(Rigoberto Paredes, 1948-2015)
Hace pocas horas recibí la dolorosa noticia del fallecimiento de Rigoberto Paredes, poeta y editor hondureño. Dolorosa porque la muerte de un poeta es la partida de un testigo del asombro, de un cronista de la vida, de un portavoz de un pueblo y su cultura. Pero, además, porque en este caso se trata de un gran poeta, de un dinámico promotor cultural y de un estupendo amigo.
Lo conocí allá por los 80 en Managua, lo saludé luego en San José y lo visité varias veces en su Paradiso de Tegucigalpa. En esa librería, cafetería, restaurante, bar, en suma, centro cultural, la poesía era la reina y su regente el poeta Paredes; sin dejar de lado, por supuesto, a la también escritora Anarella Vélez Osejo, su compañera. Ir a Tegus y no visitar Paradiso, era no haber ido a Tegus. Siempre lo hice y siempre fui bien recibido por la extraordinaria hospitalidad de la pareja Paredes/Vélez y por esa atmósfera poética de una casa devenida en el centro de la literatura hondureña.No es exagerado decir que Rigo, como solíamos llamarle, es una de las voces más representativas de la poesía hondureña de la segunda mitad del siglo XX. Perteneció a los grupos literarios Tauanka de Tegucigalpa y Punto Rojo de Colombia. Fue galardonado con el premio It-zamná de Literatura, otorgado en 1983 por la Escuela Nacional de Bellas Artes. Fue finalista en los Certámenes internacionales de poesía Casa de las Américas, EDUCA y Plural y Premio Nacional de Literatura en su país. Fundó los proyectos editoriales Editorial Guaymuras, Editores Unidos y Ediciones Librería Paradiso, así como las revistas Alcaraván, Imaginaria y Galatea.
Entre sus obras publicadas destacan: En el Lugar de los hechos (1974), Las cosas por su nombre (1978), Materia prima (1987), Fuego lento (1989), La estación perdida (2002), Segunda Mano (2011), Lengua Adversa (2012), Partituras para cello y caramba (2013) e Irreverencias y reverencias (2014). Es coautor, junto con el también fallecido poeta salvadoreño Roberto Armijo, de la antología Poesía contemporánea de Centroamérica, publicada en Barcelona. Durante un tramo de su vida sirvió como diplomático de su país. Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, francés, italiano y portugués.
La última vez que lo vi fue el año pasado en una inolvidable velada en su Paradiso; meses atrás nos habíamos encontrado en La Habana, Cuba. Esa noche presenté uno de mis libros y luego concelebramos con toda la poetada tegucigalpina. El maestro, como siempre, estaba eufórico y entusiasmado con las nuevas voces catrachas y con la visita de sus amigos. Por ello (¡que Anarella nos perdone!), debíamos esconder en una jardinera la botella de Absolut, su vodka preferido, para que su esposa, con justificada razón, no lo reprendiera. Ciertamente el poeta estaba ya enfermo, pero no podía dejar de brindar como correspondía a su tradición, prosodia y alcurnia.
Que estas palabras sirvan como un sencillo homenaje al incansable poeta, editor, promotor cultural, maestro/mentor de juventudes y amigo. Se nos ha ido Rigo, pero, afortunadamente, nos queda su poesía y su actitud vital “sin esa amarga tinta del remordimiento”, que lo hacía “resistir por la herida”. Y su Paradiso, punto de encuentro fundamental para el desarrollo de la poesía, la literatura y las artes en general, en un país ahíto de espacios para la creación y la agitación sociocultural.
¡Salud y poesía, Rigo!