“Somos solo dos, mi hijo y yo, pero somos más poderosos que todos los ejércitos del mundo… Y cada día de su vida este pequeño niño va a insultarlos con su felicidad y su libertad porque ustedes tampoco tienen su odio”. Antoine Leiri, viudo por la masacre en París, 13-11-15
Puedo desarrollar una expresión que demuestre mis sentimientos ante el mundo social en el que vivimos: he sufrido la violencia tal vez como muchos la han sufrido, a lo interno. No me he podido excluir del círculo; también soy una persona violenta que suele recurrir a esta en ciertos momentos, generalmente para defender mis ideales. Lo peor es que me doy cuenta de esto y aunque el mundo entero me dice que está bien, que estoy defendiendo mi ser o el de alguien más, nunca termino de lavarme la cabeza para aceptar que es cierto.
No, el daño que hacemos no deja su intensidad por el “pequeño detalle” de que es en autodefensa. Daño es daño, dolor es dolor, pese a lo que se considera justo o no, en este Occidente que se ha inventado tantas justificaciones para aplacar la culpabilidad de sus actos. La máscara que ponemos ante el dolor que causamos conforma el discurso de un hemisferio que por años ha aceptado como verdad que el humano resulta violento por naturaleza y que necesita de la violencia para progresar, que es instintiva.
Desde mi interpretación del estructuralismo, esa estructura profunda que todos compartimos son los instintos. Por lo que para mí es natural preguntarme: ¿Qué tanto cambian los instintos a través de la evolución? Si es cierto que podemos aplacar los instintos mediante el mejor vehículo evolutivo del homo sapiens, es decir: la razón, y la violencia es un instinto, significa que podemos aplacar la violencia.
Después de esto, la pregunta sería: ¿Cómo generar esa entrada en razón, esa reflexión? La respuesta vino cuando leí a Gandhi: no-violencia. Esta filosofía pretende no dañar a ningún ser vivo y defenderse enseñando al atacante que sus acciones son violentas y por ello causan dolor.
Tomando lo anterior en cuenta: ¿Qué pasaría si de pronto aceptáramos que la no-violencia es el camino y criáramos varias generaciones con este ideal de no necesitar la violencia para ningún aspecto de su vida, convirtiendo así el instinto violento en un mecanismo en desuso que con los años la humanidad finalmente se perdería, por el simple hecho de que aún continúa evolucionando?
Pero esto requiere un esfuerzo en conjunto. Por mucho que yo piense esto, si se queda solo en mí no va a causar ningún efecto.
Estoy claramente confundida. Siendo yo alguien violento, ¿cómo le digo al mundo que no lo sea? ¿Qué pasa si me encuentro en un error teórico? Al final de cuentas, yo solo sé esto: fuego contra fuego solo hará un incendio más grande y tal vez no vamos a poder escapar.
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