¿Un libro de aforismos?

El Ángel de la salmueraAforismosFrancisco Rodríguez BarrientosEdiciones Perro Azul2003Lo antipático del aforismo: quien lo enuncia sabe, o cree que sabe, y da a entender

El Ángel de la salmuera


Aforismos


Francisco Rodríguez Barrientos


Ediciones Perro Azul


2003

Lo antipático del aforismo: quien lo enuncia sabe, o cree que sabe, y da a entender que sabe (la mayoría de veces, con exceso de énfasis) …. Jorge Riechman

El aforismo goza de la enorme ventaja de ser una sentencia, sino incontestable, cuando menos, que no se quiere discutir. Se debe la cualidad, quizá, a que el ‘pensamiento’, en sí, no tiene contexto. O en mejor decir: se le asigna el contexto. En este libro, «El ángel de la salmuera»- algunas ideas están tan mal armadas que disentir, de lo que ellas expresan, surge de una manera casi obligatoria y natural. Hay que agregar que el autor se solaza -a lo largo de setecientos ‘acápites’, ya que no todos son aforismos- en un uso desmedido de la referencia ‘culta’, una infausta adjetivación, además de la cita, expresa o tácita, de un número pavoroso de personajes. Esto por no mencionar, desde el inicio, el cúmulo de barrumbadas y amaneramientos incomprensibles.

A manera de prolegómenos es necesario apuntar un hecho evidente: la seducción que ejerce cualquier texto o relato breve. Recordemos a la máxima, al dicho, al refrán y al proverbio. Ésta clasificación de escrituras incluye al aforismo; y él comprende, en numerosas ocasiones, una ‘hibridación genérica’ que puede adjuntar géneros extraliterarios, como la adivinanza, el dicho popular, la referencia a un credo o la reflexión.

 

La definición de ‘aforismo’ enfrenta, de manera simultánea, a una serie de problemas: (y ni se diga cuando uno tiene una colección como la que aparece en «El ángel de la salmuera») ¿es un asunto de género?, es decir: ¿son relatos?; un dilema estético: ¿son literatura?; un problema de extensión: ¿qué tan extenso puede ser?; un dilema tipológico: ¿cuántos tipos de aforismos se pueden crear? Es de imaginar que las respuestas podrían ser largas y que éste lugar, obvio, no es el sitio para dilucidar la cuestión. Baste decir, para efectos de lo que interesa, que el aforismo carece de anécdota, es breve o brevísimo y busca marcar doctrina con respecto a un quehacer determinado.

Una apostilla: la dificultad que encierra calificar de ‘buena’ o ‘mala’ a una colección o serie de textos, agrupados en un libro. La ausencia de una unidad armónica en lo escrito -que no es, obligatoriamente, un defecto- ayuda a que, al establecer las bondades del conjunto, se diga que hay algunos que valen la pena y que otros bien pueden pasar a ocupar un lugar en la fila de papel para reciclar. En «El ángel de la salmuera» esta coadyuvancia cede y determina que la gran mayoría de los ‘aforismos’ aquí presentados pertenece al segundo grupo.

Propiamente en los textos del libro. El primer defecto con que se topa el lector de estos pensamientos es el batiburrillo de dificilísima comprensión y digestión. Véase el pensamiento número uno: «1. Cuando la voluntad es absorbida por la oblicua tentación de la muerte, los ritmos del alma son aquellos dictados por la atracción de aniquilamiento.» Y para que no se piense que hay sesgo, cosa de leer el dos y el tres: «2. Negados a la bendición, los ojos resucitados tienen la palidez de una ostia perdida.» [sic] «3. Si tan solo vislumbraran el perfume de las violetas, los ojos se velarían con íntima ceniza.» El quinto: «5. Un futuro recuerdo teje su indolente fluir y la despaciosa tersura del mundo se nubla con una salva de vestigios.» No se entiende a qué se debe que el autor exija del lector semejante alarde de ‘atención’. Y paremos, por el momento, con el doce: «12. La oscilación doliente: mar y materia».

Asunto que merece cita es el exceso de referencias ajenas. A lo largo del compendio el lector se encontrará, en aluvión, -si tiene el mal tino de leer, sin pausas, un libro de pensamientos- con gentes como: Epicuro, Horacio, Confucio, Yen-kuan Ch’i-an (¿?), Pen-hsien (¿?), Maupassant, Kolokowki, Broch, H. Hesse, Binsberg, Wallace Stevens, Allen Ginsberg, Dostoievsky, Sterne, Sade, Defoe, Nerval, Nietzsche (claro), Stendhal, Krauss, Hume, Boito, Chejov, Catón, Bach, Roa Bastos, Bakunin, Rimbaud (no podía faltar), Rousseau, Mallarmé, Lezama Lima… Eso sin dejar de lado a otros, que no son menos, como: Onán, Isaías, Jeremías, Paulo de Tarso, Ezequiel, Stalin, varios dioses y hasta el buen Satanás. Pero detengamos esto aquí ya que… bueno, es evidente.

