¿De cuánto conocimiento científico o popular es todavía necesario apropiarse para que nuestras acciones guarden sensatez en el uso y gestión del recurso natural más abundante del Planeta? Es obvio que habitamos un territorio aún privilegiado de la naturaleza, donde hasta en el lenguaje común, son frecuentes las alusiones al vital elemento y quizás simbólicamente conductas inapropiadas.
Por ejemplo con aquel refrán sobre “agua que no has de beber, déjala correr”.
Sin embargo, como seguirá cantando por siempre Mercedes Sosa los versos de Julio Numhauser que dicen: “cambia todo en este mundo”, lo superficial, lo profundo, el modo de pensar y hasta el clima con los años; al igual que se dijo en otro momento, ya no es adecuado en la Costa Rica actual, pedir un vaso de agua en cualquier lugar.
O en aquellas comunidades donde les han arrebatado las fuentes de agua o envenenado los acueductos, bajo cualquier circunstancia será difícil repetir ese refrán, en tanto son acciones perversas frente a las que sus luchas, contextualizan mejor con el título de esta nota. Pero más allá de refranes, debemos reconocimiento especial a las mujeres y hombres comprometidos con esas luchas al precio inclusive de la libertad o su propia vida; por lo que a la vez, al menos hoy es justo rendir tributo a los caídos y a los que se mantienen en pie como don Carlos Arguedas Mora.
Que Costa Rica se moderniza y ha vuelto a caminar, dicen quienes aluden a las políticas públicas con que promueven cambios a favor de los intereses privados que representan.
Pues no se observa eficiencia del Estado a favor de su pueblo en algo tan básico como el abastecimiento de agua potable y ahora también el saneamiento que promueve la ONU.
La eficiencia y eficacia, sí se dan para unas cuantas empresas embotelladoras que amasan fortunas con este Patrimonio Nacional y probablemente por los siglos de los siglos, ya que en nuestra geografía (640.000 km2) de mar, montañas, valles y subsuelo, más su atmósfera; el agua es casi infinita, y buena parte todavía limpia.
Pero como plantea la Carta de la Tierra, bajo escalofriantes riesgos, a consecuencia mayor de la privatización vía concesiones.
Conviene reiterar que somos una población pequeña asentada en un territorio lleno de riquezas naturales como el agua, pero que junto a otros Estados, competimos en pobreza y desigualdad, pues mientras el Estado reduce su función social, el empresariado extranjero y local con pocas excepciones, avanza en la apropiación de los recursos con fines especulativos.
Se debe conocer que en las instituciones encargadas, con mínimas restricciones día a día se tramita la concesión de pozos, nacientes, y parte de caudales de ríos y quebradas. Y como si fuera poco, licencias para minería en cauces de dominio público, marinas, embalses, embotelladoras, camaroneras, explotaciones pesqueras, regadíos y balnearios turísticos, riego de monocultivos, piscinas privadas y ahora también, emplazamiento de equipos militares, etc. etc.
Pero, junto a lo anterior cuya lista es infinita, un contribuyente por acción u omisión es el desperdicio a todo nivel, maligna conducta de la que sobran ejemplos. Valga la reseña de dos casos en la ciudad capital, observados con especial atención gracias al caminar por sus calles interactuando con otros caminantes. Se trata de dos hidrantes en los que tal desperdicio se exhibe, así como la irresponsabilidad institucional.
Uno se localiza en la acera de una entidad bancaria en la avenida segunda; de su ”boca” sale una lenta pero constante gotita que a pesar de su debilidad, abastece a un negocio estacionado a la par y quien como en el desierto, no deja correr nada. El otro, por el contrario, derrama un persistente chorrillo que nadie recoge, pero tampoco nadie repara (hasta el final de este escrito), a pesar de estar “a cielo abierto” cerca de una iglesia y frente a dos instituciones públicas. Quiero decir, frente al Museo Histórico Calderón Guardia y la Agencia del BCR en Barrio Escalante, a 100m de la Iglesia Santa Teresita.
Esto, también es parte de la ciudad capital que muchos caminamos y queremos sea más humana, más verde, más austera y con más saneamiento. Donde sea cotidiano no sólo degustar el mejor café de nuestros agricultores, sino también, el agua de los manantiales y sin especulación en tanto derecho humano.
Es decir donde sea posible caminar y estacionarse a compartir placenteramente “una reverencia por la vida y las fuentes de nuestro ser”.