Ruido, estrés, agresión, depresión…

El ciclo continúa con el componente psicosocial que se ha agravado especialmente en nuestros días, la agresión, que lleva a comportamientos indeseables en el

Otro ciclo pernicioso que nos está matando. El ruido incontrolado desencadena  una serie de procesos nocivos que al actuar en forma constante generan severos daños corporales y sociales. El oído humano, sin darnos cuenta, se va adaptando al ruido perdiendo progresivamente su capacidad; pero el mal no se detiene ahí. El ruido da inicio a un ciclo que continúa con el estrés que puede ser fatal. La liberación de sustancias y hormonas en el cerebro y en el resto del organismo causada por el estrés conduce a alteraciones como ansiedad, frustración, cansancio crónico, apatía, dificultad de aprendizaje, insomnio, pérdida de memoria, episodios de ira y cambios de carácter inmotivados, dificultad en la toma de decisiones y razonamiento, inmunodeficiencias, trombosis, diabetes, enfermedades nerviosas, cardiovasculares y digestivas, trastornos  del  embarazo y otras afecciones corporales.

El ciclo continúa con el componente psicosocial que se ha agravado especialmente en nuestros días, la agresión, que lleva a comportamientos indeseables en el seno familiar o en el trabajo, dificultad de socialización y comprensión de los actos de los demás, hasta inexplicables acciones como dispararle a otro por un lugar en un parqueo. Si se logra superar o controlar el impulso de agresión sin incidentes, y dependiendo del individuo, puede venir entonces una etapa de depresión que también podría tener consecuencias fatales.

Si bien el ruido no es el único factor desencadenante de ese ciclo, es determinante que contribuye en gran medida en su formación.

Podemos decir, en términos amplios, que hay ruidos relativamente inevitables o incontrolables y ruidos evitables o controlables: Los escolares en el patio de juegos, los gritos eufóricos en un partido de fútbol, los que genera la actividad industrial, construcciones, ambulancias, retumbos de la rayería, cataratas, hasta ruidos agradables como el  agua al deslizarse por los tejados en una noche de lluvia; y en general los ruidos de la naturaleza pertenecen a los primeros.

Los segundos son los más nocivos y aunque está en nuestras manos su control, eliminación, o por lo menos su atenuación, son los ruidos más indeseables y por cierto los más desagradables, a los que el oído humano raramente se acostumbra, o si lo hace, sus consecuencias siempre son graves para el aparato auditivo. Entre estos, el descomunal ruido automotor urbano, podría ser de los más controlables: Motos y autos a escape libre, camiones con freno de motor usado en forma abusiva y graduado al máximo ruido posible, son estruendos con los que no sabemos a quién quieren impresionar sus conductores, que se sienten solos y dueños mundo, sin ninguna consideración por los demás. También enormes parlantes propagandísticos colocados en las aceras de establecimientos; golpes innecesarios de bocinas, autos anunciantes con altavoces al máximo volumen. Son controlables porque las motos, autos y camiones deben tener silenciadores calibrados para que no maltraten el oído; la propaganda al aire libre y a gritos debe censurarse; las aceras son para caminar y no para colocar parlantes retumbando.

Muchos dueños de vehículos colocan sus silenciadores solamente para pasar Riteve y el resto del año los eliminan y nadie los controla. Para el freno de motor de los camiones ni siquiera existe regulación y es un ruido aterrador. Quizá la consecuencia menos grave es que nuestras juventudes y niños ya padecen en forma muy general sordera crónica irreversible por exposición constante al ruido callejero, que se continúa en sus casas con televisores y equipos a todo volumen. Los educadores tienen que hacer un esfuerzo enorme para ser escuchados, y no pocos accidentes ocurren en las calles por este motivo.

La Organización Mundial de la Salud categoriza la contaminación acústica como la tercera en importancia después de la del aire y del agua. El oído humano percibe sonidos en forma confortable hasta niveles máximos de 40 a 50 decibeles; pero el ruido constante que causan los automotores sin ningún control en nuestras calles alcanza los 150 o más decibeles.

En otros países, donde el Estado aún funciona, éste se responsabiliza a través de ministerios de transportes, de salud, o parecidos, para que se cumplan regulaciones en estos temas.

El panorama que ofrece

Nuestra salud ambiental,

Del pueblo y del gobierno

Urge un cambio radical,

Para evitar el infierno

De un deterioro total.

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