Meterse en el saco

El mismo diario, sin embargo, volvió en su editorial de dos días más tarde al fundamentalismo. En esta versión,  los acuerdos entre los negociadores

A finales de enero, al menos una de las tesis fundamentalistas acerca de la relación entre libre comercio y calidad de la existencia, la que hace del primero un tipo de mágica pomada canaria, parecía haberse superado. La principal razón de su abandono es que los medios estadounidenses aceptan hoy que en los tratados liberalizadores hay perdedores y ganadores. El punto es tan claro que ellos mismos proponen transferir limosnas para modernizar  a los sectores que por experiencia se sabe resultarán liquidados al no ser competitivos. El punto pareció asumido por los ‘yes men’ locales y en ese sentido puede leerse, por ejemplo, el texto pontificio de E. Ulibarri, «ABC para el TLC» (LN, 25/01/03).

El mismo diario, sin embargo, volvió en su editorial de dos días más tarde al fundamentalismo. En esta versión,  los acuerdos entre los negociadores son sagrados y de exclusiva competencia de los gobiernos,  ya que en ellos transparencia política y participación social amplia no debe confundirse con concertación ni menos con poder de veto. Desde aquí el editorial anatematiza como «rechazadores viscerales», «políticos oportunistas» que buscan reciclarse, grupos ventajistas, «profesionales del no», «secuestradores del proceso» y chantajistas a quienes cuestionan diversamente las negociaciones liberalizadoras. La descalificación comprende gremios, sindicatos, personalidades y partidos de oposición. El fundamentalismo fulminante llama a enfrentarlos y acude para ‘santificar’ su doctrina a la «transparencia» informativa del Ministerio de Comercio Exterior, a la «unión de Centroamérica» y al ejemplo de la Unión Europea. Sobre esto se puede opinar que el trasluz del proceso es precario porque sus responsables solo informan fragmentaria y unilateralmente y, sobre todo, no escuchan ni a productores ni a ciudadanos, que la unidad centroamericana es tan real como La Segua y que hasta los dirigentes del fútbol saben que la Unión Europea no es únicamente una asociación de libre comercio.

Quienes desean discutir con seriedad las condiciones de un tratado de libre comercio con Estados Unidos no se interesan en planteos fundamentalistas sino en examinar tanto aspectos de principio y estructurales como situacionales. Entre los primeros, dos de las más importantes son: ¿la liberalización comercial es factor causal de crecimiento y desarrollo o un proceso que debe seguir a reformas internas no neoliberales (redistribución del ingreso, por ejemplo)? Se trata de una polémica y la experiencia latinoamericana, Chile incluido, muestra hasta el momento que el libre comercio por sí mismo no genera crecimiento ni menos desarrollo. Esta discusión no ha se ha dado en América Central tal vez porque sus neoligarquías y ‘yes men’ no toleran cambios que beneficien a los sectores medios y empobrecidos que, en la ‘unitaria’  región son, escandalosamente, los más.

El segundo aspecto de fondo es si los tratados son o de libre comercio o de liberalización para las inversión extranjera. Si se trata de lo primero, un productor de pejibayes podría confiar, quizá ingenuamente, en sus esfuerzos locales, incluyendo la eficiencia del ICE, para llegar a ser competitivo. Si de lo segundo, su competitividad dependerá de su entrega al capital financiero estadounidense o subordinado a él (o sea a sus monopolios y oligopolios productivos y comerciales). Si se lee las declaraciones de los ‘negociadores’ centroamericanas y estadounidenses (LN, 28/01/03) se advertirá que los primeros hablan oficialmente de superar la pobreza, exportar más, integrar sectores, generar riqueza, etc., y los segundos  destacan  «promover el libre comercio y las inversiones». La discusión sobre el punto está muy lejos de ser académica o secundaria.

Existe también un tema de fondo que no se toca quizás por razones diplomáticas o de buenas maneras. Como ya estamos en el siglo XXI y lo que impera es el realismo político, conviene preguntarse si será oportuno ‘negociar’ con EUA cuando ese país es gobernado por la administración más brutal y codiciosa de al menos los últimos 50 años y cuando sus «hombres de negocios»  y «consultorías» han sido capturados en reiterados robos y fraudes que se pensaba eran exclusividad tercermundista.

En este punto hay que distinguir al menos dos planos: cómo negociar con una hiperpotencia capaz de violar cualquier norma jurídica en función de sus unilaterales intereses geopolíticos. El segundo, ¿convendrá apresurar una negociación con Bush, Condoleeza y Rumsfeld, cuya línea política, mundialmente reconocida, es la del abuso fascista? ¿No sería prudente aguardar otro emperador?

Lo anterior no contiene exageración. La señora Regina Vargo, representante estadounidense en el negocio, llegó con medio día de atraso a las sesiones con sus ‘pares’ de América Central. Horas después,  entre carcajadas, sugirió que el ICE debería abrirse a la inversión privada. Es probable que el desenfado de la señora Vargo se deba a que su secretaria le reservó inicialmente boletos para Puerto Rico. Bueno, con este tipo de ‘divertidas’ personalidades es que hay que negociar cuidando de no meterse uno solito en el saco.

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