Con la publicación de esta entrevista en FORJA iniciamos una serie que el psicólogo y profesor emérito de la Universidad de Costa Rica, Armando Campos Santelices, ha realizado con sus compatriotas chilenos. Actores y gentes del teatro a quienes Costa Rica debe mucho en el desarrollo de las artes dramáticas.
Como muy bien lo saben quienes siguen el devenir del teatro costarricense, numerosos actores y actrices de nacionalidad chilena marcharon al exilio en la década del 70 y fueron acogidos en esta tierra generosa. No pocos se quedaron hasta hoy en Costa Rica: Lucho Barahona, Claudio Dueñas, Rodrigo Durán, Juan Katevas, Leonardo Perucci, Alonso Venegas, Rosita Zúñiga. Marcelo Gaete y Sara Astica se reunieron no hace mucho en indelebles escenarios de nuestra memoria.
Otros regresaron a la patria: Alejandro Sieveking y su esposa Bélgica Castro, Víctor Rojas, Eloy Cortínez. Dada mi cercanía con gente de teatro y una que otra intentona dramatúrgica, al regresar de mis viajes a Chile me preguntan a menudo “qué pasó con ellos”. Se me ocurrió entonces realizar estas entrevistas y escribirlas sin un orden preestablecido, al compás de los encuentros que se vayan produciendo. Comenzaré con Víctor Rojas.
Víctor Rojas Escobar: Una mirada desde la nostalgia
Caluroso día, como todos los de enero en un Santiago que parece no filtrar demasiado los rayos de un sol inclemente. Calle Pedro Torres, Ñuñoa. Subo hasta la amplia terraza que Víctor y su esposa Gloria Cordero convirtieron en un departamento sumamente original. Me equivoco al abrir una de las puertas plegables del pausado ascensor unifamiliar, ideado por ellos para trepar por fuera de la vieja y robusta casona, y me encuentro ante un muro de ladrillos. Debe ser la otra puerta. La voz potente y acogedora de Víctor no tarda en confirmarlo.
Nos dirigimos los tres a un restorán cercano y, una vez almorzados, de regreso para otra conversación que se anuncia nostálgica y que esta vez se convertirá en “entrevista” al ser grabada y luego editada.
Víctor y Gloria se casaron en 1968 y tienen dos hijos, ambos nacidos el año 1969. No, no son gemelos, Francisco (Pancho) nació en enero y Cristóbal (en Costa Rica le decían Cri-cri) en noviembre. Por el lado de Pancho tienen dos nietos: Tomás (15 años) y Antonia (11). Por el de Cristóbal otros dos: Rafael (7) y Emilio (un año recién cumplido).
SUS AÑOS EN COSTA RICA
AC: ¿Cuándo llegaron a Costa Rica?
Víctor: Si mal no recuerdo, el 17 de marzo…de 1975 (me parece que lo recuerda muy bien, el tono dubitativo no delata un punto frágil en su memoria, sino una pausa introspectiva). Aunque estamos empezando a conversar, sólo el hecho de recordar esta fecha me emociona mucho. Éramos muy jóvenes y bellos (ríe) y Costa Rica nos abría un mundo por delante. No quiero ponerme demasiado dramático, pero íbamos huyendo de una dictadura que se estaba poniendo muy terrible – persecución, falta de trabajo- todo se ponía sumamente difícil para poder vivir allí. Con niños muy pequeños en ese momento, teníamos que buscar nuevos horizontes.
AC: ¿Tuvieron algún motivo especial para elegir Costa Rica?
Víctor: Sí. Uno de los motivos fue que ya estaban allí algunos amigos que se habían ido antes. Por ejemplo…
Gloria: Raúl.
Víctor: Sí, Raúl Becerra, amigo de toda la vida, que me escribió invitándome. Rodrigo Durán hacía en ese momento un papel protagónico en “Puerto Limón”. Su madre, Carmen Bunster, comenzaba a culminar en Costa Rica una brillante carrera teatral iniciada en Chile. Alonso Venegas y Juan Katevas ya se habían ido también para allá. A través de ellos sabíamos que en Costa Rica se estaba abriendo un gran movimiento teatral, de gente profesional. Eso nos entusiasmó mucho…sentimos que podíamos entregar algo.
