Sexualidades, éxito laboral y psicoanálisis El género pesa

Recientemente se realizó el seminario «Género, trabajo y familia», a cargo de las psicoanalistas argentinas Irene Meler y Mabel Burín, organizado por la Facultad

Recientemente se realizó el seminario «Género, trabajo y familia», a cargo de las psicoanalistas argentinas Irene Meler y Mabel Burín, organizado por la Facultad de Ciencias Sociales, el Instituto de Investigaciones Sociales y el Centro de Investigación en Estudios de la Mujer, de la UCR.

UNIVERSIDAD conversó con Meler sobre los patrones de construcción de la subjetividad y del género, y de cómo estos afectan especialmente a las mujeres en su desempeño laboral.

Comencemos por la construcción del género. La antropóloga Gayle Rubin afirma que el psicoanálisis es una teoría feminista frustrada, porque su capacidad de interpretar cómo se adquiere el género y se simbolizan las relaciones de poder entre los sexos, no es llevada hasta sus últimas consecuencias, es decir, a cuestionar esas relaciones de poder subyacentes.

-También Luce Irigaray, una psicoanalista de orientación post-lacaniana, que trabaja con el feminismo de la diferencia en Europa, dice que el psicoanálisis ha expuesto las condiciones de la subordinación de las mujeres a la manera de un síntoma. Es decir, si bien el psicoanálisis no tiene en sí mismo la conciencia de la subordinación de las mujeres, al exponer la forma como se construye el aparato psíquico, tanto femenino como masculino, prepara el terreno para que una lectura feminista pueda comprender cómo el psiquismo se construye en una malla de relaciones de poder que se dan al interior de esa institución jerárquica que es la familia.

El psicoanálisis muestra que no existe un psiquismo que derive de forma automática del desarrollo neurobiológico del sujeto, sino que hay una construcción histórica, biográfica. Esa descripción, que en sí misma no es sensible a las relaciones de poder, nos permite comprender cómo se estructuran las categorías de masculinidad y feminidad, como relaciones de dominio-subordinación. Un ejemplo es el «complejo de Edipo» descrito por Freud. Los varones forman su carácter de acuerdo con los criterios de la masculinidad, para no ser mujeres. El varón se masculiniza sobre la base de evitar parecerse a una imagen despreciada, que es la imagen femenina.

¿Se puede practicar el psicoanálisis sin reproducir esa prohibición del incesto con la madre -que describe el «complejo de Edipo» freudiano-, y sin esa prescripción obligatoria de la heterosexualidad -o tabú de la homosexualidad- que, en principio, para las niñas sería previo al tabú del incesto?

-Yo no estoy de acuerdo con la caracterización que realiza Rubin acerca de la niña pequeña, a quien considera como una «lesbiana pre-edípica», porque esta caracterización es adultomórfica. La niña pequeña está apegada a su mamá, igual que el varón. Lo que ocurre es que cuando este apego temprano no es resignado, no se produce lo que se llama el «cambio de objeto», y la niña no pasa a preferir al padre, entonces se erotiza el vínculo con la madre. La erotización se da en el vínculo del varón hacia la madre y, en la mayor parte de los casos, en la niña no se produce, porque en ella la erotización del vínculo se produce en el cambio del apego hacia la preferencia respecto del padre, alrededor de los cinco años y medio. En las niñas que van a ser lesbianas, no se produce este cambio, por circunstancias biográficas: porque la relación con la madre es muy intensa, porque el padre está ausente, o porque el padre es un personaje muy rechazante o maltratador. En algunos casos no se produce este cambio de objeto. Allí, entonces sí, la relación de apego con la madre se erotiza.

¿Plantea que ese «cambio de objeto erótico» tiene necesariamente que producirse para que una persona sea «normal»?

-No. Las descripciones del desarrollo evolutivo suelen encubrir de forma implícita una normativa. Se supone que hay que cumplir con ciertas etapas pre-establecidas, que son iguales para todas las personas, y que el sujeto que no las cumple de la manera estándar, es una persona patológica. Este ha sido un criterio que privó mucho, sobre todo en el psicoanálisis norteamericano, que en apariencia es descriptivo, pero que encubre una ideología conservadora social muy fuerte.

Elizabeth Roudinesco está hablando del hecho de que el complejo de Edipo es un relato, y ya no lo considera como la descripción «realista» u «objetiva» de lo que es el desarrollo psíquico de la humanidad, comprendido de forma atemporal e impersonal.

Más bien describiría una prescripción.

-Cuando yo comenzaba a estudiar, me enseñaban que era así la forma como crece un niño, tanto en la prehistoria como en el futuro. Había una pretensión de universalidad y atemporalidad en esa descripción del desarrollo psíquico. Ahora no lo pensamos así, sino que hay una construcción social e histórica de la subjetividad. Y más aún, dentro de las sociedades avanzadas posmodernas, no hay una sola forma de subjetivación, por el hecho de que son sociedades complejas y multitudinarias, entre otras cosas porque existe una diversidad de formas de familiarización. Entonces, el modelo edípico es ahora conceptualizado como el relato edípico, que explica la forma como se subjetivó buena parte de la humanidad urbana y moderna crecida en una familia nuclear.

