Nadie sabe cuántos costarricenses han emigrado y emigran anualmente fuera de nuestras fronteras, cuyo destino principal son los Estados Unidos de Norteamérica. Según la embajada de dicho país en Costa Rica, unos mil costarricenses se van oficialmente, por año, como migrantes legítimos sin retorno. ¿Cuántos por la vía de ilegales? No se puede cuantificar, pero la cifra es muy alta. Lo cierto es que la mayoría se va buscando un estatus mejor que el que Costa Rica les ofrece. Que Dios los bendiga y adiós para siempre, adiós. Son realidades.
Otro porcentaje importante menor busca establecerse en distintos puntos del planeta, tan lejanos y disímiles como Australia, Japón, Chile, Argentina, y hasta Rusia. A ellos también se les desea lo mejor. Pero, ¿qué suerte corremos los que nos quedamos a vivir en este pequeño suelo, agitado por volcanes y sismos, plagado de vagos y vividores de las arcas públicas?Quizá los que no nos atrevimos a emigrar fue por estrechez de mundo, preferimos el estanque pequeño, pueblerino, sin grandes metas. Está por verse. Pero los que nos quedamos aquí, en definitiva, somos los que construimos el país. Y eso tiene un innegable valor de vida y aspiración humana, porque no podremos aspirar a las grandes hazañas de los imperios y civilizaciones de guerra y poder que ha generado la humanidad a lo largo de milenios. Ciertamente, han marcado la historia fundamental y hasta reciente de los seres humanos, y en ese sentido tenemos mucho que perder.
¿Qué ganamos? O más bien, ¿cuál sería el objeto de quedarnos en territorio tan pequeño y de logros todavía nulos como cultura en el nivel mundial? Cuatro y medio millones de ticos y un millón de nicas inmigrantes no significan nada, podríamos desaparecer por arte de magia o de una bomba de neutrones, silenciosa y eficiente en liquidar rastros de vida. Sin embargo, no todo está en un arca perdida ni en alianzas anímicas con seres invisibles o extraterrestres.
Dependemos de nosotros. Aplicarnos a la creación de una sociedad nacida desde dentro de nuestras fronteras es un síntoma de observación crucial, primero emocional y luego racional; un nacionalismo nuestro que saque lo mejor de cada circunstancia interna y externa, y no solo copiar lo fútil, oneroso y basura que nos viene de fuera. Eso incluye personas indeseables. Porque también debemos aprender a ser selectivos, es nuestro derecho como nación, filtrar inmigrantes que le den al país inteligencia de conocimientos, oficios y riqueza cultural.
Para tener logros de primer orden, se hace indispensable una agenda nacional de desarrollo, donde se integren instituciones públicas, empresa privada, gobierno y universidades. Nuestra etiqueta y nuestro designio más clarividente debe ser únicamente Costa Rica, trabajar para nosotros, ser rigurosos en cada cosa planteada y hacer las rectificaciones en el movimiento que una dinámica de riqueza compartida nos haga avanzar.
Un adefesio de universidad lo constituyó la llamada Universidad de Santo Tomás, en San José, cuyo nacimiento dio indicios en una casa de enseñanza formada con el mismo nombre en 1814, y que se llegó a convertir en un lugar de estudio sin pensamiento científico ni desarrollo tecnológico, cerrada en 1885 por ser privilegio para ricos y nada para los demás. Nuestro país comenzó a cambiar radicalmente a partir de 1941 cuando inició labores la Universidad de Costa Rica, universidad, no lucro de universidad privada ni salón de baile para la clase pudiente del país; a ella se le sumó la seguridad social de un Código de Trabajo y un sistema de salud pública conocida como Caja Costarricense de Seguro Social.
Aun así, la aplicación de la ciencia, la tecnología y los avances mínimos, adecuados a las nuevas realidades del conocimiento humano, se quedaron a pasito lento. Ya para el año 2012 d.C., Costa Rica debe obligar la investigación propia y su aplicación inmediata en todos los campos que ayuden a posicionar a nuestro país con autonomía y patente realmente nuestra, y no como compradores de lo que otros nos venden. Para ello se requiere invertir, investigar, producir y aplicar eficiente y ventajosamente para nosotros.
Las instituciones públicas y las empresas privadas que no lo hagan, tienen que ser obligadas o penalizadas a investigar y producir conocimiento práctico y aplicación eficiente en beneficio de nuestro país. Perdemos muchos recursos en proyectos como palomitas hermosas en el aire que no nos sirven de nada, salvo al ego y vanidad de quien quiere lucirse al viento y solo nos deja subdesarrollo.