Los medios… de la dominación

 

 

Auxiliados por el peligroso concubinato entre prensa y capital,  los negociadores del TLC con EE.UU. lograron lo que ni siquiera los programas de ajuste estructural de los expresidentes Arias, Calderón y Figueres, y mucho menos la fallida concertación de Rodríguez hicieron: instaurar en el país los dogmas del Consenso de Washington. Porque eso es, en el fondo, la política de los tratados de libre comercio: la forma más refinada de la dominación imperial. Como dice Noam Chomsky, “el hecho de que la voz del pueblo se escuche en las sociedades democráticas se considera un problema que se ha de superar haciendo que la voz pública enuncie las palabras correctas. El concepto general consiste en que los dirigentes nos controlan, no en que nosotros los controlamos a ellos”. Esta lógica de la dominación que denuncia el intelectual estadounidense gravita en el discurso extorsivo del embajador comercial de los EE.UU, Robert Zoellick, y que deviene casi en un calco del dictum bushiano: “o están con nosotros, o están con el enemigo”, que quebró las rodillas de la ONU. Y está presente, también, en la prédica maniquea del Presidente Pacheco -contagiado ya de los peores atributos de Mr. Bush- cuando dijo: “Que el Diablo no impida que se firme el TLC”, refiriéndose peyorativamente no solo a las organizaciones sociales que adversan el tratado, sino a cualquier otro tipo de disidencia. He aquí el principio de la tiranía.Como tiranía hubo y hay, por citar un ejemplo, en el “consenso” que inventaron algunos medios de comunicación sobre cómo, cuándo y para quién debían “abrirse” las empresas públicas (el ICE y el INS). ¿Por qué aceptamos, impávidos, el desmantelamiento de la institucionalidad del Estado, imperfecto en lo que pueda señalarse, pero determinante para que esos que negociaron en nombre del país y los miembros de las camarillas del poder económico, gozaran de oportunidades de movilidad social? Una escandalosa sumisión ciudadana nos impidió actuar a tiempo para corregir el rumbo de las negociaciones del TLC. Ahora, Costa Rica se verá impelida, a causa  de nuestras necesidades económicas, y el poderío y la voraz rapacidad de los intereses comerciales, financieros y geopolíticos de los Estados Unidos, a redefinir su modelo de Estado. Como los troyanos, abrimos ingenuamente las puertas de la ciudad  a la ofrenda falseada. Y son no pocos quienes ya lo celebran. En este escenario, donde el itinerario de la historia es  el de la libertad del dinero, aún a costa de la esclavitud de las personas, la imposición del lenguaje de los tecnócratas como discurso “oficial”  pretende justificar la autoridad de un grupo sobre otro, y este es uno de los mecanismos de dominación a que nos enfrentamos con el TLC. El control ejercido por los medios de comunicación actualmente, se traduce en la aceptación casi unánime de los dogmas de fe de la globalización: «los inherentes beneficios de la liberalización, «la ineficacia del Estado”, el rebautizo de los excluidos del sistema económico, a quienes se les llama «trabajadores del sector informal», la cosificación del ser humano bajo el concepto de «capital humano», o el espectáculo de ver cómo los ladrones organizan la «lucha contra la pobreza», mientras toda intervención militar se presenta como «acción humanitaria». ¿Puede existir la democracia bajo esas condiciones? Quizá solo una democracia corporativa.  ¿Es legítimo hablar de un interés común que, en realidad, lo definen unos cuántos políticos-empresarios? No, pero a diario nos hacen ver lo contrario en los numerosos  cuentos que se utilizan para infiltrar el mensaje oficial a través de los mecanismos de reproducción del consenso social, y que no incitan a la autonomía del pensamiento y la capacidad crítica.

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