(El acercamiento de Gloria al teatro no solamente deriva de ser la compañera de vida de Víctor, sino también de sus propios intereses y actividades. Cuando se conocieron, ambos eran estudiantes de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, donde Víctor, sólo al verla el primer día de clases, se sintió llamado a regalarle un ramito de copihues, previos a iniciar la relación de amistad y de pareja que los ha enriquecido por más de cuarenta años. Actuó en el último montaje del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (ITUCH): Las Troyanas, de Sartre, bajo la dirección de Pedro Orthous. Junto con estas incursiones en la escena, Gloria cursaba la carrera de Pedagogía en Castellano en esa misma universidad, interrumpida por el golpe de estado de 1973. Terminó una Licenciatura en Filología en la Universidad de Costa Rica.
Tanto en Chile como en Costa Rica ha desempeñado otros empleos en el campo de las ciencias sociales, principalmente para ayudar a la subsistencia familiar. Pero ella reconoce su permanente compromiso con el teatro, propio y a través de Víctor. En sus palabras: “Cuando estábamos en la Escuela, Víctor acarreaba bloqueos para memorizar sus textos y yo se los soplaba. Nuestra relación siempre ha estado ligada a una ayuda mutua en lo personal y profesional”.
Gloria siempre ha escrito teatro, desde algunas primeras incursiones en el teatro infantil, luego una obra estrenada en Chile sobre la industria textil titulada “Tela de cebolla”. Para ayudar a la presentación de Víctor en los escenarios costarricenses, escribió un café concert – “Juzguemos al amor” – que fue presentado durante un mes y medio. Sé que ha escrito por lo menos una obra más, que tiene engavetada por ahí, y otras en proceso. Hoy dedica la mayor parte de su tiempo a la formación de jóvenes actores, sin abandonar sus tareas de recopilación de la historia del teatro chileno, en la cual observa un sesgo: un mayor reconocimiento de dramaturgos, especialmente de los años 60 y 70, en tanto que los actores y directores son insuficientemente reconocidos en los registros publicados).
Gloria: Saber que en Costa Rica no había ejército, confirmó mucho más profundamente nuestra elección de país de exilio.
AC: ¿Algunas personas que ustedes recuerden en particular dentro de ese movimiento emergente?
Víctor: ¿Costarricenses?… Sí claro. En ese momento era Ministro de Cultura don Guido Sáenz. Nos recibió muy bien en su ministerio, todavía recuerdo una reunión con él en que nos estimuló mucho. Don Alberto Cañas…
Gloria: Yo también quisiera mencionar a Mercedes González, fue muy solidaria con nosotros.
Víctor: ¡Ah sí! En ese momento Mercedes era una joven actriz de la Compañía Nacional de Teatro, que estaba en sus comienzos con actores españoles, entre ellos Angela María Torres. Se acercó a nosotros, como dice Gloria fue muy solidaria, tengo que recordarla con mucho cariño.
AC: ¿Mantienen contacto con gente de teatro de aquella época?
Víctor: De manera directa, lamentablemente muy poco. Pero siempre estamos preguntando a los amigos que vienen. Entre ellos tú, que nos cuentas acerca de personas queridas cada vez que vienes. Así hemos sabido, por ejemplo, de Ana Poltronieri, a quien siempre recordamos como una gran actriz.
Gloria: Hay algunos con los que estamos siempre en contacto. Con Alvaro Marenco, por ejemplo.
Víctor: Sí, Alvaro siempre ha sido muy cercano a nosotros y pudimos reencontrarnos en Santiago, cuando estuvo aquí como Agregado Cultural de Costa Rica e hizo una gestión muy interesante, dentro de la cual promovió encuentros entre chilenos retornados. También Luis Fernando Gómez, gran amigo en el escenario y en otras partes, nunca olvidaré nuestras conversaciones en +El Chelles.
