En el escenario mundial actual solo existe una política económica hegemónica, el neoliberalismo. Con base en ella solo hay un horizonte inmediato, la reducción del Estado a un estrecho papel sin tema social.
Esto acerca al neoliberalismo actual al liberalismo lockiano del siglo XXVII. Para Locke, el Estado solo tenía la función de velar por el cumplimiento de la ley. Esto ignoraba,intencionalmente, lo que los utopistas habían señalado, un siglo antes, como el complejo deber moral del estado de reivindicar la dignidad humana, bajo la forma de seguridad social, jornada laboral justa, y educación pública. Desde los primeros años del capitalismo la reivindicación de la dignidad humana en la sociedad clasista se configuró en un proyecto político. Con base en él, el capitalismo debió aceptar reformas sociales; pero, con su abandono hoy, como deber del estado, se nos regresa al horizonte político del siglo 17 en la Inglaterra de la revolución gloriosa. La ausencia del tema social es una de las mayores debilidades conceptuales del neoliberalismo.
El discurso político de Locke aparece a mi vista como el antecedente conceptual del discurso político neoliberal actual. Tanto así, que creo que ha de considerarse el tema lockiano del derecho a la revolución como el fundamento del criterio de participación popular que utilizan los neoliberales para legitimar los procesos de transformación social. Para Locke, el pueblo debe intervenir en la transformación política de la sociedad. Ello debe darse sin que el pueblo se salga del marco constitucional que da origen a la sociedad, el contrato social. Así, la revolución se da conservando la organización política fundamental de la sociedad. Esto hereda un perfil extraño al discurso neoliberal, se trata de una derecha política que pretende mantener el régimen clasista en lo social; pero, que a la vez, exige cambios en la organización de lo social.
En este sentido, podemos entender las particularidades del criterio neoliberal de libertad como una actualización del criterio lockiano de libertad (sometimiento a la ley), que no se dirige al hombre, pues no lo reivindica como señor de su mundo, sino a la sociedad. Entonces…¿Qué tipo de libertad es? Sin el hombre solo puede ser una, la del capital. La riqueza se coloca por encima de la dignidad del hombre, invade la vida, desembocando, entonces, en un totalitarismo económico sobre la dignidad humana.
Sin libertad dignificadora, el criterio de participación popular solo logra suponer la configuración de un sujeto político particular, el elector neoliberal, tal como se intentó hacer en el pasado proceso electoral. Ciertamente, su fracaso nos lleva a un camino peligroso.
El capitalismo, al no tener frente a si un horizonte político alternativo, ha provocado cambios que socavan la estabilidad de los escenarios de poder existentes, con la pretensión de que ello no se le salga de las manos de los que dominan en la sociedad clasista. Esta actitud no es más que una terrible miopía política.
Ante el riesgo del fracaso neoliberal, la única alternativa del capitalismo, es recurrir a lo ideológico. Esto significa, hoy, traducir el discurso anti-terrorista de Bush, en un discurso nacional de intolerancia y exclusión. Lo geopolítica internacional se traduce, dentro de la política nacional, en un eje discursivo útil para deslegitimar y, reducir la oposición al silencio.
Progresivamente el capitalismo se consolida como un bloque económico-ideológico excluyente, degradante, y, sobre todo, políticamente retrogrado. ¿Dónde ha quedado el respeto a la dignidad del hombre?… el hombre es la última víctima del capital.
El capitalismo del siglo XXI se dirige rápidamente hacia una sociedad altamente represiva, totalitaria, donde el mercado y el capital ahogan al ser humano. La necesidad de un socialismo reivindicador es más clara hoy, de lo que lo fue ayer.