Javier Cercas El éxito a la velocidad de la luz

«Ahora llevo una vida falsa, una vida apócrifa y clandestina e invisible aunque más verdadera que si fuera de verdad, pero yo todavía era

«Ahora llevo una vida falsa, una vida apócrifa y clandestina e invisible aunque más verdadera que si fuera de verdad, pero yo todavía era yo cuando conocí a Rodney Falk» así empieza La velocidad de la luz (Tusquets, 2005), la esperadísima nueva novela de Javier Cercas.

Y, para jugar un poco, podríamos cambiar ese «conocí a Rodney Falk» por un «escribí Soldados de Salamina», porque seguramente pocos libros han cambiado tanto una vida como la celebradísima historia del falangista Sánchez Maza y su infructuoso verdugo sin nombre, quizá llamado Miralles.

Javier Cercas ha superado con creces las expectativas despertadas con esa «Soldados de Salamina», probablemente la novela escrita en español, sin el apellido Allende en la portada, más exitosa de los últimos años.

Y aquí estamos, para celebrarlo, para hablar del éxito, de los años transcurridos, de «La velocidad de la luz», de Vietnam, de Vargas Llosa, en resumen, de literatura

Cuando lo entrevisté hará hace dos años, a propósito de «Soldados de Salamina» y le preguntaba si, tras el éxito de ese libro, se sentía presionado para escribir el siguiente, usted decía: «Me gustaría decir que no siento ninguna presión especial, porque nadie va a exigirme más de lo que yo me exijo, pero no es verdad, o no lo es del todo. Sé que mucha gente está esperando mi próxima novela con la espada desenvainada, pero qué se le va a hacer. Creo que el éxito inesperado y brutal de mi novela es bueno para todo el mundo -incluida mi cuenta corriente-, y en especial para los escritores; si alguien no lo ve así, es su problema»

¿Cree que ha logrado eludir esas espadas? ¿Le costó mucho escribir La velocidad de las cosas debido a esa presión?

Me ha costado mucho trabajo escribir esta novela, pero no más que las otras que he escrito: cuando te pones delante del ordenador estás solo, y la presión de cómo va a ser recibido lo que escribes desaparece, o casi. Ese casi es el plus de dificultad que ha tenido esta novela, pero lo he superado porque no sé hacer otra cosa que escribir. Y en cuanto a las espadas, hace bien recordándome las tonterías que dije; creo que ha sido un exceso de susceptibilidad, porque, por lo menos hasta ahora, los críticos y los lectores no han hecho con esta novela más que lo lógico: leerla y decir si les gusta o no. Pero, por extraño que parezca, y excepto en lo de las espadas, sigo suscribiendo todo lo que le dije hace dos años.

En «La velocidad de la luz» vuelve a poner de cabeza el pacto ficcional entre autor y lector, una vez más los lectores nos encontramos con un narrador muy parecido a usted que, incluso, escribió un libro acerca de la guerra civil que gozó de un éxito tremendo; y, por supuesto, una vez más los lectores tragamos con todo y devoramos las páginas intentando discernir qué es verdad y qué mentira o, mejor, qué es realidad y qué ficción dentro del libro.

¿Cuándo y cómo decidió que volvería a usar esa fórmula en su próximo libro, me refiero, hubo algún borrador anterior a «La velocidad de la luz» en el que la historia era narrada y protagonizada por alguien que no era ese Javier Cercas de Soldados?

Bueno, creo que el narrador de este libro no es exactamente el mismo de Soldados -ni siquiera, aquí, se llama Javier Cercas: no creo que fuera necesario-, pero sí es verdad que se parece a mí, aunque sólo en algunos accidentes superficiales de mi biografía. En todo caso, de esta novela hubo varios borradores, el más largo de los cuales es de 2001 -escrito, por tanto, justo al terminar Salamina-, pero en todos ellos el narrador es alguien muy parecido -superficialmente, insisto- a mí, porque el punto de vista siempre era el de un joven que llega a los Estados Unidos y conoce a un veterano del Vietnam, y eso es algo que me ocurrió a mí cuando fui a los Estados Unidos. Por lo demás, lo cierto es que todos los narradores de mis novelas -no sólo el Javier Cercas de Salamina- se parecen bastante a mí, igual que todos los narradores de tantos poemas líricos se parecen tanto a sus autores. Supongo que es un intento de explicar -a los demás y a uno mismo- ciertos aspectos de la propia experiencia moral y, explicándolos, otorgarles un significado que ya no sea estrictamente individual, sino que aspira a ser válido para todos.

