Veinte años de un Asalto

Cuando se concluye la lectura de la novela +Asalto al paraíso de la escritora Tatiana Lobo, queda uno(a) con la sensación de haber incursionado

Cuando se concluye la lectura de la novela +Asalto al paraíso de la escritora Tatiana Lobo, queda uno(a) con la sensación de haber incursionado en un texto de una redonda solidez, incluyendo la belleza literaria. Cuando esto ocurre en el caso de la literatura, y no es frecuente, solemos preguntarnos dónde radica esa condición  y, por lo tanto, nos estamos planteando un tema referido a la calidad.

Cuando hay alta calidad en un texto literario, a nuestro entender es básicamente por tres razones: primera, hay originalidad y congruencia de los recursos literarios o metafóricos con la historia narrada, o sea, están integrados en esta, no son simplemente decorativos; una segunda razón se relaciona con el desarrollo de conceptos y valores universales y, una tercera, con la capacidad del texto de darle la palabra a los personajes en el sentido de que no es el narrador el que expresa la visión de mundo de estos y habla por ellos, sino que estos últimos toman la palabra y manifiestan su propia visión de las cosas. De acuerdo con Mijail Bajtín, el reconocido semiólogo ruso, y otros teóricos de la literatura, la novela que trasciende es aquella novela dialógica, polifónica y, por tanto, ambivalente, pues los personajes expresan en ella diferentes y hasta contradictorias visiones de mundo, tal como ocurre entre las y los humanos.

Refirámonos, primero, a este tercer punto. ¿Tienen voz los personajes en +Asalto al paraíso?, ¿toman estos la palabra? Si pensamos exclusivamente en la palabra como verbo, la novela podría dejar la sensación de que los aborígenes y los personajes de origen africano, no tienen o casi no tienen voz, pues es evidente su silencio +verbal: simbólicamente, una indígena, la pareja del protagonista, Pedro Albarán, es muda y su nombre es “La Muda”, lo que parece representar el más de medio milenio de una conquista que silenció a los nativos; setecientos indígenas traídos prisioneros de Talamanca a Cartago, son una masa muda, sin palabra ni reconocimiento de dignidad alguna, como suele suceder con los vencidos en una guerra, como muy probablemente sucedió en el caso histórico que la novela reescribe desde el discurso literario.

Pero tomar la palabra no significa solo expresarse verbalmente. Se toma “la palabra” también cuando se llevan a cabo acciones por decisión autónoma, que es lo que sucede en el caso de Pabrú Presbere como personaje. Él pocas veces se manifiesta verbalmente en el texto, sin embargo, se alza espiritual y moralmente inmenso, primero, porque toma la palabra como líder de una lucha contra la invasión a su territorio y a su cultura (aquí el personaje Presbere se ve reforzado en la mente del lector por el héroe histórico Presbere), y gracias a dos técnicas utilizadas en esta creación narrativa: el personaje Presbere habla en el primer capítulo y “queda en reposo” hasta los últimos en que vuelve a aparecer ya para su lucha y sacrificio, técnica que, por lo demás, mantiene una expectación en torno al personaje a lo largo de toda la obra, y dice no cualquier discurso circunstancial, sino el discurso fundacional de su cultura: su concepto de la creación y de la existencia.

Hay otro personaje aborigen, Gerónima, hermana mayor de La Muda quien, aunque expresa pocas palabras, es capaz de contradecirle y contra argumentarle al protagonista español en delicados temas, y es dueña de una enorme fortaleza física y emocional, determinación, inteligencia y conocimientos prácticos para la vida; esta personalidad la convierte en guía y líder, con lo cual más que darle el verbo, en la novela se le da la dirección de toda una empresa de señalada complejidad, que ella va sacando adelante exitosamente. Su accionar cotidiano, más que sus palabras, operan toda una transformación en el protagonista hasta llevarlo, incluso, a depender emocionalmente de la fortaleza de ella.

Los afrooriginarios, Bárbara Lorenzana y los adolescentes llamados por el protagonista Babí y Bugalú, prácticamente no hablan en la novela, pues, al igual que muchos aborígenes, ni siquiera comparten código lingüístico con la cultura dominante, pero su capacidad para sobrevivir y su inteligencia práctica habla de ellos y por ellos. Es especial, en el caso de Babí y Bugalú, su autónoma decisión de involucrarse en la campaña liberadora de Presbere, en momentos en que lo que había para los negros era solamente la esclavitud.

Aborígenes y negros en +Asalto al paraíso “toman la palabra” en la forma suprema de hacerlo: en su sacrificio por la libertad. Así es como aportan y están presentes en la polifonía de voces, así es como “hablan”.

