Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe. I Cor. XV, 16-17.
La elección de J. Ratzinger, brazo derecho, ideólogo del anterior pontificado y Prefecto de la antes Inquisición para suceder a K. Wojtyla, es una muestra clara de la voluntad de continuismo que reina en el Vaticano.
El problema es saber si esa elección responde al «signo de los tiempos». El currículum del nuevo Papa y su programa de gobierno la víspera del cónclave (la entronización no aportó gran cosa), parecen dejar poco margen para la esperanza. Su defensa del fundamentalismo católico es el correlato lógico de su rechazo del relativismo cultural. Este último es un fenómeno predominantemente europeo que, por cierto, no ejerce ninguna dictadura.
Al contrario, es el rechazo a toda dictadura a la que, naturalmente, tiende cualquier ideología, particularmente religiosa, cuando se cree poseedora de la Verdad. El relativismo es la conditio sine qua non de la auténtica tolerancia, objetivo supremo de la convivencia humana. A nivel interno el Papa alemán se niega a la apertura en temas como la situación de la mujer en la Iglesia, el celibato opcional, la teología latinoamericana de opción por los pobres que son la mayoría de los católicos, etc. Ante este panorama, sin el fenómeno mediático de Juan Pablo II, con un pontificado previsiblemente de transición, el futuro inmediato de la Iglesia aparece alejado del necesario aggiornamento ante los desafíos más urgentes: pérdida de la fe en Europa, pérdida de seguidores en América latina por el avance del fundamentalismo neoprotestante, etc.
Paradójicamente, la evolución del catolicismo ha generado elementos que posibilitan un diálogo interreligioso serio en la medida que se reconoce la relatividad del mensaje propio. Tomemos el núcleo dogmático del cristianismo para ilustrar lo dicho. Ya la Iglesia ha admitido, en parte al menos, el carácter mítico de los relatos del nacimiento de Jesús y la naturaleza kerigmática del Evangelio. Asimismo un medio oficial como el Eco Católico ha dicho (11/04/04, p.4) acerca del «centro de la fe cristiana»: «No hay ninguna prueba histórica que avale la resurrección de Jesús». O sea, que la resurrección no es un dato histórico sino un «dato de fe». Mas como es sabido, la fe no confiere consistencia óntica a sus referentes, por lo que la declaración del Eco equivale a reconocer que no hubo resurrección. El que lee, entienda (Mt., 24, 15). ¿Cabe, a pesar del Dominus Iesu, relativismo mayor en una religión? Con semejante relativización de la Weltanschauung cristiana se han sentado las bases para un diálogo intercultural fecundo que conduzca a la tolerancia y a la paz con otras religiones e, incluso, con la increencia. En cualquier caso es cuestión de tiempo, de audacia de aquellos a quienes corresponde y de cerrar la brecha entre lo que los teólogos saben y lo que el «rebaño» cree.