Gloria: Mariano González.
Víctor: Por supuesto, Mariano. Pero no quisiera intentar nombrarlos a todos, temo omitir a varios amigos importantes… No quisiera que algún gran amigo no se escuchara nombrar en mis palabras.
AC: Irán saliendo en la conversación
Víctor: Sí, irán saliendo, pero recordaré a uno más (otra pausa emotiva, ahora más larga): Orlando “Macho” Gamboa…uno de los más grandes amigos que he tenido en mi vida…
Gloria: Víctor habla siempre de Macho como el más grande amigo de su vida. Hermano de Chico Gamboa, tío de Fidel (Víctor corea este nombre, ya con los ojos humedecidos) y de su hermano.
Víctor: Un hombre muy completo. Estuvo conmigo en todos los momentos difíciles. Conversábamos durante noches enteras sobre lo que pasaba en Chile. Recuerdo con especial cariño una anécdota, que es más bien un poema: En esos años nos reuníamos siempre a guitarrear y cantar en La Copucha y, como él cantaba muy bien, yo siempre le pedía, cuando estábamos medio copeteados, interpretar Alfonsina y el mar, canción que me gusta mucho. Ya retornados, lo llamé por teléfono, enterado de que estaba muy mal, con su enfermedad a cuestas. En ese instante nos acordamos de una obra en que cantamos juntos – Lilliom se llamaba – y el tema nos llevó a Alfonsina… ¡Y me la cantó por teléfono! Algún día iré otra vez a Costa Rica, tal vez de paseo, y le llevaré las flores que le debo.
AC: Volviendo un poco atrás, hablemos sobre sus primeros pasos y sus impresiones iniciales en esa Costa Rica que los recibía en 1975.
Gloria: Lo primero que me impresionó fue a belleza de sus paisajes naturales. Guardo siempre la imagen, sobrecogedora para nosotros que veníamos de un entorno urbano tan duro y violento, de un sereno atardecer en una finca – nos invitó Mercedes González – era cerca de San José pero no recuerdo exactamente dónde… Veníamos de una situación tan dolorosa, de un país invadido por los militares, que te daba vergüenza ser chileno, pero al encontrar esa hospitalidad creo que empezamos a reconciliarnos con Chile, a comprometernos con la búsqueda de otro tipo de chilenidad…Poco después, Víctor, que había sido despedido por la dictadura del Teatro Experimental de la Universidad de Chile y estaba en todas las listas negras, fue “presentado” por Raúl Becerra a Michelle Najlis, que andaba buscando un profesor de teatro para la Universidad de Costa Rica. Al día siguiente estaba haciendo clase…
Víctor: ¡Michelle, gran amiga por lo demás! Poeta nicaragüense. Era la coordinadora de la parte artística de Estudios Generales. Así tuve la suerte de conseguir unas horas en la docencia teatral. A propósito, en ese primer año como profesor tuve una alumna llamada Ana Soto, que luego se convertiría en nuestra querida Ana Iztarú.
Gloria: Víctor tuvo la oportunidad de trabajar con ella en +Bodas de Sangre. María Torres también fue su alumna en la Universidad.
Víctor: Pero faltaba la parte del escenario y pensamos en montar un café concert. El texto lo escribió Gloria. Juan Katevas y Rosita Zúñiga se incorporaron…conseguimos recursos por aquí y por allá. Para las canciones utilizamos letras sacadas de poemas… la música la puso Rubén Pagura, amigo muy creativo que recordamos con mucho cariño. Nos prestaron un local llamado La Casona del Higuerón, ahora debe ser “donde estaba La Casona…”, y luego hicimos una gira a Panamá.
AC: Presumo que no podían concentrarse demasiado en el teatro, todos teníamos diversas urgencias.