Para el escritor argentino Rodrigo Fresán de alguna manera y con éste libro, usted se estaba convirtiendo en el Paul Auster español, el Paul Auster de Leviatán, El cuaderno rojo o La invención de la soledad, un narrador inteligente y con ciertas obsesiones constantes a lo largo de su obra, que además cuenta con el extendido favor del público ¿Está de acuerdo?

Bueno, Fresán es amigo, así que es muy generoso conmigo. Desde luego, Auster me gusta mucho, me parece un gran escritor y yo he aprendido de él todo lo que he podido, así que ojalá me pareciera a él. De todos modos, me temo que ya me parecía a él antes de haberlo leído -lea, si no, ‘El móvil’. Todos tenemos ciertas obsesiones constantes, y los escritores trabajamos con ellas, de forma que hay temas y formas que son recurrentes en nuestros libros; a eso algunos críticos le llaman tener un universo propio, creo: es la aspiración de cualquier escritor. Como también lo es que ese universo tenga lectores. Pero, en fin, por desgracia no puedo ser el Paul Auster español: a lo máximo que puedo aspirar es a ser Javier Cercas.

¿Por cierto, quién es el escritor que está leyendo el protagonista mientras espera que Rodney aparezca en ese hotel madrileño y del que luego el mismo Falk dice: «En realidad, es demasiado inteligente para ser un buen novelista»? ¿Sabe que esa es una idea que Vargas Llosa comparte? Según el autor peruano, los escritores muy inteligentes no suelen ser buenos novelistas.

Celebro coincidir con Vargas Llosa, pero me extraña no haberle leído eso, porque creo haber leído casi todo lo que ha escrito. Y, desde luego, lo que yo quiero decir -y supongo que Vargas Llosa también- es que la inteligencia del autor no debe en absoluto imponerse sobre lo que escribe, sino que debe surgir naturalmente de ello, de tal manera que no se note. Es decir: el novelista debe ser muy humilde, pero precisamente por soberbia, para que su novela sea lo mejor posible. Vea, si no, a Cervantes: mientras leemos el Quijote el inteligente no parece el autor, sino sus personajes y las cosas que cuenta, porque su inteligencia está como diluida o integrada en la narración. Y en cuanto al escritor que está leyendo el protagonista en Madrid, no pensaba en nadie en concreto, aunque desde luego podrían ponerse muchos ejemplos de ese tipo de escritor.

Vargas Llosa fue uno de los que posibilitó con un elogioso artículo, el enorme éxito de ‘Soldados de Salamina’. ¿Sabe si ha leído ya su libro? ¿Le ha hecho llegar algún comentario?

Por supuesto le he enviado el libro, pero no sé si ha tenido tiempo de leerlo. Ojalá le guste. Y sí: el artículo de Vargas Llosa fue decisivo para el libro; también lo fue para mí.

¿Lee habitualmente las críticas y reseñas que suscitan sus libros? ¿Se alegra si son positivas y se enfada si son negativas o ha decidido pasar de ellas completamente?

Pero, ¿cómo no voy a leer las críticas de mis libros? Si me importa la opinión que mi vecina tiene de ellos, ¿cómo no va a importarme la de los críticos? Otra cosa es que me parezcan atinadas o no, pero por supuesto me entristece si son malas y me alegra si son buenas. Supongo que a todo el mundo le importa que aprecien su trabajo, ¿no?

Por último, fantaseemos un poco con la posible adaptación cinematográfica de «La velocidad de la luz». ¿Se le ocurre qué actores le gustaría interpretasen los papeles principales? ¿Qué director?

Ni se me ocurre pensar en una adaptación cinematográfica. Yo me limito a hacer mis novelas lo mejor posible. Luego, si alguien quiere hacer una película con ellas, pues me parece muy bien. A mí nunca se me ocurrió que Soldados contuviese una película, pero vino David Trueba y la hizo. Y, por cierto, muy bien. Pero eso, insisto, ya no es mérito mío.

 

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