Premio Alfaguara 2005 Una apología al oficio de escritor

Las escritoras argentinas Graciela Montes y Ema Wolf  ganaron con su obra El turno del escriba, el premio Alfaguara de Novela 2005. Como ya lo

Las escritoras argentinas Graciela Montes y Ema Wolf  ganaron con su obra El turno del escriba, el premio Alfaguara de Novela 2005. Como ya lo sugiere su nombre esta es una historia sobre literatura. Bien ubicado dentro de una corriente que cada vez logra más adeptos y compradores en el mundo como es la novela de matiz histórico, un poco a la manera de Pérez Reverte o Dan Brown, este libro posiblemente logre agenciarse la simpatía de un público amplio a ambos lados del atlántico.

Se trata de una novela escrita a cuatro manos, práctica no muy frecuente en nuestros días y por dos autoras que conocen su oficio, pues han  trabajado con literatura infantil y estudios literarios.

Como las autoras mismas, esta novela nos cuenta la historia de un vínculo dos personajes para crear un libro: El escriba Rustichelo y el viajero Marco Polo. El binomio soñador y aventurero se conjuga en una cárcel en Génova, donde coinciden.

La propuesta es escribir un libro que narre las aventuras del viajero en el siglo XIII.

Como novela constituye un homenaje a la literatura misma y al oficio de escribir.

Con humor e ingenio las autoras desarrollan este personaje pícaro y soñador del escriba al lado de la legendaria e histórica figura de Marco Polo, a la vez que en algunos momentos parecen referirse a su propia experiencia de escritura, como en el pasaje siguiente:

 

 

P. 83: «Pero luego había aparecido la necesidad de darle una forma al libro y las cosas habían cambiado. Hizo falta un pacto, una forma de acuerdo, una commenda para acordar capitales, riesgos y beneficios. Había tenido algunas discusiones con el veneciano acerca de qué clase de libro terminaría por ser ése en el que los dos convenían en embarcarse. El pisano consideraba que un libro de maravillas, un collar de historias peregrinas, prodigios, rarezas, costumbres asombrosas, riquezas sin medida, todo eso garantizaría el favor de los lectores de corte. El veneciano en cambio insistía en contar su viaje paso a paso y sin apartarse del itinerario, comenzando por donde había comenzado, en Venecia y luego en Layas, y siguiendo por donde había seguido…».

También quiere el libro ser, a veces, una reflexión literaria, que resulta muy contemporánea aunque puesta en las tribulaciones de un amanuense de ocho siglos atrás.

P. 104: «Rustichello nota que el relato, contado por segunda vez, se debilita. Es verdad que Polo no era un auténtico narrador, ni un juglar, ni un contador de ferias, ni un trovador, ni un novelista como él, ni un casi poeta como él -que poco le faltaría para serlo si no lo perturbara el fantasma de Gattilusio-, que era en realidad desmañado y falto de gracia y que la gracia del libro debía descansar en su ingenio, pero ahora, además, era evidente que el veneciano simplificaba, omitía detalles, vacilaba en las peripecias. Los infantes habían quedado reducidos a la mitad, el aire seguía siendo caliente pero ya no ardía, los muertos no estaban cocidos sino apenas tostados, los miembros que se desprendían de los troncos no eran todos sino apenas dos. La repetición había gastado la historia. Algunas partes estaban tan desmoronadas que habían perdido la forma original, otras se habían despintado como se despintan a la intemperie los decorados de los artistas. La voz del narrador, nunca demasiado viva, nunca impetuosa, se había alisado hasta volverse una sola planicie monótona donde los pastos sucedían a otros pastos. Y si la palabra no vibraba al contar, si no vibraba ni siquiera un poco, si la convicción se debilitaba, si el narrar mantenía la apariencia pero no la consistencia, aunque la cabeza del que contaba estuviese llena de cosas maravillosas como un cofre turco, el interés del que escuchaba, y con él la sorpresa, se escurría».

El jurado consideró la novela como: «la recreación de una época fascinante de la humanidad, la de los descubrimientos y la atracción por lo desconocido, que trasciende el marco histórico para convertir su escritura deslumbrante en un acto de libertad. Los personajes centrales son el escriba Rustichelo y el viajero Marco Polo, que coinciden en la cárcel en la Génova del siglo XIII. La novela transforma el espacio cerrado del calabozo en un arca donde caben el mundo real y el de los sueños».

Pero para mantenerse fiel a sí mismo, este pasaje en que una vez más la propuesta de las autores se muestra llena de humor y resulta aquí de abrebocas.

P. 170: «Que el libro está allí, es sustancia, y que así como ocupaba en ese momento un sitio recóndito en el cofre de Eudoxia, luego ocuparía otro, expectable, en el atril de un príncipe. Que eso que había sido su tarea, su hacer, su cotidiano, las hojas montándose unas sobre otras, las letras persiguiéndose, enlazándose, enfilando los renglones, terminaría por concentrarse, amalgamarse, cuajar y cobrar autonomía. Al fin, lo hecho quedaría ligado a su hacedor por apenas una última letra, un último trazo, y luego por nada, ya que habría un día -¿cuándo?, dentro de algunas semanas, acaso un mes, o dos, no lo sabe- en que la obra terminaría de soltarse y se sostendría sola en el mundo, forma subsistens, separada de su mano. De trayecto y trabajo, quehacer y esfuerzo, que había sido hasta entonces, se convertiría en ofrenda, algo precioso para envolver en seda y mostrar. La idea lo excita y lo llena de pánico. Para cuando el qordi regresase, el libro ya estaría completo y anudado, hablaría por sí mismo y no necesitaría más presentación».

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