¿Pensar desde nuestra tierra?

“Mi padre una vez me dijo: Hay algunos a los que les toca dar la sangre a otros les toca dar la fuerza, así

“Mi padre una vez me dijo:

Hay algunos a los que les toca dar la sangre

a otros les toca dar la fuerza,

así que mientras podamos nosotros demos la fuerza”

Rigoberta Menchú.

Es bien sabido que la conciencia y la realidad viajan de manera dispar. Cuando Leon Tostoi se abocó en su obra “Guerra y paz”, al no guardar suficiente distancia de los hechos que acontecieron alrededor y por Napoleón, reflexionó sobre esa realidad afectadamente apasionado. La herida de la crisis que provocó Napoleón aún estaba abierta y seguía atrayendo enormes cambios.

La distancia de los hechos provoca que se juzguen sus secuelas de manera distinta, aunque para algunos, como Hegel, ello trae aparejadas consecuencias negativas cuando, por ejemplo, con ocasión de la filosofía advertía: “El búho de Minerva sólo levanta su vuelo al romper el crepúsculo” queriendo insinuar que la filosofía llegaba siempre de manera tardía a la cita con la realidad. En América Latina se podría decir que esto no es la excepción, si se pasa revista por los acontecimientos que se vienen dando desde la época de la colonización. Un mestizo, indígena blanquecino, hurga la tierra que no es suya en busca de sus raíces. No advierte que su identidad se encuentra permeada con la mixtura de distintas tradiciones (europeas, indígenas, africanas, entre otras) y su conciencia sobre ese aspecto no acaba de llegar para conceptualizar su “nuestro tiempo”. Interiorizar la identidad para interpretarse merece que la conciencia sea una conciencia de calidad, una conciencia fiel, sin sesgos hegemónicos ni eurocentristas.

Son raros los casos donde confluye la conciencia y la realidad para que el pensador se apreste en una labor de acción. Ernesto Guevara, como lo indicaba Eduardo Galeano, fue de esas extrañas singularidades, pero podría decirse que a la par de éste se encuentran otros que vivieron en las alboradas de nuestra historia como pensadores que van desde Sarmiento, Alberdi, Echeverría, Ingenieros, Rodó, Lastarría, Bilbao, Mora, Montalvo y Andrés Bello hasta Bolívar, José Martí, Pancho Villa y Augusto César Sandino, como portadores y actores de ideas propias. (ZEA, Leopoldo, 2006: 12-14).

Interesa para el presente trabajo, rescatar la figura de Augusto César Sandino, aunque sea por un mero arrimo superficial a su biografía, dada su proximidad geográfica e intelectual con algunos pensadores de nuestro país que siguieron y se desencantaron de sus acciones, como fue el caso de Joaquín García Monge. Vale anotar que sin importar su tendencia reflexiva, pues al parecer transitó por varios caminos (reformismo aprista, demoliberalismo, socialismo, masonería, etc.), y sin que se pretenda entrar a realizar un análisis de su aparente dimisión última en contra de sus ideas, resulta forzoso recordar que desde 1927 hasta 1934, profesó un claro nacionalismo antiimperialista que defendió con la constitución de una guerrilla en Las Segovias.

“(…) Sandino se nutre de las distintas corrientes políticas, culturales y esotéricas para formular ideas y propuestas de resistencia no sólo nacional, sino indohispana. A partir de 1930 la proyección internacional del movimiento nicaragüense está fuertemente golpeada por la ruptura con los comunistas. Esto tendrá repercusiones en el terreno de la lucha y en la estrategia política de Sandino. Su caso ilustra cómo en América Latina se construyó un tipo de nacionalismo que tiene diferencias importantes respecto a los casos europeos. El latinoamericanismo se agrega al referente local, es el más característico de este tipo de nacionalismo. Su idea de nación deriva de lo anteriormente expuesto: cohesionada en torno a valores de independencia-principalmente frente al imperialismo norteamericano-, de fraternidad con el resto de países y pueblos latinoamericanos- con los cuales debían establecerse lazos cooperativos-, fundada sobre la valoración de los propio- nicaragüense, en este caso-, e inclusiva- derivada de una amplia alianza de clases-.” (Cuevas Molina: 2008: 105-106).

Pero se insiste que un caso como el expuesto, es una rareza histórica eclipsada. La conciencia latinoamericana sigue viajando detrás de la realidad, incluso en momentos como el presente donde la identidad, que ni por asomo se ha aprehendido, se ve sacudida, además, por otra que deviene del proceso expansivo capitalista, la globalización de la pobreza y la glocalización de las ganancias. Nuestra identidad ahora se diluye en una supuesta identidad universal o totalizante (la identidad occidental); esa que se avecina pareja con la modernidad. Esto nos lleva a afirmar que el pensamiento latinoamericano merece de parte nuestra una mirada propia, no ajena y lejana como la europea o la que deviene de un criterio hegemónico. Merece la mirada de un mestizo autorreconocido, lo que significa, consciente de sus pluritradiciones, y por tanto de sus variadas raíces. Merece una mirada que reconstruya los logos comunes y las múltiples contradicciones. Ya no se trata de ser objeto de otras miradas. Se trata de ser un sujeto capaz de reconocer y reconocerse como alteridad.

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