Pero, tampoco creo que se pueda generalizar en cuanto a que la erotización entre mujeres solo se produce en relación con la figura masculina, ya sea por su ausencia o por la experiencia negativa con ella.

-No, no. Claro está el ejemplo de Marguerite Yourcenar, que fue educada por su padre, un hombre muy valorizado, intelectual, muy exquisito, pero que la trató a ella como si fuera su hijo varón. Porque al no tenerlo, la educó como en aquella época se educaba a un varón. Y Yourcenar, una escritora maravillosa, ha tenido una elección homosexual de objeto de amor. Las circunstancias biográficas son múltiples.

Efectivamente, el ejemplo de Yourcenar sirve para mostrar que no siempre obedece a circunstancias traumáticas. Además, la construcción de la heterosexualidad también reconoce una historia traumática.

Esto es lo que me parece necesario relativizar. Porque aun con la nueva manera de entender el «relato edípico» sigue dando la impresión de que erotizaciones y elecciones distintas de la heterosexualidad fueran «excepciones» o resultados traumáticos del proceso hacia la «normalidad».

-Entiendo. No, la heterosexualidad también debe ser deconstruida. Como estrategia retórica, muchas veces los militantes por los derechos gays y lésbicos, plantean preguntarle a la gente: «Dígame, usted. ¿por qué cree que es heterosexual?» Es decir, cuestionar la estrategia clásica, que consiste en transformar en objeto de indagación científica la elección homosexual de objeto, y dar por sentado como natural la elección heterosexual de objeto. Debemos reconocer que en todas las sociedades humanas conocidas, la mayoría de la población ha sido heterosexual, pero esto no puede, por lo menos desde una perspectiva psicoanalítica, explicarse sobre la base de una connaturalidad entre el psiquismo y la biología.

Es producto del acondicionamiento impuesto por la organización patriarcal de la sociedad.

-Producto de lo que podríamos decir la «compulsión a la heterosexualidad», que es un concepto de Adrienne Rich. De hecho, Gayle Rubin habla de la subjetividad femenina tradicional en cuanto a cierta pasividad, complacencia hacia los demás, adaptarse a los deseos de los otros, es la subjetividad de una persona intercambiada, es decir, de alguien que va a ser el objeto intercambiado -de acuerdo con el modelo de la antropología estructural de Lévi-Strauss- entre hombres. Y que la mentalidad más dominante y clásica de la masculinidad es la del intercambiador.

El antropólogo Claude Meillassoux, describe la forma en que los varones mayores de cada linaje, es decir, los patriarcas, han acumulado poder a través de regular las alianzas matrimoniales. Se acumulaban aliados, bienes, a través de las dotes, etc.

Sí, las mujeres como el crédito recibido de entrada y de partida por ellos.

-Sí. Mencionaba esto para decir que siempre hubo una minoría de personas definidas como «homosexuales», pero esto tiene que ver con que la reproducción biológica -que hoy es una especie de plaga, tanto que a la humanidad le preocupa mucho la sobrepoblación del planeta-, durante milenios se percibió como necesario fomentarla. Entonces, la sexualidad reproductiva, el modo de reproducción biológica de la especie, ha sido cultivada, estimulada a través de dispositivos de regulación social, porque las sociedades humanas, durante mucho tiempo, tuvieron interés de reproducirse para prevalecer.

El mandato patriarcal del «creced y multipli-caos», que se ha vuelto eso: un caos.

-Claro. En este momento se da una desregulación de las sexualidades y una mayor liberalización de las costumbres respecto de la elección homosexual, en relación justamente con la superpoblación. No es el único factor, pero es uno importante.

¿Cómo se maneja el psicoanálisis en la clínica cuando trabaja con personas que tienen una opción sexual lesbiana, gay, transgénero, etc, con el «instrumental» de Freud y Lacan, sin caer en una práctica reaccionaria de querer «normalizarlas»?

-No somos solamente los psicoanalistas quienes tenemos que luchar con el hecho de que el conocimiento existente ha sido elaborado durante siglos de una cultura dominada por los hombres, y que por ese motivo es fatalmente androcéntrico. Una vez que las mujeres pasamos a ser sujetos productores de conocimiento, es decir, que nuestro estatuto social mejorado nos permite comenzar a reconstruir el corpus teórico de las disciplinas sociales humanas y a construir conocimientos alternativos, tomamos esa herencia cultural, que lleva en sí riquezas y taras, y sobre eso tenemos que deconstruir y reconstruir.

Creo que esta perspectiva apunta a una mayor flexibilidad en cuanto a lo adecuado de la técnica y a una voz de alerta respecto de los propios prejuicios que se derivan a veces de la teoría, y otras del sentido común burgués.

