Ternura y moral comunista

Anécdota inolvidable a la memoria de mi camarada, José Merino del Río. En Pérez Zeledón compartimos la última fiesta. Veníamos de una gira por Buenos

Anécdota inolvidable a la memoria de mi camarada, José Merino del Río.

 

En Pérez Zeledón compartimos la última fiesta. Veníamos de una gira por Buenos Aires de Puntarenas en compañía de  Edgar Morales “Pata”. Al cierre de la visita con los aborígenes y demás habitantes de la zona, decidimos visitar algún centro de diversión para bajar tensiones y celebrar el éxito de la campaña contra el TLC por esas tierras.

Fue la última vez que estuve con ese Merino bohemio. Estaba feliz compartiendo con la gente, derrochando alegría con sus pláticas entre la juventud, en busca de algún amigo a quién poder abrazar para traspasarle aquella ternura que le caracterizó.

Acordamos no hablar de política, para evitar conflictos. Yo conocía la zona desde los años 70. Allí, el camarada Guillermo Keith me enseñó los rincones de ese pueblo, que para entonces se decía era un puerto sin mar, de ahí la determinación. Fue en este pueblo donde, gracias al camarada Keith, comencé la militancia comunista, y fue también gracias a Keith, que conocí a Merino.

El Térraba y sus afluentes se encargaron de llevar hasta los más recónditos lugares de la Zona Sur, el discurso vibrante del diputado que visitaba la región convenciendo a los lugareños del daño que nos causaría la aprobación del nefasto “Tratado”. Atravesamos el Gran Térraba en una frágil canoa y nos reunimos con los aborígenes de San Antonio y Salitre.

Salimos a la Panamericana y nos internamos por caminos de tierra, hasta las comunidades de Curré, Ujarrás y Boruca; en esta última, el diputado charló con el pueblo a través de la radio local por espacio de tres horas. El resultado de la gira se conoció después del 7 de octubre. En Buenos Aires y las “Reservas Indígenas” ganó el NO. Indudablemente, los planteamientos del diputado Merino, sumados al esfuerzo de muchos camaradas de la zona y otros activistas anónimos, hicieron posible el triunfo de esa lucha heroica en esa región.

En 1973 conocí a Merino. Joven con pensamiento de adulto, a quien escuchaba en el local del partido o en algún centro de formación comunista, analizando temas de marxismo o del quehacer cotidiano con gran soltura y contundencia. A finales de la década de los 70  y comienzo de los 80, tuve el honor de compartir con él en actividades revolucionarias callejeras. Su verbo me hizo estremecer, hasta sacarme las lágrimas, y su personalidad quererle; como al maestro que nos orienta con autoridad y cariño.

Merino tenía la virtud de ser claro, pertinaz, cauto y comedido en el discurso; pero mordaz cuando tenía que descubrir la mala intención y dar jaque al contrincante en el Parlamento. Destruía las tesis del adversario sin tocarle su ropaje ni desvestirle ante el auditorio, eso le ganó el respeto de Tirios y Troyanos. Admiré las virtudes del camarada Merino y me sirvieron para madurar mi propio pensamiento. Pero la virtud que más le admiro y que Merino expuso abiertamente, fue su ternura; la ternura para con sus camaradas y para cualquier persona que tratase como su semejante. Siempre prefirió el abrazo caluroso como saludo, antes que dar la mano fría para despedirse o dar la bienvenida.

La noche de bohemia en Pérez Zeledón terminó en la madrugada. Merino no pudo cumplir su promesa de no hablar de política. Entre el bullicio, su acento español inconfundible sobresalía, por más que bajara la voz, el “cante jondo” le delataba. Entonces, comprendí que era el momento de poner orden: ¡camaradas vámonos ya! El pacto para asistir al jolgorio implicaba el traspaso del mando al de mayor edad, yo los superaba tamaño poco y me tocaba mandar en ese episodio de algarabía. Merino me abrazó y me dijo: – “cuando usted diga camarada”, me miró con ojos de súplica, como diciendo, una hora más, compañero, pero se aguantó… “Qué agradable es salir contigo, camarada”, me dijo, y me volvió a apretar con ternura, esa frase me llenó de orgullo y nuevamente sus palabras me aguaron lo ojos.

Al día siguiente, rumbo a San José, a la altura de Macho Gaff, en el Cerro de la Muerte, apareció un oficial de tránsito. – Su licencia por favor. ¿Por qué tanta prisa? Viene a más de 100, don Freddy; miró por la ventana de atrás y exclamó: ¡aaah! es Usted, diputado. -Sí soy yo; pero no se comprometa oficial, proceda como corresponde, contestó Merino. El oficial llamó a su compañero de trabajo y señalando hacia donde se encontraba Merino, le preguntó: -¿Usted le haría un parte a un diputado? – A este no,  ¿pero a su chofer? ¡Qué tal si nos deja sin el único defensor de los trabajadores que tenemos en  la Asamblea…! Y me devolvieron la licencia.

Ya en casa del Diputado, cuando nos despedimos le dije: “Si alguna vez necesita un chofer, solo llámeme”. Aún espero tu llamada, camarada.

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