Un domingo sin fin

Todo marchaba demasiado en orden para ser cierto. Miles de personas acudían en los centros de votación y nada de disturbios

Caracas. Todo marchaba demasiado en orden para ser cierto. Miles de personas acudían en los centros de votación y nada de disturbios ni violencia, ni enfrentamientos verbales entre las cúpulas ni señalamientos ni supuestas evidencias de fraude. La gente votaba con euforia o discreción, con arrojo o con miedo, en masa o “graneadito”, pero votaba.

La participación electoral pintaba alta, quizás récord como se comprobaría después, al conocerse una abstención de solo el 25%, y eso valía para la legitimidad de unas elecciones sometidas a sospechas de ambas partes, pero también para los cálculos de cada bando de cómo salir airoso.

En filas más o menos largas, con notables alusiones a la bandera de Venezuela y muchos con la camiseta futbolera de la “vinotinto”, una especie de zona de tregua que la vestimenta ofrece a la polarización política local.

Soldados en las puertas de los centros de votación llamando a los electores de cinco en cinco para entrar y alguna escena descolocante: dos motorizados vestidos de negro, armados y encapuchados a toda velocidad en medio de los carros y la acera. Paran en seco y vuelven a acelerar. “Tranquilo, chamo, es gente de la Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional) ¿No tienen eso en Costa Rica?”, interviene Pablo Bravo, un simpatizante chavista.

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En general, el flujo era constante a pesar de las dudas de los votantes por el uso de la máquina de votación, que si se trababa, que si se confundía a la gente mayor, que si se  anulaba el voto y entonces sí, las sospechas de parte de algunos simpatizantes opositores, pero nada que cuestionara la jornada. Nada, de momento. Era casi mediodía.

A mitad de la tarde en la televisión pública (fuente ineludible para dar un seguimiento en paralelo a la jornada) salió hablando Nicolás Maduro, presidente de la República y del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).

Llamaba a lo que se entiende localmente como “operación remolque”, para acarrear a sus seguidores. Nada raro, tampoco.

Después salió la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE), Tibisay Lucena, con un repentino anuncio. Se cancelaban las credencias de los expresidentes invitados por la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) por unas declaraciones críticas de uno de ellos sobre la campaña, sobre el desequilibrio informativo en los canales estatales y sobre el “ventajismo” del tribunal electoral. En la calle todo fluía, pero se asomaban las chispas.

Y llegó Diosdado Cabello, también en la televisión. El presidente actual de la Asamblea Nacional, hombre fuerte del chavismo y candidato a reelección diputadil, pidió la expulsión de los “payasos expresidentes” por “hacer el juego” a la oposición. Más chispas, pero faltaba la llamarada principal. Eran casi las 5 y faltaba una hora para cerrar las urnas, permitiendo ingresar a los que estuvieran en la fila. A las seis caían el telón, o al menos eso dice la ley.

Aparece de nuevo un anuncio en los medios públicos: El CNE avisa que las urnas ya no se cierran a las 6 p.m., sino a las 7 p.m. o hasta que se acabaran la filas. Era un anuncio bomba televisado acompañado del llamado a la gente para salir a votar, a sumarse a las filas. En el centro de Caracas no se veían demasiadas en un recorrido por el casco capitalino, algún barrio popular y la zona rica. Ya empezaba a oscurecer.

(De repente en la televisión hacen un pase desde el estudio de nuevo al CNE. Iba a hablar de uno de los cinco miembros. Se llama Luis Emilio Rondón y dice que la extensión del horario electoral es ilegal. Sí ilegal. De repente la señal de la televisión vuelve a estudio).

Pasaron las 7 p.m. y las urnas seguían abiertas. Eran las 8 y algunas también. Las 8:30 y también. La cúpula opositora pedía a su estructura acudir a los centros de votación y exigir el cierre de los centros de votación. Conatos de violencia y aparición de grupos de motorizados supuestamente armados, pero nada más, según lo que circulaba en redes sociales.

A las 9 de la noche ya todo estaba cerrado. Eran momentos de conteo y tensión. Era hora de saber si el chavismo continuaba con su poder formal absoluto o si los opositores les arrebataban el poder legislativo 17 años después. Y todo en democracia.

El casco capitalino era territorio de fantasmas. Luis Díaz, el único taxista que accedió a dar el servicio después de cuatro que rechazaron hacerlo (“esa zona no, está complicado”), contó que nunca había visto así el centro. La avenida Urdaneta, la plaza Bolívar, el bulevar adyacente y las aceras eran zonas vacías y oscuras, salvo por la presencia de fuerzas de seguridad con sus luces rojas o azules.

