NUNCA HICIMOS UN CINCO…

Avancari Santiago Porras Novela EUNED 2012¿Historia o ficción? Aunque reiterada, la pregunta surge inevitable ante el relato de Santiago Porras. Él mismo introduce el

Avancari

Santiago Porras

Novela

EUNED

2012

¿Historia o ficción? Aunque reiterada, la pregunta surge inevitable ante el relato de Santiago Porras. Él mismo introduce el debate, desde el título de su obra: “Avancari”, nombre del cacique que, luego, daría origen al Abangares de hoy. En los “Reconocimientos”, al final de texto, nos remite nuevamente a los documentos, a la historia. De modo que, me parece, está clara la aspiración de reconstruirla, de nutrirse, de una manera muy directa, de los “hechos” (en ese sentido, el armazón se me parece al de Tatiana Lobo, en “Parientes en Venta”).

Pero si bien Santiago Porras se nutre de hechos históricos para contar su historia, la otra vertiente que lo alimenta es la memoria. Lo recuerdo hablándome de las minas de Abangares, mostrándome viejos recortes de periódicos sobre esa historia.

No sé si estaré equivocado, pero estamos hablando de su infancia. Si es así, empezamos a transitar por ese mundo fantástico, por esa orilla indeterminada, en la que se funden recuerdos y realidad. Quizás es en este terreno donde surge la motivación de Santiago, la que anima su relato.

Digo “relato” y rehúyo la palabra “novela”. Argumentar razones nos llevaría muy lejos en este comentario, meternos en los berenjenales de la teoría. Me pregunto, por ejemplo, ¿quiénes son los personajes de Santiago Porras? Pedro Gamba, Lico, Lorenzo Cambronero, Argüello. ¿Cómo los construye? No lo sabemos si lo hace a partir de la ficción o si, de cada uno, tiene antecedentes a los que se apegó para caracterizarlos.

Terminada la lectura, los personajes que me quedan en la memoria son los mineros. Naturalmente, muchos otros surgen a lo largo de la historia, como los administradores de las minas; los “negros”, traídos de Limón para hacerse cargo de la seguridad, Mary o Betty que solo aparecen como personales de un intercambio epistolar. O Mercedes, la de la fonda, de rasgos negroides y carnes flácidas. Una especie de observadora permanente del conflicto que se va gestando.

Pero esta es una historia de mineros. Más que de minas. Son sus vidas las que se van construyendo, hasta culminar con el relato dramático: “Por cierto, la gente me pregunta por qué los que trabajábamos en las minas de Abangares nunca hicimos ni un cinco; plata, pues. ¡Ni que hubiéramos sido los dueños de las minas! ¿Verdad? Es que había que estar allí para saber cómo era la cosa.”

De todos, me parece que es Pedro Gamba el que resume el drama de la historia; el que hace de bisagra entre dos mundos en conflicto: el de los mineros y el de la empresa. En Gamba se concentra el dilema, el que aprendería, con el tiempo, a ser más “práctico”, a entender de qué lado estaban sus intereses. Pero esos son detalles de los que hay que enterarse leyendo el texto. No me toca contarlos.

 

Si volvemos a la historia, hay que decir que Santiago busca, por lo menos, dos cosas: la primera es recuperar una parte de ese mundo algo olvidado, el de la minería, opacado por el del café o del banano, tradicionalmente más importantes para la economía de Costa Rica. La otra, es un debate que subyace en todo el relato: el papel de nuestros gobernantes, su sumisión a los intereses de grandes inversionistas extranjeros, la legitimidad de sus negocios. El papel de Meiggs y de su sobrino, Henry Keith en el desarrollo del país. Un debate que confronta a Gamba y Lico y que, de algún modo, se resuelve cuando el revoltoso Lico es despedido de las minas.

Los acontecimientos se desarrollan en 1911, durante la primera administración de Ricardo Jiménez (1910-14), y Santiago Porras nos acerca a esa realidad, más con sugerencias que con afirmaciones. Los préstamos de tres millones, de los cuales solo ingresó uno (lo demás se perdía en comisiones), las enormes extensiones de tierras regaladas a los inversionistas extranjeros, el estilo de hacer “negocios” de la época, iniciada en el gobierno de Tomás Guardia, a partir de 1870.

El texto incursiona en esas realidades y adquiere entonces la actualidad de un debate que se repite hoy.

 

Finalmente, no queremos terminar estas rápidas líneas sin una referencia a los recursos desplegados por Santiago Porras para construir su relato. Es quizás aquí donde reside el mayor esfuerzo formal de +Avancari.

El relato en tercera persona está entretejido con otras diversas formas de narrar. Quizás la más lograda (y, en eso, va siempre una cierta dosis de subjetividad en el análisis) es el monólogo del minero anónimo, que reflexiona sobre su destino. Me parece que ahí en donde hay más fuerza, más “realismo”: “Sí, era dura la vida allí en las minas y, para colmo de males, hay consecuencias que uno no piensa, como el daño en los pulmones…” El minero nunca de identifica, podría ser cualquiera de ellos.

Santiago usa diferentes tipografías para cada voz, de modo que la introducción de una nueva no solo puede oírse, sino que también se deja “ver”.

Otro recurso son las cartas que Betty, esposa del administrador de la mina, Philip Fearn, escribe a su amiga Mary. Las cartas sirven para que una extranjera, norteamericana, describa la naturaleza que encuentra en la zona y que la sorprende o, a veces, aspectos de su vida en el pueblo, o sus impresiones sobre San José, donde viaja muy de vez en cuando. Detalles de la flora y la fauna, que encantan a quien viene de un mundo muy distinto: –Me llamó la atención la flor roja de la platanilla, una planta de porte bajo y hojas parecidas a las del plátano que crece cerca de las quebradas; le cuenta a su amiga Mary, en una correspondencia de una sola vía, pues no hay respuestas de Mary.

El otro recurso es la personificación del oro, transformado en personaje que reflexiona sobre sus cualidades y las ambiciones que despierta en los seres humanos.

¿Todos estos recursos funcionan? Tengo la impresión de que lo hacen con eficacias distintas. Ya señalé que el monólogo del minero es el que me parece más logrado.

 

Finalmente, una visión de conjunto nos muestra cómo la tensión va creciendo hasta estallar. Darle seguimiento es tarea del lector, aunque, a mitad de camino, pueda darnos la sensación de que una abundancia de descripciones retarda, ralentiza, la acción.

En todo caso, nos introduce Santiago al mundo de las minas de Abangares, vuelve a recordarnos aspectos de la lucha social que contribuyó a forjar la nación, recupera el personaje del minero y, seguramente, reconstruye parte de las historias que oyó en su infancia, de un mundo que no ha sido tratado con frecuencia por la literatura costarricense.

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