Traidores y déspotas de Costa Rica

Traidores y déspotas de Centroamérica
Colección Vicente Sáenz
Gilberto Lopes, editor
Tomo 4
EDUPUC
2014Ello porque de los 17 ensayos incluidos en la reedición que nos ocupa (2014), solo

Traidores y déspotas de Centroamérica

Colección Vicente Sáenz

Gilberto Lopes, editor

Tomo 4

EDUPUC

2014

+Traidores y déspotas de Costa Rica debió llamarse el texto de Vicente Sáenz publicado en Estados Unidos en 1918, reeditado en 1920 y ahora incluido en la colección de 5 volúmenes de las editoriales de nuestras universidades públicas (Edupuc).

Ello porque de los 17 ensayos incluidos en la reedición que nos ocupa (2014), solo 4 hablan sobre Centroamérica; los demás se refieren +in extenso a la caída del gobierno de Alfredo González Flores (27 de enero de 1917) a raíz del golpe de estado perpetrado por su Ministro de Guerra, Federico Tinoco. Pero, fundamentalmente, a la dictadura de los hermanos Federico y Joaquín Tinoco y sus desmanes económicos y político-militares.

Lo primero que sorprende es la edad del periodista y escritor: 21 años tiene Vicente Sáenz cuando publica estos ensayos. ¡Y su pluma! Asombra el encendido verbo de Sáenz y su acertada información respecto de los principales sucesos de aquellos años aciagos para la democracia costarricense. Por supuesto, el ensayista vincula el golpe de estado y la “dictadura en democracia” de los Tinoco (recordemos que luego de la caída de González Flores se convocó a elecciones; fraudulentas, naturalmente) como parte de las dictaduras militares que asolaban Centroamérica. Pero el énfasis está en su patria, Costa Rica.

Lo otro que destaca, y en eso coincido con el autor del prólogo, el historiador Mario Oliva, es la sorprendente actualidad de estos escritos. Es de suyo interesante, por ejemplo, el papel que juega la prensa en el ocultamiento de la realidad cuando se trata de acciones políticas y militares en contra de las amplias mayorías. Veamos:

“+La campaña que hace la prensa asalariada por difamar el nombre de los traicionados, es horriblemente desesperada. Se valen de falsedades y calumnias; en ocasiones aun de argumentos ridículos y pueriles; de todo cuanto a su alcance está para lograr su objeto. (…)… sea como sea, no merece sino que se la destruya como algo inicuo, que envenena y que corrompe al pueblo” (Pág. 41).

Sin duda este párrafo parece escrito para describir a la prensa totalitaria y global de hoy, la cual encubre los grandes negocios en las metrópolis y colonias y actúa como una preparación artillera para intervenir en países o regiones no afines a los intereses imperiales, o de los grandes trust financieros, militares y/o comerciales. Pero también es un anticipo visionario de lo que sucederá con el periódico +La Información, abanderado de los hermanos Tinoco, el cual va a ser incendiado por maestros, profesores y estudiantes liderados, entre otros, por María Isabel Carvajal, nuestra Carmen Lyra.

Igual sucede con la denuncia directa hacia diputados y funcionarios que se hacen de la vista gorda o son sencillamente comprados por el gran capital. Díganme si el siguiente párrafo no parece escrito para los días globalizados que corren: “(…) +como a muchos diputados le gustan los billetes… pues ya el lector comprende” (Pág. 39). O este: +“¿Que los periodistas se dejan asalariar, que los diputados –montón de nulidades, instrumento las más de las veces de jefes ridículos, pero a semejanza del burro de la fábula, cargados de oro- no tienen ideas propias ni rasgo alguno de altivez?” (Pág. 44).

El sistema educativo también es blanco de la acerada pluma de Sáenz:

“+¡Pobres niños huérfanos de educación y hambrientos de pan de conciencia!…: serán sin culpa alguna, tormento de sus hogares y de su patria; obstáculo constante al adelanto material e inmaterial de nuestros hermanos del Continente Ibero; instrumento inconsciente de geralotes y traidores. De entre ellos saldrán los revolucionarios torpes, los mercaderes de nuestros suelos, los periodistas asalariados y los políticos vendidos” (Pág.  114).

Y la acérrima crítica hacia los intelectuales y escritores que aceptaron colaborar y laborar para la dictadura: “+¡Y todavía baten palmas los expresidentes, y los intelectuales, y los prohombres: y todavía esos patricios reputados de honorables -acaso porque tienen canas- caen de rodillas ante la ignominia y la reputan de ‘salvación de la república’!” (Pág. 42). Obviamente se refería a algunos intelectuales como el poeta y educador Roberto Brenes Mesén quien, de manera aún hoy, al menos para mí, desconcertante, acepta la Secretaría de Instrucción Pública de los Tinoco. Por cierto, es Fresia Brenes, hija de Brenes Mesén, quien en el parque Morazán arenga a la multitud el día anterior a la quema del periódico +La Información.

