No son raros los autores que apenas son leídos fuera de ciertos circuitos hasta que obtienen alguna condecoración. Mo Yan (China, 1955) es uno de ellos, precisamente por contar con el Premio Nobel como presentación. Como casi cualquier otro autor, hay dos opciones para disfrutar de su trabajo: el enfoque completista, donde es necesario conocer cada texto publicado (y traducido), o el que permite conocer al autor a partir de sus textos aislados. Si se trata de un Premio Nobel es difícil suponer que tendrá altibajos en la calidad de su producción, de modo que cualquier texto puede dar nota de las causas para recibir tal galardón. Como sucede con La vida y la muerte me están desgastando.
Obra de amplio aliento, mediante la muerte y reencarnaciones del terrateniente Ximen Nao, Yan nos llevará por la historia reciente de China al mostrar una población rural que llega a la Revolución de Mao, vive la imposición de la clase obrera y después retorna a la tenencia particular de la tierra. Partiendo del principio de que al morir somos evaluados y reencarnados según nuestra mejoría espiritual, estamos ante una obra que, a pesar de tratar un tema muy profundo en la vida de millones de chinos en el siglo XX, parte de una broma al mejor estilo medieval: el espíritu encargado de organizar las reencarnaciones acepta que Ximen ha muerto por error y decide reencarnarlo, pero en animales: le gasta una broma tras otra, al grado que, en una de las reencarnaciones, le anuncia que lo va a compensar, lo hará hijo único de un gobernante joven y adinerado, lo que le permitirá tener una vida llena de oportunidades, educación y dinero. Pero al abrir los ojos se da cuenta de que sigue en el reino animal, como un pequeño cerdo, en medio del lodo y el estiércol. El humor de Yan es claro, pues no sólo estamos ante una celestial comedia de enredos derivados de los malos humores del bufón maligno, sino que ese afán de divertirse incluso en una historia sangrienta como lo fue la revolución maoísta, donde el resentimiento social de los menos favorecidos encuentra campo fértil para el desquite, se advierte en el hecho de que el propio Mo Yan aparezca citado como personaje y se alabe a sí mismo. Quizá lo más destacado de tal situación sea lograr el equilibrio entre los guiños humorísticos y la barbarie aparentemente sin control que fue la implantación de la Revolución, con las ejecuciones de terratenientes y otros supuestos “enemigos del pueblo”; la tortura para que las mujeres de Ximen digan dónde está el dinero guardado suena a los abusos de otras revoluciones más cercanas.
Es difícil separar el magnífico desarrollo de las muchas historias entrelazadas, de la creación de personajes muy completos. Como toda criatura humana, los hombres y mujeres que giran alrededor de la familia Nao y los animales en que se va transformando Ximen, se desarrollan conforme a las circunstancias históricas, pero también en los intrincados laberintos de la edad y la relación con sus coterráneos: la esposa, las concubinas, los hijos, los vecinos, los espías de la revolución, los campesinos, los nietos, todos muestran una faceta de ese movimiento social. Sobresale Lan Lian, el único campesino independiente de la revolución, que se vuelve un símbolo a combatir por parte de los fanáticos revolucionarios que buscan por todos los medios doblegar su autonomía. Cuando el reloj da la vuelta y la propiedad privada retoma su lugar en la historia china, Lian es de nuevo una suerte de mártir. Además, por desarrollarse en el campo la mayor parte de la trama, conocemos oficios propios de la zona, como el de Xu Bao, quien castra a los animales que le pongan enfrente. La forma en que obtiene un testículo del burro Ximen es más una escena de esgrima olímpica que un pasaje campirano.
Es de suponerse la influencia de Kipling en Mo Yan por el logradísimo desarrollo de los personajes animales, especialmente del propio Ximen. Como burro, agrede y hiere a los enemigos de su familia, lucha con lobos, realiza proezas y, no obstante, narra las sensaciones y sentimientos que el cuadrúpedo tiene hacia la burra con la que supone obtendrá la libertad para recorrer los campos. Como buey logra un entendimiento mudo con Lian, quien supone la reencarnación de Nao, y prácticamente se vuelven compañeros en la lucha por conservar el estatus de campesino liberto, pues el buey logra caminar sin invadir un solo centímetro de las tierras comunales que circundan las de Lian. La extrema crueldad con que es muerto el buey Ximen es muestra de la rabia del campesinado al advertir que no podrá imponer su voluntad a los animales, como ha hecho con casi todos los hombres. La vida del cerdo Ximen no es menos espectacular pues, ante la avaricia de los nuevos encargados de la población, la cría de cerdos se vuelve un asunto político: si los dirigentes, parientes del propio terrateniente Ximen Nao, logran marcar la pauta para que toda China críe cerdos como ellos, esperan ser promovidos en la burocracia nacional. La inicial debilidad del cerdo se vuelve su fortaleza y termina por ser un semental excepcional. Pero no por ello deja de correr aventuras: sobrevive a la plaga, se escapa y, tras luchar con cerdos salvajes, se vuelve una suerte de bestia libre. Hasta que perece al salvar a unos niños que caen en las aguas heladas del río. El perro Ximen asiste y dirige algunas de las reuniones caninas que se hacen en la ciudad. Los lectores de London y su Colmillo blanco disfrutarán la narrativa animal de Nao.
A pesar del enfoque histórico, de la saga familiar de Nao y sus muchos parientes, algunos verdaderos salvajes del capitalismo, la novela reposa sobre aspectos esenciales del ser humano. No sólo con acciones o con la mirada de los animales, que son testigos y víctimas de los actuares humanos, sino con pronunciamientos directos y hasta canciones que entona el personaje Mo Yan: “La multitud odia las pequeñas equivocaciones y las excentricidades sin importancia, pero adoran los grandes pecados y lo grotesco”, como bien documenta a lo largo de la narración.
Una lectura que nos hace sospechar por qué le dieron el Nobel a Yan.
Tomado de La Jornada.