La Consecuencia del siglo XXI

En realidad las entrevistas aparecidas en el Semanario del 29 de julio de tanto Reinaldo Carcanholo como de Zygmunt Bauman resultaron tan brillantes, que demarcan a dicho periódico como el decano de la intelectuosidad costarricense. No se puede ignorar el increíble hecho que tanto el pensador brasileño Carcanholo así como el sociólogo polonés/ británico Bauman […]

En realidad las entrevistas aparecidas en el Semanario del 29 de julio de tanto Reinaldo Carcanholo como de Zygmunt Bauman resultaron tan brillantes, que demarcan a dicho periódico como el decano de la intelectuosidad costarricense.

No se puede ignorar el increíble hecho que tanto el pensador brasileño Carcanholo así como el sociólogo polonés/ británico Bauman coinciden es estructurar sendas hipótesis, basadas en la angustia de un siglo de incertidumbre, tanto a nivel económico como ontológico.

Lo que agobia al hombre es pues la ausencia del hombre. Lo que se tiene es un semiproducto humano averiado por economías despiadadas e insensatas. La neurosis del hombre ya no es la de un inconciente sexual o agresivo incapaz de establecer adecuada comunicación con un ego débil y/o titubeante. Es más bien la de un humano resquebrajado por la ausencia de  significado de una vida, que solamente contiene momentos atomizados y que carecen de ligamento entre si. Ese vivir solamente el instante, parece indicar (especialmente para la juventud), y de acuerdo con Bauman, una incapacidad de establecer una historia cíclica o lineal, como un hecho de la experiencia.

El neurótico noogénico del siglo XXI es pues un ser ahistórico, que vive sin la consecuencia de una trayectoria y que como resultado desemboca en la nada. Todo ello consecuencia de esa cotización del hombre, que lo ha convertido en un aspecto más de la liquidez mundial económica. La hiperespeculación del capitalismo moderno de que habla Carcanholo, convierte al hombre en un fantasma más de un capital inexistente, que produce recesiones que no son culpa de el. Al menos es inexistente su propio capital, pues cada día queda más excluido de la marcha de la economía mundial, hasta pertenecer a esos guetos involuntarios de la miseria o de la clase media en proceso de deterioro, que se multiplican hoy en día y que contrastan, como indica Bauman,  con las “comunidades cerradas y voluntarias” de los pudientes. En las naciones tercer mundistas adonde esta brecha es aun más chocante, el sufrimiento de las masas desposeídas de justicia cobra niveles  aterrorizantes.

Es conocido el fenómeno que el estrés produce analgesia y por ende un efecto anti dolor. Más se sospecha que existe un tipo de estrés maligno que  al revés, produce disminución de analgesia y por ende aumentos en la tasa del dolor. Analógicamente muchos desposeídos reportan estar felices,  pero paradójicamente muchos otros se quejan de su suerte y de su sufrimiento. Las encuestas sobre felicidad deberían tomar dicho  efecto doble en cuenta. Sospecho que existe un tipo de injusticia y marginación que producen anti-felicidad, en vez del jolgorio de una idiosincrasia popular que actúa  protectivamente, como lo hace la analgesia ante un estado de estrés. Las masas sufrientes de América Latina han existido por generaciones y cada década aumentan en número, a pesar del ascenso vertical existente. Son masas que parecen existir al pie de la sombra de la Cruz. Parecen vivir un Viernes Santo que no desemboca en un Domingo de Resurrección.

Muchas veces infestados por religiones sectarias que prometen el cielo sin querer luchar por la justicia terrenal, son explotados aun en sus orientaciones profundamente humanas, hacia lo sacro. En contraste, están las sociedades de los pudientes, tan antisépticas como antibióticas,  y que parecen estar poseídos por la ausencia de pecado tanto  original como particular. Una sociedad creada por las nuevas economías en que existen ángeles, pero no existe Dios. Limpios de toda culpa, los pudientes del Tercer Mundo, desfilan frente a los guetos de los desposeídos, en automóviles que valen más que la mayor parte de  las casas  conjuntamente de esos pobres. Esto para ellos no constituye blasfemia ni profanación del templo del hombre con el Espíritu Santo. No es un pecado para ellos,  ser un brechista o mantener por las fuerza de las armas, la extrema desigualdad. El problema yace en que las democracias siguen considerando que la violación de la ley ocurre solamente apartir del golpismo. En realidad, es una violación previa e intrínsica de la ley de Dios y del hombre, el que exista dicho extremismo brechista y que se tenga que vivir en el salvajismo de esa miseria.  Nadie en la OEA o Las Naciones Unidas ha querido indicar que esta condición de la barbarie constituye un genocidio lento, perpetuado por  el hombre contra el hombre, a través de enfermedades sin ayuda hospitalaria, desnutrición extrema, crimen, narcotráfico, explotación y analfabetismo. Para los organismos mundiales, la democracia sigue siendo el derecho de votar cada cuatro años y no el derecho de vivir en justicia en esas mismas sociedades humanas. Nadie ha pedido sanciones contra el gobierno de Haití y los pudientes de esa nación, por mantener masas tan empobrecidas, que constituyen una vergüenza a la raza humana. Nadie tampoco las ha pedido contra aquellos gobiernos del África que hacen lo mismo. Es muy interesante leer a Bauman, pues parece señalar sabiamente, como es que se pueden llegar a debilitar los procesos institucionales  y el  mismo poder del estado, a tal punto que la ley mundial se convierte en un hecho de la seguridad y no en uno de la libertad.

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