Por ejemplo: una paciente está embarazada esperando su primer hijo y es una profesional joven. Como suele ocurrirles a las mujeres, la maternidad y el inicio de la carrera coinciden. Y ese es un conflicto agudo para muchas. Verdaderamente es difícil conciliar ambas cosas, por lo menos dentro de la organización social vigente. Entonces, esta joven sueña que está en su consulta con un paciente y hay dos criaturas que hacen ruido en el pasillo. Ella está preocupada de que su paciente se vaya. Y el analista, entonces, le dice que le parece un sueño de rechazo. Es decir, que el analista expresó el rechazo que él experimentaba por el rechazo que él suponía que la paciente tenía hacia el embarazo. Una perspectiva influida por el feminismo hubiera comprendido que esta mujer joven estaba preocupada por lo que es un problema social irresuelto y que había una angustia individual derivada del hecho que las sociedades humanas no han resuelto todavía adecuada o exitosamente el desafío de incorporar las mujeres al mercado de trabajo, y a la vez atender las necesidades de la infancia.

Esta forma crítica de hacer psicoanálisis, también le da una dimensión más social. Es como el vínculo de la experiencia singular con las relaciones sociales de poder.

-Este es un tema delicado. En la práctica clínica, hay que tener mucho cuidado en no desconocer las determinaciones inconscientes de una conducta que por supuesto se da en el contexto social y cultural. También de no subjetivizar problemas que son contextuales, como puede ser, por ejemplo, el agudo desempleo en la Argentina, y preguntarle así a una persona: «¿Qué hizo usted para perder el trabajo?» Sin embargo, en algunos casos esto es así porque hay gente que hace cosas para perder el puesto. De modo que hay que discriminar en cada caso cuánto esta persona es simplemente una víctima de una tendencia global masiva, y en otros ver qué contribución subjetiva ha puesto para esta situación.

¿Por qué el acento de algunos talleres en el tema del empleo femenino?

-Tiene que ver con el hecho de que el trabajo da dinero y el dinero da poder. Se piensa siempre que la familia es un asunto que sí interesa a los psicólogos, psicoanalistas y a las mujeres, y que el trabajo es un asunto más masculino pero además, propio de los estudios sociales y económicos. Esto no es así. El trabajo también tiene aspectos subjetivos, así como la familia tiene aspectos económicos.

Además, en la posibilidad de acceder y tener éxito en el trabajo se manifiestan también las relaciones de poder que se incorporan psíquicamente.

-Así es. Hay aspectos objetivos que dificultan el trabajo femenino, como puede ser la brecha salarial, la discriminación laboral, el acoso sexual, la segregación horizontal o vertical del mercado, que son conceptos sociológicos referidos a los aspectos sociales e institucionales que afectan el trabajo femenino, pero hay aspectos subjetivos que hacen al «techo de cristal», al miedo al éxito, etc., que aluden a obstáculos subjetivos de las propias mujeres, producto, por supuesto, de la interiorización de relaciones de subordinación, pero que tienen una cierta autonomía en cuanto a su eficacia, más allá que las circunstancias o el contexto los estén reforzando o no.

Puede darse el caso de un contexto bastante favorecedor de la equidad y entonces la mujer encontrarse ante obstáculos que son subjetivos. Por ejemplo, el temor a no ser deseable para un hombre si se muestra demasiado asertiva, autónoma o con logros propios. Y este temor no es del todo infundado, es en parte realista. Hay algo que se llama guiones sexuales o eróticos, que es como una pauta no dicha de cortejo, que se da en las relaciones heterosexuales. Es como un código no escrito, pero que permite que el cortejo progrese o no. Por ejemplo, el hombre esponja sus plumas y alardea de lo que ha hecho, del dinero que gana y del puesto que ocupa, y se supone que la mujer dice: «¡Oh, sí, qué maravilloso!» Y si la mujer falla en cumplir ese aspecto del rol esperado y dice: «¡Ah, sí! Yo tengo tal carro y me desempeño en tal lugar…» es muy posible que el encanto erótico se disipe. Y esto ocurre en la realidad. No es una fantasía de las mujeres. Porque la sexualidad es el territorio más renuente a la liberación.

El terreno donde, precisamente, la liberación sería más radical.

-Es el área de la experiencia humana más conservadora. Ahora es más fácil para las mujeres conseguir un empleo y tener el propio dinero, pero se ha descrito por ejemplo, cómo muchas son muy asertivas, ejercen liderazgo en el mundo público, pero en su relación de pareja adoptan, aunque sea formalmente, una leve actitud de subordinación para sostener el deseo y la paz de la relación conyugal. Y estas son cosas desagradables de decir, pero verídicas.

Entonces, un obstáculo subjetivo para las mujeres heterosexuales, en el ámbito laboral, deriva de que desean ser amadas y deseadas por parte de los hombres, les gustan los hombres y quieren que ellos gusten de ellas, y saben que les va a ocurrir lo contrario de lo que les pasa a ellos. Los hombres saben que si logran un desarrollo personal autónomo apreciable: éxito, algún reconocimiento de sus semejantes, poder, dinero, eso va a incrementar su atractivo erótico. En cambio, en el caso de  las mujeres, lo disminuye. Y esta paradoja, que es la paradoja del éxito, pesa poderosamente en aquellas mujeres que se sienten atraídas por los hombres. Entonces, hay obstáculos subjetivos que deben ser estudiados también en el ámbito del trabajo.

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