La dama de mármol

Pero la tragedia cortó el primer beso de los nuevos esposos. Ahí, frente al altar, la hermosa mujer cayó al piso, víctima de un

Una mañana, poco antes de morir, la novia marchó resplandeciente hacia el altar. Entró al templo vestida de blanco, bella, sonriente y nerviosa, marcando con cada paso las tonadas de la marcha nupcial.

Pero la tragedia cortó el primer beso de los nuevos esposos. Ahí, frente al altar, la hermosa mujer cayó al piso, víctima de un ataque cardíaco. Agobiado por la angustia, el padre de la novia mandó a hacer una escultura en mármol del hermoso cuerpo sin vida para colocarlo sobre su tumba y recordarla para siempre.

Eso cuenta la leyenda urbana que, por más de una centuria y media, ha andado de boca en boca, para asombro de quienes se acercan a una misteriosa tumba en el Cementerio General de la ciudad de San José. Dentro de la majestuosa capilla neoclásica, una dama reposa en el sueño de los justos, porque más que muerta pareciera estar plácidamente dormida. Sus ojos cerrados amenazan con abrirse en cualquier momento. Sus labios parecen haber dejado en suspenso una plegaria que su mano izquierda seguía temblorosa en la última cuenta de un rosario. Sin embargo, la desventurada joven que murió el mismo día de su boda es un ser imaginario…

La verdadera dama de mármol blanco no falleció frente al sagrario; vivió en el ya lejano siglo XIX, y su nombre fue Luisa Otoya Ernst. Doña Luisa nació el 7 de marzo de 1857. Su madre fue la alemana Magdalena Ernst y su padre era don Francisco Otoya Seminario, un  peruano natural de la región de Piura y radicado en Costa Rica, que donó los terrenos para la construcción del Parque Simón Bolívar y a quien debe su nombre el histórico barrio josefino donde hoy se ubica el zoológico. En 1875, Luisa casó con don Antonio Amerling Capitella, un austríaco de noble linaje que se convirtió en uno de los principales impulsores del desarrollo agroexportador de la Costa Rica liberal. Don Antonio había llegado al país centroamericano dos años atrás, proveniente del Perú, gracias a la intercesión de Francisco Otoya. Ya instalado, Amerling entró de lleno a los trabajos agrícolas, formó una hacienda en Santa Bárbara, provincia de Heredia y fue uno de los primeros en exportar café a Europa y establecer fincas bananeras en la región Atlántica (Caribe) de Costa Rica.

El apego que el noble austriaco sintió por Costa Rica creció al punto de formar una familia en el país, con una joven 22 años menor que él. Poco después de su matrimonio con Luisa, vio crecer a su único vástago, Francisco Amerling Otoya. Gracias a su privilegiada situación económica, los Amerling radicaron una parte de su vida en Europa. Alternaban su residencia entre Costa Rica y su casa en Niza, Francia, donde se codearon con la crema y nata de la aristocracia europea. Empero, la felicidad de la familia recibió un golpe inesperado. Doña Luisa falleció el 21 de noviembre de 1893, en Trieste, Italia, víctima de pulmonía. Alrededor de 1895, don Antonio Amerling visitó Munich, donde le encargó al famoso escultor venezolano Eloy Palacios Cabello (1847 – 1919) esculpir un monumento funerario en fino mármol de las canteras de Carrara. La bella dama de mármol está modelada con factura realista y académica, abstrayéndose el artista venezolano en los rasgos fisonómicos, las manos y los pliegues del sudario que cubren al cuerpo inerte.

 
La belleza de la escultura fue reconocida en Europa y América Latina, en general, y en Costa Rica en particular. Lo anterior se reafirma en una crónica publicada en la revista La Ilustración Artística de Madrid:

«El escultor venezolano Sr. Palacios, que ha hecho sus estudios artísticos en Munich, ha terminado hace poco en aquella capital un monumento funerario… El busto de esa hermosa mujer es de una corrección de líneas irreprochable, y en su tranquilo rostro refléjase la serenidad de la muerte del justo, que abandona sin pesar esta vida porque la fe que le ilumina le hace entrever anticipadamente las delicias de un mundo infinitamente mejor».

En la revista cultural Pinceladas, editada por el costarricense Rafael Ángel Troyo Pacheco y el guatemalteco Máximo Soto Hall, se comentó lo siguiente:
«La nota artística de mayor importancia que tenemos que consignar es la llegada… de la estatua yacente de la señora de Amerling, ejecutada en Alemania por el artista venezolano Eloy Palacios. Cuanto de esa soberbia obra de arte se diga, cuantos elogios se la tributen han de resultar pálidos ante el valor real de esa escultura que, antes que trabajo comercial, parece el resultado de largos años de estudio y de labor de un artista que hubiera querido encarnar en ella la expresión suprema de un ideal melancólico…»

La estatua fúnebre fue terminada por Palacios a principios de julio de 1898 y traída a Costa Rica a bordo del vapor Sud América, para ser colocada junto con los restos de la señora Otoya de Amerling, en el nicho que su acaudalado consorte adquirió en el Cementerio General. Desde entonces, la obra descansa dentro del mausoleo familiar y debajo de ella reposan también las cenizas de don Antonio, fallecido en enero de 1919.

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