Bernard Grau: “Hay un elemento esperanzador en esta crisis”

Bernard Grau, funcionario de la cancillería francesa, fue invitado por la Universidad de Costa Rica para pronunciar la conferencia de apertura del año académico

La crisis permite también medir la amnesia del mundo, que parece olvidar, de repente, los paradigmas que parecían inamovibles hace tan solo dos o tres años.

Bernard Grau, funcionario de la cancillería francesa, fue invitado por la Universidad de Costa Rica para pronunciar la conferencia de apertura del año académico “El desafío de la cultura”.

Este un hombre ha recorrido el mundo y conoce extensamente América Latina. Fue consejero cultural de Francia para América Central, con sede en Costa Rica (2001-2005),  y ocupó el mismo cargo en diversos países andinos (2005-2008) y en Montevideo. Hoy monitorea, desde el Ministerio de Asuntos Exteriores en París, la política de cooperación universitaria y formación profesional que Francia desarrolla en América Latina, África, Medio y Lejano Oriente y el Mediterráneo.
Aquí, habló con UNIVERSIDAD sobre el papel de la cultura en la integración, sobre los procesos de unión latinoamericanos y sobre la crisis financiera, cuyos efectos se esparcen por el mundo sin que nadie se atreva a predecir toda su dimensión y profundidad.

Usted ha recorrido el mundo y observado los efectos de la crisis económica actual. ¿Qué lecciones ha sacado de esa observación?

– Hay un elemento esperanzador en esta crisis porque antes había una constatación ineludible: lo político estaba desbordado por lo económico.  La marcha del mundo estaba más en manos de los grandes grupos económicos y financieros transnacionales que en las manos de los representantes políticos de cada país.
Hoy lo político vuelve con fuerza. Si no interviene el líder político para salvar el sistema de crédito de la crisis, ¿quién lo hará? Y si sucede, este exigirá contrapartidas.
Antes había la presencia tutelar de las empresas transnacionales en el mundo financiero  y económico, por lo que había una forma de juego político dominado por seis o siete potencias extranjeras. Hoy vemos que los países emergentes entran con fuerza en ese escenario. Hay conciencia, por ejemplo, de que un país como Brasil no puede continuar ajeno a las decisiones políticas del mundo.

Pero podemos medir también otras dimensiones de la crisis, ¿no le parece?

– La en crisis permite medir la amnesia del mundo. ¿Quién hubiera dicho, hace poco más de dos años, que este modelo neoliberal pudiera fracasar por manejos desordenados y riesgosos de las finanzas?
Cuando cayó el muro de Berlín, surgió la idea de que no había otro camino que el neoliberalismo: el libre comercio favorecía el crecimiento y la creación de empleos que permitiría luchar contra la pobreza. Parecía que no había otro modo de hacer las cosas, que vivíamos en el mundo globalizado y que la normatividad de ese mundo se resumía en el libre comercio.
Hoy vemos que gobiernos conservadores, los mismos que hace tres años jugaban con el “libro del libre comercio”, están listos para adoptar decisiones que normalmente pertenecen al “libro político de la izquierda” como la nacionalización del sistema bancario.
¿Los países afectados por la crisis, que intervienen masivamente para salvar el sistema bancario, lo harán sin interesarse por la gobernabilidad del banco, la transparencia de los intercambios financieros, sobre las retribuciones de los ejecutivos?
Hay un síntoma de la profundidad del cambio: hoy la izquierda reconocida en Europa está buscando los temas que puedan nutrir una agenda política nueva, porque, en algunos de sus cuestiones tradicionales, hay una evolución que la desconcierta. Algunas de sus metas pertenecen hoy al vocabulario conservador.
Una tercera consecuencia es que hoy se plantea seriamente la concepción de un nuevo desarrollo que tenga en cuenta los equilibrios naturales. La meta ya no es acumular riqueza sino gestionar mejor el marco que nos rodea: el medioambiente, la educación, el acceso a la cultura.
Esta tercera tendencia no pertenece más al mundo de la utopía, de la ideología, pertenece al cotidiano. Hoy, en Europa, se dice que las leyes que protegen el medioambiente son la mejor medida para asegurar los empleos futuros. Hace tres años era impensable oír eso.

