Desde hace algunos años, se evidencia en nuestro país una división ideológica sobre el rumbo que queremos seguir.
Tendemos a asumir posiciones firmes a partir de nuestra experiencia cotidiana, de nuestra formación académica y de la información a la que tenemos acceso por diferentes medios (la radio, la televisión, la prensa, la Internet y las personas con las que interactuamos).
Por un lado tenemos a un grupo que apoya un discurso que pretende la liberación económica (menos tributos), el mínimo crecimiento del estado (menos burocracia), la privatización de los servicios, la promoción de las importaciones para ampliar las posibilidades de consumo… Por el otro, tenemos a un grupo que promueve el fortalecimiento de las instituciones que brindan servicios públicos, la nacionalización de servicios estratégicos, la protección del ambiente, entre otros.
Dentro de estos grupos hay posiciones más o menos radicales y con posiciones que podrían parecer contradictorias; y es común, por ejemplo, ver a alguien que votó por el Sí en el referéndum y que se opone a la minería.
Más allá de las diferentes posiciones que se asuman, lo que me interesa comentar es la dificultad que tenemos para negociar nuestras posiciones. Es común ver a quienes ostentan el poder imponiendo sus puntos de vista o sus planes de gobierno, sin considerar la posición de las minorías o, incluso, de mayorías que no participan del gobierno y de la toma de decisiones.
Con la pérdida de los pesos y contrapesos en nuestra añeja democracia, se ha perdido también la posibilidad de frenar decisiones que afectan los derechos de muchas personas. Pareciera que quien posee más recursos económicos es el dueño del baile y amenaza constantemente con llevarse la música si las cosas no se hacen a su manera.
Es así como la mayoría de los habitantes del país no puede decidir sobre su propio destino, pues se eliminan las posibilidades del diálogo y la negociación, se recurre a acciones violentas que generan una violencia desproporcionada.
Sin la posibilidad del diálogo y de la negociación, a puertas abiertas y no bajo la mesa o las sábanas, el “simple habitante del país” que se supone protege la Defensoría y vela por sus derechos la Sala Constitucional, se queda desnudo, impotente y sin esperanza. Por eso el fútbol, por eso las telenovelas, por eso TV Mejenga e Intrusos de la farándula; para poder drogarse y escapar de la realidad.
Y de nuevo se fortalece la visión de que solo “los ganadores” merecen vivir bien y satisfacer sus necesidades básicas, derrochar lo que tienen y amasar la herencia de al menos tres generaciones de sus descendientes.
En tanto “los perdedores”, si acaso pueden consumir lo básico, endeudarse para comprar un televisor de pantalla plana en el que puedan ver a Bryan Ruiz anotando goles y señor con que sus hijos puedan convertirse en “genios de la pelota”. Y mientras tanto, el agua riega campos de golf y se cortan árboles para hacer huecos… Y mientras tanto, se reprime a los “cabezas calientes” que salen en defensa del agua, de la flora y de la fauna; a los que reclaman sus derechos… Y mientras tanto se premia a los “hijos de la patria” que la venden un poquito más cada día.
Negociar implica que todos perdamos un poquito y que todos ganemos otro poco. Es parte de la justicia que debe existir para que haya un balance, para que todos puedan saciar sus necesidades básicas y disfrutar en alguna medida de la vida. Cuando siempre se pierde, solo se cultiva odio; cuando siempre se gana, solo se cultiva miedo, miedo de perder lo que se ha ganado. Eso no es vida para ninguno de los dos y, a la larga, serán tan solo abrirle la puerta a la violencia y a la represión.