Otro tanto sucede con los temas tratados: la muerte, los espejos, la ceniza, el Caos, la belleza, el pasado, el futuro, el deseo, el onanismo, el nacimiento, el alma, la libertad, la democracia, el socialismo real, el totalitarismo, dios, el superhombre… y siga usted contando porque ahí no para la cosa: el arte, Narciso, el sexo, la nostalgia, el pesimismo, la Nada, el suicidio, la mirada, los domingos, los esclavos, la religión, el calvinismo… y otras razones que no se mencionan en estas letras, por aquello de no abrumar. Baste decir que Nietzche y Jardiel Poncela, en comparación con Rodríguez Barrientos, son niños de teta a la hora de escoger temas para ‘aforismar’.

Hay que sumar, a los desperfectos que se apuntan, una pésima adjetivación en muchísimos de los acápites. Recordemos -no hay que hacer mucho esfuerzo- que adjetivar remite a la colocación de las unidades léxicas para lograr una construcción idiomática. Es decir, la colocación de un adjetivo, en vulgar sintaxis, se caracteriza por una selección ‘no libre’ y no por lo idiosincrásico del que escribe o habla. Si se pretende comunicar bien una idea, no se puede calificar a un sustantivo de manera despreocupada y antojadiza. Un adjetivo, por ejemplo, que remita al mismo concepto del sustantivo, simple y llanamente sobra. El peso del calificativo es tal, que un mínimo de sobrecarga hará que lo que se quiere manifestar zozobre en el mal decir. Veamos: «518. Las matemáticas, tan sólidas, tan ciclópeas, atlas que sostienen las ciegas revoluciones del Universo, que tan [sic] indestructibles y eternas nos parecen, en realidad están levantadas sobre la más frágil y volátil de las creaciones humanas: la convención». En el enunciado (que podría resumirse en que las matemáticas se asientan en la convención, -o cuando menos eso es lo que procura entender el que esto escribe-) el autor introduce siete adjetivos de dudosa colocación. Este otro, más corto que el anterior, con seis adjetivos ídem: «519. La infancia es la afirmación vital inocente, la inconsciencia fulgurante, la felicidad sin desvelo ni contratiempo, arraigada en los días, tenaz, distante y furtiva.» A ver quién explica qué es una «afirmación vital inocente».

Éste descuido en la colocación de calificativos, adicionado a un desconocimiento de lo semántico y rematado, en ocasiones, por una funesta puntuación (aspecto en el que esta nota no ahonda para no cansar) hace que «El ángel…» filológicamente sea una obra prescindible.

Una digresión. Sería interesante saber cuándo y quién, en la historia de la palabra escrita, decidió poner a prueba toda la capacidad literaria del lector y lo enfrentó a la angustiosa y poco amable labor de desentrañar un amasijo inexpugnable. En aquel entonces, y hasta nuestros días, este tipo de textos -los ininteligibles- dan la impresión de querer llamar tonto al que lee; o lo que es peor: aprovechar un mal acomodo de palabras para ser respetados o pasar por ‘alternativos’.

Ahora bien; es de imaginar que entre setecientas máximas no todas son un desatino. Algunas de ellas gozan de humor y tienen hallazgos felices; creaciones que hacen pasar un buen rato, que son bonitas y denotan inteligencia. «190. Desde la perspectiva de una omnipotencia divina, Judas no podría actuar libremente.» «196. Ya que no puedo ser Bach me conformaría con poder ser… Dios» «198. Los ossies, antiguos habitantes de la ex República Democrática Alemana, no pueden ahora considerarse afortunados: ¡ya no tienen adonde escaparse!» «299. Frenesí, ¿frenos no?» «353. Divinizar al mono podría ser bastante útil para elevar el ego humano, actualmente tan decaído» «383. La masturbación requiere de ingenio y fantasía, pero nunca fue ni será fecunda» «663. El onanismo y la plegaria son vicios muy similares: para ser efectivos ambos demandan soledad, recogimiento y concentración.»

Asimismo, la introducción de parrafadas sobre diversos temas y la inclusión de poesías en el volumen, son un interesante experimento en un libro, en principio, dedicado a ‘aforismar’ (que junto con las «Chirlerías» de José Francisco Aguilar Bulgarelli, son los únicos intentos -del 2000 a la fecha- que conozco, en las publicaciones de Costa Rica).

Por último, como observación sobre una observación. Rodríguez Barrientos termina su obra con una nota de autor. «NOTA DEL AUTOR […] el aforismo 508 no es sino la trascripción [sic] de algunas de las ideas de Maquiavelo en El Príncipe más las anotaciones y comentarios de Napoleón Bonaparte puestas en forma de diálogo. Puede que haya sido un ejercicio de amable puerilidad […]» Sobre ésta última aseveración digamos que el autor tiene toda la razón: es un ejercicio pueril; amén de que las anotaciones de Napoleón, a El Príncipe, son tachadas como apócrifas.

En resumen. «El ángel de la salmuera» no es un buen compendio. Lo incomprensible de muchos de los ‘aforismos’ convierte la lectura en proyecto imposible y permite al lector pasar a asuntos de mayor provecho… a pesar que algunos de los dichos expresados sean de utilidad.

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