Siempre hemos considerado que el surrealismo fue un movimiento artístico eminentemente europeo. Incluso muchos creadores latinoamericanos que participaron del mismo en sus años de apogeo, caso de Alejo Carpentier, se alejaron conceptualmente por considerar que Nuestra América poseía su propio suprarealismo y no necesitábamos de metodologías psíquicas como «la escritura automática», dando pie al Realismo Maravilloso, o Mágico, que colocara en primer plano a nuestra narrativa, pero que tanto daño le ha infringido al arte y literaturas latinoamericanos en su terca permanencia comercial y «posmoderna».
No obstante, y Floriano Martins en la introducción de la Antología en reseña, se encarga de recordárnoslo, algunos autores latinoamericanos como Aldo Pellegrini, Octavio Paz y Luis Cardoza y Aragón, por mencionar tres de los más importantes, replantearon la importancia del movimiento el cual introducía, en el ámbito de la poesía moderna, la idea de la creación poética como un bien común y como expresión auténtica de su tiempo, además de la libertad creadora y la ampliación de lo real como condiciones sine quanun para su consecución. Por eso, más allá, o más acá, de los incendiarios Manifiestos de Breton y sus antológicas polémicas y purgas, el Surrealismo fue el movimiento artístico europeo que más profundamente calara en nuestras literaturas del siglo XX, tanto que hoy todavía detectamos, en variadas expresiones, su potente influencia en múltiples artistas y poetas americanos.
Contrario a lo planteado por Carpentier, o dialógicamente complementario, los diversos planos en que se desdobla el Surrealismo en nuestras tierras, como un rechazo a la alienación (Aimé Césaire, Martinica, 1913), y como un recurso imprescindible para mostrar el lado oscuro de la luna, o la invisibilidad del rostro en culturas primigeniamente mágicoreligiosas, es un reforzamiento de lo que un grupo de visionarios en el París de entreguerras intuye como la caída de la racionalidad occidental. Podría decirse entonces, con Enrique Gómez – Correa (Chile, 1915, 1995), que la poesía americana llegó al surrealismo «como un desarrollo orgánico». O al revés, «que no es lo mismo, pero es igual» (Silvio Rodríguez, Cuba, 1946). (He citado a Silvio Rodríguez, el célebre cantautor cubano, al cual, según mi criterio, ya es hora de que se le reconozca como poeta, cuya poesía es también deudora, en mucho, del Surrealismo).
Por esa razón una Antología como la que propone el poeta e investigador brasileño Floriano Martins es más que necesaria y oportuna. Porque no se trata de historizar el Surrealismo en nuestras tierras, sino de evidenciar su perenne continuidad en un continente que se busca a sí mismo en los otros desde siempre. Recoger en un libro a 30 autores, pasando por poetas insignes como Enrique Molina (Argentina, 1910, 1996), Juan Calzadilla (Venezuela, 1931) o Raúl Henao (Colombia, 1944), por mencionar tres de los más reconocidos por el público, es una labor pionera que nos coloca frente a la pluralidad de voces en el discurrir de su conciencia poética.
Pero lo extraordinario de la propuesta editorial es que el antólogo se la dedique a Max Jiménez, ese enorme poeta y artista costarricense, posiblemente el más representativo del siglo XX, incomprendido por su época y el ego típicamente tico que desdeña lo innovador y contestatario. Y que además nuestra gran Eunice Odio ocupe el lugar que le corresponde en el fluir de las letras americanas. Y más aún: que el libro haya sido ilustrado magistralmente por el artista también costarricense Fabio Herrera, el cual nos ofrece, además del mismo Floriano Martins y el suyo propio, los retratos de los poetas con una caracterización ciertamente iluminadora.
Debo decir, para finalizar, que Ediciones Andrómeda, se ha puesto una flor en el ojal, no solamente porque nos entrega una selección rigurosa de poesía americana sustentada por un enjundioso estudio de su compilador, sino porque también nos entrega un objeto/libro hermoso y bien diseñado, cumpliendo con su cometido de entrelazar las artes visuales con la literatura en su «Taller de la Imaginación»; algo inusitado y original en nuestro medio editorial y un sueño siempre presente del Surrealismo y de toda expresión artística que comprenda que «solo el lenguaje poético alcanza la totalidad del ser».