«Señora de Tentación
de frívolo mirar
de boca deliciosa
ansiosa de besar
mujer hecha miel
y rosas de botón
mujer encantadora
Señora Tentación…
Agustín Lara
Los tangos, las milongas, los boleros, las rumbas, los pasillos, las congas y las rancheras fueron catalogados como música de perversión y un peligro para la juventud, por un grupo de moralistas, autoridades e intelectuales costarricenses en la primera mitad del siglo XX, pues la asociaban con salones de baile, hosterías y burdeles y con escenas libidinosas y libertinas.
Tanto en Costa Rica como en otros países, las mujeres que se atrevían a bailar tango eran consideradas como disolutas
A este tipo de música se unió la radio, el cine, el fonógrafo y los cancioneros, también vistos como propagadores de la ruina moral.
Así lo estableció el profesor de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica, Dr. Juan José Marín Hernández, en su estudio «Melodías de perversión y subversión: una aproximación a la música popular en Costa Rica 1932-1949», publicado por el Programa de Rescate y Revitalización del Patrimonio Cultural de la Vicerrectoría de Acción Social.
Su objetivo fue analizar la sociabilidad generada por los cancioneros de música popular urbana, la cual se entremezcló con la denominada cultura de masas y generó nuevas expresiones de la cultura popular.
Para ello examinó 1.676 canciones, situadas en los años del 32 al 49, y que en su momento fueron un éxito, lo que les ganó su publicación en los cancioneros.
Entre los temas tratados en dichas canciones figuraron algunos considerados tabúes en esa época, como el amor, las mujeres, los sentimientos, la diversión, la maldad, la familia y la patria.
En este sentido, el Dr. Marín señaló que la música más escuchada en Costa Rica en esos años fue el tango. Tanto en nuestro país como en otros lugares, las mujeres que se atrevían a bailarlo eran consideradas como disolutas, y se les daban denominaciones asociadas a él o algunas de sus variantes, como en San José donde fue común que a las rameras se les llamara milongas.
El segundo tipo de melodía más escuchado y popular fue el bolero que, al igual que el tango, por mucho tiempo fue visto como música de cabaret y prostíbulos, por sus letras atrevidas y desfachadas, y su erotismo y concupiscencia en el danzar.
Otra música que se asociaba a la permisibilidad social fue la de origen afrocaribeño, como la afrocubana, la criolla, el calipso, la colombiana y la rítmica, así como la zamba, la rumba y el bambuco, rechazadas como propias de los grupos negros. No obstante, sus «versiones blancas» como el «fox trot», eran interpretadas en los salones de la élite josefina y provincial para actividades muy variadas.
También existían otras melodías más toleradas, como el vals y el «blues», bailados tanto en las fiestas de la élite como en los salones y taquillas de las barriadas de San José.
En cuanto a la música mejicana fue representada por las rancheras, los corrillos, las yucatecas, las guarachas, las zacatecas y las típicas, muy aceptadas en el gusto popular, lo mismo que el cine azteca y sus artistas, los cuales, en algunas oportunidades, fueron censurados por organizaciones religiosas como Acción Católica.
Las letras de esas melodías tenían diferentes significados. En algunos sectores de la sociedad causaban desasosiego, pues podían perder a los jóvenes en el vicio y la perdición; en otros, afinidad con su vida cotidiana, lo que les producía mayor insatisfacción por sus condiciones de vida, y en algunos más, resignación social.
MEDIOS DE DIFUSIÓN
Según dijo el Dr. Marín, dicha música se difundía por medio de la vitrola, los discos, el cine, la radio y los cancioneros.
La vitrola fue un medio de diversión donde no había luz eléctrica; los discos más esperados eran los de las empresas Víctor, Columbia, Polydor, Odeón y Brunswick. Por medio de ellos fue que se escuchó por primera vez a Carlos Gardel y a Agustín Lara.
Con respecto al cine, el primero que se vio fue el mudo, luego el sonoro que comenzó a traer la voz y la figura de los cantantes de la época, por lo cual también fue visto como peligroso.
Asimismo, la radio popularizó tanto a los locutores como a los intérpretes, por medio de emisoras como La Víctor, Estación X, La Voz de la Democracia, Atenea y Nueva Alma Tica.
Los cancioneros jugaron un papel muy importante en la difusión de la música, pues facilitaron la permanencia escrita de lo que se escuchaba en el cine y la radio, y formó parte de la cultura masiva que aprovechó y difundió los mensajes comerciales de la época.
El investigador comentó que dichos cancioneros no solo se asociaron con las más destacadas empresas impresoras de San José, sino también con los mejores editores de esos años.
Estos impresos tenían un tiraje que oscilaba entre los 2.000 y los 5.000 ejemplares, y su precio era asequible a los sectores populares y medios. No obstante su aceptación comercial y popular, contaron con el recelo de los moralistas y ciudadanos preocupados por la perdición de la juventud.
De modo que la radio, la música, las películas y ciertas revistas, junto con su editores y escritores, tuvieron la doble designación de célebres y perversos, de acuerdo con quienes les miraban.
VALORES CONTRADICTORIOS
De acuerdo con el Dr. Marín, estos cancioneros también reflejaron una ambivalencia de valores, ya que mientras que una parte de la clase dominante pretendió difundir su estilo de vida social y sus valores, otra parte de ella se interesó por lucrar con la comercialización de esas melodías supuestamente pecaminosas.
El historiador comentó que tanto los avisos publicitarios como la presentación de los negocios y productos en dichos cancioneros, mostraron el deseo de transmitir, exaltar, reflejar e influir en las nociones populares del estilo.
La mayoría de esos avisos enfatizaban lo barato de sus productos, las promociones al alcance de cualquier bolsillo, y la posibilidad de adquirir cualquier producto en cómodos abonos.
Los productos anunciados formaban parte del acontecer diario, tales como ropa, misceláneos y medicinas populares, y solo un porcentaje menor se consideraban productos lujosos o alejados de las necesidades básicas de los sectores populares.
Los negocios se localizaban en el espacio de los sectores populares, como almacenes, tiendas, talleres y cigarreras. Otro grupo se relacionaba con la sociabilidad, como los expendios de licores, los hoteles y las ventas de música, y algunos más con las profesiones liberales y el ofrecimiento de servicios.
En este sentido, el Dr. Marín apuntó que los comerciantes, empresarios y profesionales eran muy conscientes de los mensajes que emanaban de las letras y la música de los tangos, boleros, blues y rancheras, por lo cual no tuvieron ningún reparo en asociar sus productos con dichas piezas.
Pero, a pesar de que la voz más importante en los cancioneros fue la del empresario deseoso de comercializar sus productos, los sectores populares interpretaron los códigos presentes en las letras musicales de acuerdo con su realidad social, la cual se vivía, expresaba y sentía de forma muy diferente a la desarrollada por la clase dominante, concluyó el investigador.