miedo./ Que me arranquen

las piernas y me quede sin sueños/ Miedo/ Que con

clavos hagan de mí un quejido de muerte/ Que me

saquen los ojos y ya no sepa del sol/ De la electricidad

en las venas/ De las miradas de ellos y sus muecas/

Que mi piel sea una herida y ya no pueda sangrar/

Tengo miedo/ No quiero que duela el vientre cuan-
do reviente contra el suelo/ No quiero que me quede

sin brazos/ No quiero que me corten la cabeza en

mil pedazos/ Tengo miedo/ De acordarme siempre

quiénes eran ellos.

Este es un poema valiente, en este rememora

a todas las mujeres masacradas en países como El

Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Mé-

xico… El culto a la muerte, mas no nos habla la

autora de la muerte como un símbolo, sino como

una certeza, una realidad que golpea, que vulne- ra, que arde, que duele; del miedo, el terror como

forma de represión y el sentimiento de verse des-
pojado, herido, menguado, acabado.

Mesoamérica

la muerte, en todo el poemario abundan los poe-
mas de amor. No me referiré a todos ellos, pero

De particular belleza es el poema titulado

“Catedral de San Salvador”, dedicado a Monse-

ñor Romero, que a continuación reproduzco: Se

reinicia el odio/ Se mueven las flores/ Somos la vida/

De un marzo/ azul cósmico/ Que asesinaron en la

Iglesia. Sí, la vida se renueva aunque hayan asesi-
nado al prelado, pero vuelve también la sangre y

vuelve la muerte, como si la historia se repitiera

incesante y cíclicamente. Por cierto que Macare-
na cuenta con un estilo muy particular, no nos

cuenta historias de sangre, hace alusiones a una

realidad violenta, cargada, cruel y atroz.

Una enorme fuerza despliega Macarena en

el poema titulado “Carta a Roberto Castellanos

Braña”, quien, como dice la autora, fue asesinado

un día de marzo de 1980 en San Salvador. Aquí

nos da cuenta la autora de uno más entre los cien-
tos de hechos sangrientos que despojaron a esa

nación centroamericana durante la guerra civil

que duró más de doce años. Y es que en El Sal-
vador la violencia se reitera. Ha habido a lo largo

de su historia genocidios, matanza y despojo de

los indígenas, la cruel presencia de un ejército, así

como de una clase dominante y oligarca que go-
bierna con estas bestias.

Así, a mansalva, fue asesinado Roberto Caste- llanos Braña, y así muchísimos nombres más de

hombres, mujeres, religiosos, civiles, a quienes los

militares ultimaron.

“Resplandeciente caballero” es uno de los

nombres con que Macarena alude al amigo ma- sacrado. Ella intenta quedarse unos instantes en

su vida para prolongar lo que ya la muerte truncó.

Reproduzco el final del poema porque es el sen-
tir de la poeta y lo que repetimos los lectores sin

cesar: Dejame estar/ solo estar/ este instante./ Para

dejar honda la pena/ de los idos/ la angustia de los

desaparecidos/ los huérfanos/ los amigos/ la familia/

¿puedo?/ Un instante/ mi querido amigo/ ¿Refugiar-
me en ti?

Pese a que el tema central del libro es el culto a

quiero rescatar las siguientes imágenes que apa-
recen en el poema “Uñas Rojas”: Vestida de rojo/

olió el viento en su rostro/ Escuchó palabras/ Buscó

paredes puertas/ Su cuerpo inundó sitios, almacenes,

carreteras./ El aire llevaba pericos guayabas/ Reinas

de la noche/ Bajó el deseo/ Busco un espejo/ se miró/

y caminó/ ruines tacones/ Se dijo/ cuando llegó sola/

Bebió fuerte/ se abrigó/ y él/ en sus uñas rojas le escri-
bió/ desátame el nudo de la piel/ desátame tu olor/

quiero el corazón de tu sexo/ quiero mis pezones que

ardan/ ¡oh melancolía! / ¡oh melancolía!

Este es un poema contundente, como lo son

todos los poemas del libro, mas en este en parti-
cular, la sombra del amor está atravesada por la

melancolía. La alusión al color rojo forma parte de

las figuras transgresoras que abundan en el poema-
rio. La mención a las partes del cuerpo femenino

como el corazón del sexo y los pezones nos hablan

de una pasión real, vivida y vivificante. Llama la

atención que la poeta en ningún caso idealiza rea- lidades, se trata de una poesía concreta. No se da

en todo el tomo un ocultamiento de la existencia,

se nombra, se alude, no se describe, sino que nos

va llevando por una existencia colmada de certe-
zas, de preguntas retóricas que nos obligan a medi-
tar sobre esta presencia cercana de la muerte, por

estos rituales de sangre, por estos escenarios donde

la violencia es ancestral y atávica.

Al final del libro, Barahona reproduce un

poema que resume su biografía y que acentúa su

pertenencia a esta zona del mundo. “Soy hem-
bra”, dice la autora, y en esa genealogía hace un

recuento de sus orígenes americanistas al evocar

figuras indígenas como La Malinche y Dulcehé.

Esta hembra se transfigura con la trenza inmensa

de una india que conoce la resistencia, es quien

resiste, quien no se doblega.

Mesoamérica recoge la voz de una poeta con

conciencia revolucionaria, observadora, contesta-
taria. Es un libro que pertenece a la resistencia, al

poder indoblegable de los pueblos.

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