Plotino, filósofo místico

La última manifestación que tuvo el mundo antiguo fue el neoplatonismo, cuyo fundador fue el filósofo Plotino

La última manifestación que tuvo el mundo antiguo fue el neoplatonismo, cuyo fundador fue el filósofo Plotino (205 en Licópolis-270 en Campania); la obra que lo inmortalizó fue Enéadas. Sin lugar a dudas, este pensador es uno de los hitos de la filosofía en Occidente. La filosofía plotiniana no es solamente un intento por establecer las condiciones de posibilidad de un pensamiento, sino además un esfuerzo por elevar ese estado de conocimiento a una eventual ‘vivencia superior’ que transmute, sin que ello obste para considerar su pensamiento como estrictamente filosófico y, por supuesto, como una explicación del mundo desde lo eterno.

Según el testimonio de Porfirio, “Plotino conoció ese arrobo celeste por cuatro veces (…)” (M. Eliade). La palabra “mística” viene del griego myein: cerrar los ojos o los labios; es, en general, un ‘cerrar’ los sentidos y deseos para abrirse a la experiencia del “abismamiento” del alma (!), en su fondo divino, con el consecuente contacto interior unitivo con la “Beatitud indecible” como fundamento de todo. La mística es, pues, “una forma de conciencia religiosa en que se anhela y se prescribe el superar ya en esta vida la distancia existente entre el alma pura y la divinidad irracional, hasta llegar a la perfecta unión en el ser” (J. Mehlis). En el caso de Plotino, la teosofía viene a ser el arte de llegar a esa unión con la ayuda de ciertos ritos. Además del razonamiento, la inteligencia puede ser puesta bajo la acción iluminativa e inmediata de “dios”, gracias a la contemplación (VI, 7, 5) y a todas las prácticas místicas que suplen la virtud. A dios se llega más allá del ser (Enéadas V, 5, 6), más allá de la sustancia (VI, 8, 19), más allá de la mente (V, 5, 12). Plotino se cerciora de que de la divinidad únicamente se puede hablar por vía negativa, y es poco o nada lo que puede ser dicho sobre ella. El mundo no existe por creación –pues dios ni lo quiere ni lo piensa–. Es un proceso de emanación. (Émile Bréhier le llama a esto ‘orientalismo plotiniano’, en cuanto es una experiencia de totalidad en la que se pierde o abisma el alma, temporalmente).
El estado que corresponde a ese arrobamiento se le denomina éxtasis (del griego ékstasis). Para Plotino, este término designa exclusivamente la trascendencia del proceso (VI, 9, 11). Plotino habla de una “embriaguez mejor que la sobriedad” (VI, 7, 35), de una plenitud y de una evidencia transformadoras, superiores a la evidencia intelectual (VI, 7, 34): no hay palabra que resuma esta experiencia de perfecta quietud a fin de confundirse con lo deseado (VI, 9, 11). Los éxtasis suponen la abolición de la alteridad entre el que contempla y la cosa contemplada, llegándose a una identificación total del alma con la divinidad. Dicha quietud se halla preñada de silencio; el pensamiento es la inversión del éxtasis. La ciencia verdadera de la que habla Plotino “no es más que una intuición inmediata de la unidad de los seres” (Bréhier). Esta experiencia corresponde, como se colige, al alma que ha nacido para contemplar la esencia divina. (No hay explicación del mal sino sólo mediante la mala disposición de la materia para recibir la forma).

Plotino anuncia la existencia de tres vías de elevación: la música, el amor y la filosofía. En la música se halla la belleza que, separando la materia (de los sonidos), se descubren las proporciones y razones plagadas de esa armonía inteligible (I, 3, 1). La theoría estética eleva a descubrir que justamente la superioridad formal frente a la materialidad. Así, la ocupación por la contemplación de la belleza espiritual produce que el alma se sienta penetrada por la delicia de la admiración y el asombro, del deseo y del amor. La theoría amorosa o la erótica, el amor contemplativo de la divinidad, no se dirige a la comunidad, sino que conduce al hundimiento en sí del alma, a la divinidad del saber absoluto; se está ante un voluntarismo. De hecho, llegando a la vida pura del espíritu y a la contemplación del Bien (lo Uno), se llega indudablemente a la posesión de la felicidad. Si lo místico es amor, en tanto que procura una unidad superior a la que provee la inteligencia, este amor ha sido purificado por la inteligencia como “noûs erôn”, “amor intelectual” (VI, 7, 35). El éxtasis es el manantial de todo valor no ético. Lo Uno es el objeto amado, amor y amor de sí (autoû éros) (VI, 8, 15). En su amor, existencia, se contempla a sí mismo en un acto que es eterno, sin distinción de su sujeto; es una “hypernoésis”, esto es, una “superintelección” eterna. La divinidad produce y sostiene todas las cosas, pero trascendiéndolas. A este nivel, el éxtasis plotiniano no es un estado de inconsciencia, sino de ‘hiperconsciencia’, algo ‘hiperracional’.
En la filosofía, el filósofo tiene la capacidad de elevarse por encima de los objetos sensibles, pero sin necesidad de separarse de la sensibilidad corpórea. Debe elevarse por encima de los seres corpóreos hasta los primeros; alejándose de la maldad, se esfuerza por llegar al Bien y devenir en lo sucesivo de múltiple en uno, para devenir principio y contemplación de lo Uno (VI, 9, 3). El hombre prudente, definición de “virtuoso” en Plotino, llega a un estado íntimo; es poseído por dios y, en cuanto tal, supera el trastorno y la agitación. Ha entrado al santuario y se ha unido al mismo dios.
De la propuesta plotiniana resulta interesante que en el ser humano haya un núcleo esencialmente metafísico que no ha sido alcanzado ni rozado por el mal. El alma, cuando contempla, es ajena al mal. El mal físico y el mal moral se dan únicamente en el hombre que se podría llamar “aparente”: el compuesto de alma y cuerpo. Es el verdadero “hombre”, el verdadero ‘nosotros’, el que se encuentra libre de todo elemento sensible y de toda mezcla de lo espiritual y lo sensible. En él está encerrada toda verdadera virtud, la cual descansa en la simple actividad del alma. El mal se presenta como una “sombra del ser”, como “la negación de la verdadera esencia de éste”. El mal queda en la raíz del cosmos: la superabundancia del Uno produce algo diferente de Él; el mal, pues, existe necesariamente en el mundo. La razón, la libertad y, por supuesto, el amor son las potencias para llegar a lo Uno. Si se equipara lo dicho, se puede afirmar que la razón es buscada en la filosofía, la libertad en el arte y el amor por sí mismo. La concepción emanatista impide que Plotino admita la independencia del mal. Plotino nos sitúa más allá de la metafísica creacionista cristiana.

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