Tras los agudos e inflamados argumentos de Sáenz contra el golpe de estado y la dictadura tinoquista, asoman las causas que subyacen a todo despotismo centroamericano: los intereses de las empresas norteamericanas y las jugarretas geopolíticas del gobierno estadounidense. Es decir, la presencia imperial en nuestras divididas y pequeñas repúblicas. Por ello, el ensayista invoca el ideal morazanista de la unión centroamericana, elemento sustancial y siempre presente en los escritos, discursos y acciones organizativas de este incansable intelectual. Y es debido a ese sustrato sociopolítico e ideológico que la edición de 1918 es confiscada en Estados Unidos y hoy, desafortunadamente, no tenemos acceso a ella. No obstante, la dictadura de los Tinoco es un caso atípico, dado que el gobierno estadounidense nunca la reconoció. ¿Acaso la administración gringa estaba de acuerdo con las reformas de Alfredo González Flores? Es una pregunta que dejo a los historiadores.

Dentro de aquella visión amplia, Sáenz no pierde de vista el cambiante estado de ánimo en el alma humana y en el comportamiento de las masas o muchedumbres. Hay un intento por comprender el papel de la ideología y la propaganda política en la conducta de esas masas centroamericanas: “+Hay en el corazón humano y más innegablemente aún en el alma de las masas, una tendencia tan marcada al cambio de situaciones, acaso por ilusorias esperanzas de algo que nunca llega (…)” (Pág. 62). He aquí toda una veta para psicólogos, sociólogos y estudiosos en general de la psicología y sociología de las multitudes en momentos de crisis revolucionarias o de ascenso de regímenes totalitarios. En el marco de ese intento, Sáenz distingue entre las masas y diferencia la canalla del pueblo, en específico el pueblo costarricense: “+Bien sabido es el papel que desempeñan los presupuesteros, y mejor conocida aún todas las épocas de la Historia la actuación de la canalla (sic)” (Pág.  64).

“+No menciono al pueblo porque, como ya en tantos artículos lo he afirmado, no se mezcla en política ni le importan un bledo sus muñecos. Pueblo honrado, trabajador y lleno de buenas cualidades, bien merece otra suerte que la que el destino, o por mejor decir, la mala fe de sus gobernantes le ha venido deparando (sic)” (Pág. 64).

Finalmente, Vicente Sáenz no escapa a la visión idílica de los liberales representados por la generación del Olimpo que veía a nuestro país como una suerte de arcadia donde sus habitantes eran igualiticos. Por ello interpreta el golpe de estado de los Tinoco como un corte feroz a esa continuidad idílica: “+El año más desastroso que haya registrado la Historia de Costa Rica, país acostumbrado a la paz y a la tranquilidad internas durante más de medio siglo de vida apacible y laboriosa” (Pág. 71). Por lo demás, subraya la condición de supuesta excepcionalidad del país en el ámbito centroamericano. “+Costa Rica era el único país de Centroamérica que había podido mantenerse fuera de las revoluciones y motines que tan frecuentes son en nuestros lares” (Pág. 87).

“+Su existencia se deslizaba tranquila en medio del concierto universal. Los Presidentes se sucedían cada cuatro años, erguíase ufana la libertad de imprenta, la opinión pública era escuchada, el pueblo, de índole bondadosa y pacífica, vivía feliz, satisfecho de sí mismo y de cuanto le rodeaba, la Democracia se alzaba triunfadora” (Pág. 88).

No obstante, su crítica a la dictadura es resuelta y vigorosa. No duda en llamar a la rebelión como legítimo derecho de todo pueblo que sufra el quebranto de sus libertades. Leamos una oración que debería estar en el frontispicio de nuestra democracia para hacerla valer como y cuando corresponda: “+La rebelión no es sólo un derecho: es una obligación, un deber de todo ciudadano honrado; callar es asentir, entregarse en silencio, aprobar la usurpación y el despotismo” (Pág. 73). Palabras visionarias, por tanto, extremadamente actuales. He allí el meollo semántico de la democracia dentro de una concepción soberana, popular y de justicia social. Este enunciado debería servirnos como luz y guía en momentos en que la pequeña patria nuevamente se ve amenazada por el carro imperialista y sus lacayos nacionales. Toda democracia que se respete y que obedezca a los intereses de las grandes mayorías, debe guardar el derecho a la rebelión cuando una minoría pretenda entronizarse en el poder y conculcar los derechos de la ciudadanía.

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