¿Contra la indiferencia habrá alguna pócima?

Hace algunos días tuve la oportunidad de leer un par de artículos de opinión que se publicaron en este semanario, uno que aludía a

Hace algunos días tuve la oportunidad de leer un par de artículos de opinión que se publicaron en este semanario, uno que aludía a la indiferencia y otro que se titulaba ¡Caja o muerte! Por alguna razón ambos fueron referencia para cavilar. Les explico por qué.

Una entrañable amiga tuvo hace varios días un accidente de tránsito. Un automóvil invadió su carril y tuvo un choque frontal. Sin perjuicio de otros daños, podría decir que como principal resultado físico tuvo… sus dos piernas rotas. Una de ellas con la tibia y el peroné destrozado y en la otra su tobillo lesionado.

Desde la madrugada estuvo en el hospital y al final de la noche fue sometida a un procedimiento quirúrgico para implantarle un tutor satelital y enyesar su otra pierna. Para las once se despertó con una sonrisa desganada. Por supuesto, de toda la gente que esperó encontrar allí no me figuró a mí. La acompañé al salón, sentí desvanecer de la impresión al ver su estado; una paciente me ofreció papel, me retiré al baño, regresé, disimulé (según yo) y la dejé dormir. Me fui al puesto de enfermería para hacer un par de consultas. Me recibió una enfermera refunfuñando para finalmente asomar su bondad y otorgarme un permiso para el día siguiente. Salí para encontrarme con un par de desvelados esperando noticias.  Hice un resumen tranquilizador y todos, con los párpados caídos, nos fuimos a casa.

Al día siguiente llamadas telefónicas iban y venían. Ofrecimientos, disculpas, agravios contra el otro conductor en señal de solidaridad. En fin, una red de apoyo se constituyó en menos de dos días y por eso me pregunto entonces ¿En qué momento es cuando empezamos a hacernos indiferentes?

Sé que no podemos prestar atención a todo. Bien dicen que si nosotros posamos nuestra atención en una cosa descuidamos otra, pero pese a esa limitación es claro que otros pueden hacer lo propio en lo que nosotros no podemos. Cuánto nos cuesta ponernos de acuerdo. No somos indiferentes, nos hacemos así en esa carrera hacia la eficiencia, hacia la productividad. Y si lo ven, esas cosas mencionadas son solo medios. ¿Y nosotros que somos lo que en definitiva importa? ¿Los seres humanos? ¿La Caja/medio no es acaso para darle atención a mi amiga? ¿El sistema es indiferente? No, somos nosotros, la organización que constituimos la que se hace indiferente ante las necesidades de nuestros semejantes.

¿Por qué no aceptamos nuestra cuota de responsabilidad por la indiferencia? Nuestro seguro social, por ejemplo, merece de parte de todos extremos cuidados. De los médicos la consideración que tuvo el doctor Oscar Montero al publicar su artículo, de los administrativos esa deferencia de llegar a las seis de la mañana a “Intentar cambiar el mundo”, de los pacientes que le ofrecen a un visitante papel al ver brotar su impresión por un ser querido afectado.

Se los digo, me estremeció la red de apoyo que se constituyó apenas tomando en cuenta un suceso aislado. ¿Qué no podríamos hacer pensando en grande? Para estas alturas regreso a mi libro de cuentos y me planteo la pregunta con la seriedad de un niño ¿Contra la indiferencia habrá alguna pócima?

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