Víctor: Claro. No podíamos quedarnos mucho tiempo en la casa de Raúl Becerra, teníamos que buscar casa. En ese momento, Gloria encontró unas casitas nuevas por ahí en Moravia, en un lugar que nos gustó mucho, era una parcela (finca)que parecía una bananera. Tuvimos la suerte de que su dueño era nada menos que don Luis Barahona Jiménez…
Gloria: Teníamos pocos recursos…yo preparaba fritos, con arroz, unos guineos que nos regalaba don Luis, también unas naranjas agrias para preparar “frescos”. Leche, café y nada más. Mis hijos siempre se acuerdan de esa épocas, la más difícil económicamente para los adultos, como los momentos más felices de su infancia. Don Luis se portó muy solidario con nosotros. Poco a poco lo sentimos como parte de nuestra familia. Le estamos muy agradecidos por su amistad, su sabiduría, su protección.
AC: Y por el lado del teatro, ¿cómo se daban las cosas para Víctor ese año?
Gloria: Recuerdo que pronto lo llamaron de la Compañía Nacional.
Víctor: Así es, el café concert resultó exitoso y Pato (Alfredo) Catania, que si no me equivoco era el director de la Compañía, lo fue a ver. Nunca me dijo nada, pero de allí me llamaron para actuar en Los bajos fondos, de Máximo Gorki, dirigida por Remberto Cháves, que sería uno de los maestros que yo tuve. Y luego en Milagro en el Mercado Viejo, de Osvaldo Dragún, dirigida por Luis Carlos Vázquez. Entre los actores chilenos estaba Ramón Sabat. Hice muchas obras en Costa Rica, entre ellas El evitable ascenso de Arturo Ui, que dirigiera don Atahualpa del Cioppo. Fuimos casi amigos, a él no le gustaba que le dijeran “don”, pero para mí siempre será don Atahualpa.
(En este momento, los recuerdos de Víctor y Gloria se desencadenan en un entusiasta flujo de datos y comentarios. Por razones de espacio y para lograr su presentación más ordenada, en esta parte de la entrevista reemplazaré la amena narración grabada por un fragmento resumido de “Mi experiencia teatral”, borrador de una especie de autobiografía breve de Víctor Rojas, inédita).
“Durante mi permanencia en Costa Rica siempre estuve implicado en la formación de actores y monitores culturales en la Republic Tobacco (1978-1984) y en La Reforma (1978-1984). También tuve una etapa de formación académica en lo teatral, estudiando una Licenciatura en Teatro en la Universidad Nacional, dirigida por Jean Moulaert, que no pude terminar pero contribuyó a mi crecimiento como actor y hombre de teatro.
Costa Rica tenía una pequeña historia teatral, previa al exilio del Cono Sur, con grupos de actores “amatéurs” que se reunían circunstancialmente en torno a un montaje. Estaba aún en ciernes la creación de la Compañía Nacional pese al gran apoyo de su gobierno a la cultura. En mis recuerdos destaca la gran generosidad de permitir la inserción de tantos actores extranjeros, ya que la mayor parte del tiempo que trabajé allí en teatro, en el escenario había más chilenos, uruguayos y argentinos que actores costarricenses.
Más adelante hice el papel de Mosca en +Volpone, de Ben Johnson, dirigido por Lenin Garrido, gran amigo, arquitecto, profesor y gran director teatral. Trabajé en +Murámonos Federico, de Joaquín Gutiérrez, bajo la dirección de Alejandro Sieveking. Alejandro y su mujer, Bélgica Castro, vivieron su exilio en Costa Rica en el mismo período que el nuestro. Fundaron en la Cuesta de Moras, junto con Lucho Barahona y Dionisio Echeverría, otro Teatro del Ángel, con el mismo nombre del que habían fundado en Chile, con Ana González, en el período previo al Golpe de Estado.
También participé en el montaje de +Las brujas de Salem, de Arthur Miller, con la dirección de Daniel Gallegos. Ahí compartía escenario con Pepe Vásquez e Imilce Viñas, una pareja de actores uruguayos de El Galpón que vivían su exilio entre México y Costa Rica. Luego con la dirección de Daniel Gallegos, +Un enemigo del pueblo, de Ibsen, con la dirección del argentino Oscar Fessler. +El avaro, de Molière, bajo la dirección del uruguayo Júver Salcedo, en que representé el papel de Flecha. Y también en el montaje de +Magdalena, obra costumbrista costarricense con la dirección de María Bonilla…
AC: ¿Te refieres a la puesta en escena con Alexandra de Simone y Ernesto Rohmoser?