Otro aspecto importante de esta crisis es la creciente migración, sobre todo hacia Europa, desde países africanos y asiáticos. ¿Cómo es percibido esto en Europa?

 – Si hoy se trata mucho de la diversidad cultural, es por dos motivos: primero, la voluntad de no considerar el producto cultural como una mercancía; y, segundo, hoy, en Europa, se habla mucho de diversidad cultural porque está confrontada con la migración. El nivel migratorio entre África y Europa es tan alto y diverso, que cambió la expresión artística, los intercambios, las inspiraciones.
Nos preguntamos por qué hay tanta gente que emigra. La respuesta podría ser que la migración es siempre una consecuencia del fracaso del país de donde vienen los inmigrantes, el cual es incapaz de asegurar a sus ciudadanos un nivel de desarrollo aceptable. Además, las nuevas tecnologías abrieron el mundo a los habitantes de todos los países. En una montaña de Argelia, por ejemplo, un campesino puede conocer las costumbres de otros países así como modos de vida diferentes.
La tercera mención es que la migración es también un testimonio del malestar profundo de las nuevas generaciones que va ,ás allá de lo económico, cuando deciden no vivir más bajo valores que no aceptan. Esto representa a veces un gran problema para la cooperación europea frente a los países que generan migración, pues, muchas veces, los becarios, cuando obtienen su diploma, no quieren más volver a su país.

Usted ha podido acompañar los esfuerzos de integración latinoamericana, sus éxitos y sus fracasos. ¿Dónde estamos en esa materia?

– Hay que decir que, sobre el plan de la formalización de la integración, las subregiones latinoamericanas han tenido grandes dificultades. El sistema de integración centroamericano es el más antiguo. Después surgieron el sistema caribeño, la Comunidad Andina y el MERCOSUR – que a veces citamos como ejemplo de integración latinoamericana – aunque no posea institucionalidad democrática desarrollada, no tenga un parlamento elegido por sufragio universal y cuente con un tribunal balbuceante.
La Comunidad Andina es el sistema más elaborado, con un parlamento elegido por sufragio universal, como el Parlamento Europeo, con un tribunal de apelación, cuya sede está en Quito.  Las sentencias son aplicadas, en un 84%, por los sistemas jurídicos nacionales.
La fractura de la Comunidad Andina, dividida en dos bloques (Perú y Colombia, por un lado; y Ecuador y Bolivia, por otro), es una fractura sobre el modelo de desarrollo: confiamos en el liberalismo, en el libre comercio, y así luchamos contra la pobreza; o se impone la tendencia de que lo importante no es vivir con más, sino vivir mejor. Son dos cosas diferentes.

La Unión Europea (UE) negocia con Centroamérica un Acuerdo de Asociación, que muchos identifican con un tratado de libre comercio. ¿Qué puede resultar de esa negociación?

– No vemos en vano las manifestaciones en contra de esos acuerdos de asociación, como lo hemos visto en contra de los tratados de libre comercio. Porque la negociación con la UE va más allá; hay un acuerdo político y otro de cooperación, además de lo comercial: lucha contra las drogas, participación de la sociedad civil, etc. Creo que por eso no vimos protestas contra la UE. Este es nuestro aporte.
Hay países latinoamericanos que callaron eso mientras nosotros repetíamos que el acuerdo con la UE es también un convenio de diálogo político y de cooperación, el cual responde a valores democráticos.
A Francia le interesa mucho constituir un espacio privilegiado en el marco de la integración universitaria: movilidad académica, estudiantil, investigaciones conjuntas, efectividad de los diplomas en dos o tres universidades latinoamericanas y francesas. Hay un esfuerzo de constituir una comunidad universitaria entre América Latina y la UE que pueda desarrollar la enseñanza, la investigación, la divulgación.

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