Nada muy distinto eran los barrios. Las autoridades habían prohibido reuniones masivas, la cúpula chavista se abstenía de llamado alguno y los simpatizantes opositores tenían miedo de rondar por ahí.

Las redes sociales crepitaban con datos y rumores, memes y fotos. Entre ellas, la imagen de dirigentes del PSUV desmontando la tarima en plaza Bolívar.

“Si ellos estuvieran ganando, ya estarían en las calles celebrando. Eso es una buena señal”, decía Miyalis, una de las 15 simpatizantes opositoras que aguardaban fuera del hotel donde estaba acuartelado la cúpula de la MUD, en Chacao. Este es el municipio donde fue alcalde hasta el 2008 Leopoldo López, el preso político más conocido después de haber sido condenado este año por instigar al desorden.

Pasaban las horas y nada de noticias. Son las 11 p.m. y solo había señales de sonrisas entre la gente que entraba y salía del hotel entre policías, vigilantes privados y decenas de periodistas locales, de España, Argentina, Estados Unidos, Francia… Circuló un video de Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López, en el que dice “ganamos y ganamos bien” con base en datos propios, pero dudaba del CNE, de Lucena y de Nicolás Maduro.

Después circuló datos favorables Henrique Capriles, el excandidato y representante de un ala menos radical en la oposición. Un carro pasó pitando en plan de celebrar y después se escuchó una bombeta de pólvora. Dentro celebraban, pero nada oficial aún. Era casi medianoche

(El lunes varios diarios internacionales reportaron, con base en fuentes anónimas, que Maduro y Cabello pensaron en desconocer el resultado y llamar a sus seguidores a las calles pero toparon con la resistencia del ministro de Defensa y jefe de las Fuerzas Armadas, Vladimir Padrino López, que ya antes había salido en televisión diciendo “el país está en paz”).

El chavismo, en especial su cúpula, se jugaba demasiado y cada minuto aumentaba la tensión en Venezuela. Estaba acabando el domingo y todavía nadie daba parte oficial sobre los resultados que parecían tener todos.

Había una tarima armada junto al hotel Altamira Village. La oposición se había impuesto en el poder legislativo 17 años después del ascenso al poder de Hugo Chávez. ¿Por cuántos votos? ¿Mayoría simple o calificada? Los detalles faltaban y ya eran los primeros minutos del lunes. Acababa el domingo, pero no el domingo electoral.

Hasta que apareció Tibisay Lucena. Silencio absoluto. Viene el resultado oficial y la confirmación: el corte preliminar indicaba 46 escaños para el PSUV y 99 para la MUD.

La noticia corre por el mundo. Los venezolanos emigrantes aguardaban sin duda. En América los medios esperaban desvelados. En Europa y Asia, la noticia llegaba avanzado el lunes: el chavismo perdió en Venezuela.

Casi de inmediato salió Nicolás Maduro a aceptar la derrota. La atribuyó a la “guerra económica” que han aplicado sobre Venezuela y admitió que este 6D fue “una bofetada para despertar”, que la revolución bolivariana continúa contra el capitalismo salvaje, que los opositores orquestan una contrarrevolución, que esto fue circunstancial y que “hasta la victoria siempre”, las palabras del Ché Guevara.

Eso, sin embargo, ya no lo escuchaban en las afueras del Altamira Village. Aquí ya saltaban y cataban, lloraban algunos y cantaban el himno ‘Gloria al Bravo Pueblo’. Dos jóvenes descorcharon champán mientras empezaban a llegar más seguidores y salían del hotel algunos de los diputados electos. Era casi la 1 de la madrugada.

La fiesta no fue demasiada. Un fotógrafo de una agencia internacional se quejó de que había pocas escenas dignas de la noticia que escribían los corresponsales. La congregación llegó a unos cientos, quizás no más de 500. “Diosdado, p’afuera, no tiene Asamblea”, “y ya cayó, y ya cayó, este gobierno ya cayó”, eran algunas de las frases que cantaba un grupo de diez muchachos.

Eran las 2 de la madrugada talvez. Era el fin de la jornada electoral sin violencia ni rupturas. Vendría después saber si mayoría simple o calificada, si 113 diputados opositores o 102, si liberarán políticos presos, si mejorará la economía o la inseguridad, si el Gobierno asimilará el golpe electoral o si la oposición se logrará mantener unida y cómo interpretará esa palabra tan amplia: “cambio”.

Todo eso para después, que ya son las 3 de la madrugada y no es seguro andar en las calles ya.

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