Sí. Más adelante, en el momento del triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua, muy apoyada desde el espíritu antidictatorial de Costa Rica, se realizó una gran producción: Fuenteovejuna, de Lope de Vega, bajo la dirección de don Atahualpa del Cioppo.
También trabajé en Bodas de sangre, de Federico García Lorca, dirigida por Bélgica Castro. Y en dos grandes montajes, bajo la dirección del uruguayo de +El Galpón, Amanecer Dotta. Tartufo, de Molière y El círculo de tiza caucasiano, de Bertold Brecht.
En Costa Rica recibí todos los premios y reconocimientos que he tenido en mi carrera artística. Dos Premios Nacionales al Mejor Actor de Reparto: En 1981, por mi trabajo en +Divinas palabras. En 1983, por mi actuación en +Magdalena. Una obra muy costarricense, como te decía, pero a esas alturas “ya sabía hablar en tico, mae” (rememora el acento con propiedad de actor).
Mientras vivía allá participe en dos festivales cervantinos en México: 1980 y 1983. Y luego, estando ya de vuelta en Chile, fui invitado como observador al Festival Internacional de las Artes de Costa Rica en 1998”.
AC: ¿Tuviste en Costa Rica algún desempeño en dirección teatral?
Víctor: Cuando ya nos veníamos, Pepe Vázquez tuvo la idea de poner en escena unos poemas de Benedetti: +Esta noche recito a Benedetti. La dirigí en el Teatro Nacional, con buena respuesta del público.
AC: ¿Destacarías un momento culminante en tu trabajo como actor en Costa Rica?
Víctor : +El Círculo de Tiza Caucasiano. Gran realización donde representé el papel de Asdak, el campesino sabio, salomónico. Ya habíamos decidido volver a Chile en ese momento. Y en cierto modo ese trabajo fue un puente porque, años después, en la escuela de mi nieto mayor en Santiago me pidieron representar una escena teatral. Les presenté aquella del Círculo en que culmina el conflicto entre las mujeres que reclaman la maternidad del pequeño. Les encantó a los niños.
+(En este momento Víctor y Gloria se olvidan un poco del “entrevistador” y emprenden un análisis sobre “El Círculo…”, que se extiende significativamente. Se nota que, como se diría en “chileno antiguo”, la experiencia “les pegó en los cachos”).
AC: ¿Qué les dirían ahora a los ticos y ticas de ese tiempo?
Gloria: Gracias por la acogida que nos brindaron. Nosotros estábamos bien allá y podríamos habernos quedado, ser muy felices. Desde el punto de vista humano, artístico y de seguridad social estaríamos muy bien y nos habríamos evitado muchas dificultades del retorno, tendríamos una buena jubilación…Aquí en Chile las jubilaciones son miserables para los actores.
Víctor: El regreso no fue fácil. Diez años de ausencia no son pocos cuando uno quiere reinsertarse en el medio teatral. Además, todavía existía en Chile una situación represiva y la posibilidad de revivir un mal momento, como un allanamiento.
Gloria: Recuerdo que una vez, pocos días antes de venirnos, me encontré en la UCR con la actriz y amiga Roxana Campos y me preguntó “¿por qué se van si son de aquí?”. Le conté que queríamos traernos a nuestros hijos a sus raíces, compartir con nuestras madres viudas.
Víctor: Colaborar con el proceso antidictatorial en Chile… Yo les diría algo más a los ticos: sigan siendo labriegos sencillos, gracias por todo.
En “Mi experiencia teatral” Victor dice: “el tiempo en que formé parte del espacio cultural costarricense también fue una cúspide en su historia teatral, que desafortunadamente ya ha decaído, pero que en ese momento era brillante y en el cual logré una posición en la cual pude entregar y aprender mucho y adquirir entrañables amigos y colegas que se mantienen en la distancia.