Destacada es también la palabra de “la madre de forasteros”, del poblado de los pardos, cuyo discurso es todo comprensión, solidaridad y perdón.

Los personajes de la cultura dominante, los españoles masculinos y la española Águeda Pérez de Muro, llevan, desde luego, la voz cantante y, en casi todo, determinante, pero esa voz no es monolítica, es diversa y hasta antagónica es, en este sentido, ambivalente.

Humanos los personajes todos, actuando y viviendo en sus circunstancias, sin perfiles maniqueos, a pesar de que la perspectiva de la novela es abiertamente opuesta a la conquista y a la colonización, y es implacable y directa con lo que considera incongruencia del discurso religioso del invasor y colonizador.

En este punto pasamos al aspecto número dos antes expuesto. +Asalto al paraíso es una novela de propuesta: hay un hilo de pensamiento constante que, en nuestra lectura, le da la solidez definitiva a la obra. Se trata de esa crítica severa a la imposición de una religión, soporte ideológico de la conquista y de la colonización, a la incongruencia de esta, de acuerdo con el planteamiento de la obra y, sobre todo, a La Inquisición. Pero esta crítica se construye de manera que no resulta espesa, recalentada o dogmática pues, primero, se desarrolla entre finos recursos literarios: humor, suspenso, imágenes y metáforas que a cada tanto nos toman por asalto y, segundo, se rescata un cristianismo inclusivo de la cosmovisión aborigen y la cristiana en la figura del monje franciscano Juan de las Alas, personaje en quien la novela ofrece una de las imágenes más bellas, cuando la luz de su cuerpo levitante lo convierte en un cocuyo. La novela parece decirnos que la inclusión, el respeto a las diferentes cosmovisiones, es la luz.

El primer punto antes mencionado, la originalidad y consustancialidad de los recursos literarios al texto, se aprecia principalmente en los siguientes aspectos:

Las constantes personificaciones tales como la mula que no se dejaba sobornar; árboles civilizados, vanidosos y provistos de visión; pelícanos que meditaban acerca del enigma de la vida; y en el otro lado de la moneda, humanos que adquieren atributos de animales como el Guerrero Principal con sus mejillas pintadas de rojo, con la inmovilidad de un ocelote antes de saltar; la doble naturaleza de Presbere-guacamaya y guacamayas-Presbere, que da pie a la imagen multicolor de bandadas de guacamayas invadiendo el centro de Cartago, como un desbordamiento del espíritu libertario de Pabrú Presbere, al final del relato.

¿Por qué son consustanciales al relato estas personificaciones y “animalizaciones”? Porque coinciden con la visión de mundo aborigen del todo incorporado en el todo, que el relato hace suyo. En referencia a la selva talamanqueña el protagonista expresa: “… confundida una especie con otra […] ensamblado el reino vegetal con el reino animal, traspasadas las fronteras de la savia y de la sangre, cadena en la que cada eslabón es la parte última y la primera de una secuencia sin fin…”

Por otra parte, la novela propone la inclusión de todas las culturas involucradas en el relato: una imagen literaria como la del monje Juan de las Alas convertido en luz, es naturalmente atinente, consustancial a la propuesta, pues el discurso de este es inclusivo.

Un último aspecto: la novela no es de tema amoroso, su motivo central está relacionado con la violencia: la persecución de La Inquisición contra el libre pensamiento, la violencia de la conquista y del sometimiento del otro y, propiamente, la violencia de una guerra en Talamanca con el fin de castigar y de esclavizar a los aborígenes en la producción de cacao en Matina. Por tal razón, el amor en la novela no deleita al lector, no “debe” deleitarlo: el amor del protagonista y La Muda empieza con la violación de esta por parte de él. La escena amorosa también del protagonista con la española Águeda Pérez de Muro, que el lector viene esperando desde muy antes como un alivio vital para aquel, está construida metafóricamente sobre conceptos de guerra, de modo que cuando el lector va a solazarse en la escena, se ve obligado a recordar que mientras sucede el acto amoroso entre ambos, cientos de indígenas han sido muertos y otros cientos marchan encadenados hacia Cartago bajo el yugo español.

El tema histórico que hace justicia a un héroe prácticamente olvidado o desconocido y a una gesta libertaria aborigen, las razones antes comentadas y la forma como todos los elementos constituyen un sistema artístico, hacen de +Asalto al paraíso un cocuyo que ha levitado hacia los primeros niveles de la literatura latinoamericana.

Celebramos los 20 años de su publicación.

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