Según el Banco Central de Costa Rica, entre 1997 y 2004 la renta de la inversión extranjera (exportación de ganancias) superó en más de US $ 2.100 millones el monto de lo que ingresó como inversión extranjera directa. Tómese en cuenta, además, que el valor bruto de la producción de estas empresas es aportado, en su mayor parte, por materias primas y equipos importados (así acontece, por ejemplo, con la «inversión de alta tecnología» y la maquila textil). Me consta que se admite -inclusive por parte de profesores de la UNA que son entusiastas aplaudidores de la inversión extranjera- que el «aporte de insumos y bienes de capital locales» es «insignificante en comparación con las compras totales de insumos y equipos».
Aunque sea arriesgado no queda más que denunciar la falacia detrás del evangelio de la inversión extranjera: los datos mencionados muestran que ésta es factor de desequilibrio negativo en nuestra balanza de pagos. Justo lo contrario de lo dice la propaganda, inclusive aquella que, al ritmo de los millones, promueve el TLC.
Algo más. Según datos de la CEPAL, durante el decenio de los noventas América Latina recibió un monto de inversión extranjera 13 veces superior al que fue captado durante los años sesenta. Pero, no obstante lo anterior, su crecimiento económico fue sustancialmente inferior. Pero entonces, ¿no que la inversión extranjera es, ipso facto, empleo, producción y crecimiento? ¿O será que alguien no pronunció correctamente el respectivo conjuro mágico?
Veamos el tan alabado caso Intel. Hay años en que esta empresa solita genera hasta un quinto -e incluso más- del total de lo que Costa Rica exporta. Ocupando un ¿0,2% de la fuerza de trabajo? ¿Y así pretenden resolver nuestros cada vez más graves problemas de empleo?
Y recordemos que durante más de 20 años se han aplicado políticas extremadamente generosas para con la inversión extranjera. Que hicieran «clavos de oro», como alguna vez recomendó el señor Lizano. De ahí surge el déficit fiscal y la deuda interna y, luego, y de la mano de ministros de hacienda dogmáticamente apegados a la liturgia, todas sus secuelas negativas sobre los servicios de salud y educación y sobre la inversión pública.
Acontece, por otra parte, que alrededor del 98-99% de las empresas en Costa Rica son de capital nacional y no exportan. Generan, con ventaja, la mayor parte del empleo…pero permanecen olvidadas por las políticas públicas, cuya casi exclusiva preocupación es la inversión extranjera.
Estos datos ponen en evidencia problemas cuyo solo enunciado provoca urticaria en la epidermis de los propagandistas del TLC: que el «éxito exportador» y la «atracción» de inversiones tienen como correlato un altísimo costo social y humano.
Creer que hay identidad entre los intereses de la inversión extranjera y los de Costa Rica y su gente es pensamiento mágico. Excepto por mera casualidad, una y otra cosa simplemente no coinciden. No entender esto tan básico es no tener conciencia ni tan siquiera de nuestros más elementales intereses como pueblo y como país.
Necesitamos con urgencia reformular a fondo la política sobre inversión extranjera ¿Es posible esto en los marcos del TLC? Digamos que resulta harto difícil, ya que éste fue negociado íntegramente según las conveniencias del capital transnacional estadounidense.